Tomás Calvillo Unna
15/06/2016 - 1:20 am
La Educación sin lugar
Los actores del Gobierno y de parte del magisterio desembocaron en una confrontación de suma cero, como muchas otras que se dan en un país, permeado por la violencia y crimen.
“Maestro…
Pone un espejo delante de los otros,
los hace cuerdos y cuidadosos,
hace que en ellos aparezca una cara…
Gracias a él, la gente humaniza su querer,
y recibe una estricta enseñanza.
Hace fuertes los corazones,
conforta a la gente,
ayuda, remedia, a todos atiende.”
Códice Matritense de la Real Academia, edición de Del Paso y Troncoso, vol. VIII, fol. 118, recto.
El sistema educativo estuvo íntimamente vinculado al estado nacional posrevolucionario y políticamente sustentado en un partido hegemónico: el PRI.
Fue así, en parte, un instrumento de dominación e integración social al haber desarrollado procesos culturales de cohesión nacional.
El aprendizaje de las primeras letras se concentró en darle un rostro al nombre de México, y fue eficiente en ello a pesar de las carencias de todo tipo. El magisterio, los maestros de la educación pública, en sus mejores momentos fueron modelos de civismo y entrega. De alguna manera representaron el espíritu de crecimiento de un país con profundas desigualdades; la educación desde esa perspectiva era un proceso de liberación continuo, aplicado diariamente, un instrumento para la movilidad social.
Sin embargo también fueron poco a poco convirtiéndose en un ejército electoral que afianzaba la fortaleza del partido dominante. El proceso de burocratización que vivió por años lo amalgamó a la suerte de la clase política que empezó a resquebrajarse ante los embates de la globalización. La planetización tecnológica de la economía afectó de una u otra manera todos los engranajes del sistema político y educativo del país y provocó las rupturas, al interior de las alianzas entre el poder del estado y los gremios de la educación.
Se ahondaron las diferencias regionales y culturales, ocultadas por el viejo régimen nacionalista y centralista. El Mercado marco las pautas de los nuevos derroteros educativos y el Estado en su naufragio atenido a una transición democrática cargada de vulnerabilidades, perdió el horizonte al no encontrar una clara respuesta a su función y responsabilidad frente a los retos educativos del presente.
La privatización se le vino encima, fundamentalmente como un nuevo concepto hegemónico, que simplificó al máximo la complejidad de un país rico en diversidad y opciones educativas.
Los actores del Gobierno y de parte del magisterio desembocaron en una confrontación de suma cero, como muchas otras que se dan en un país, permeado por la violencia y crimen.
El diálogo sustituido por la represión, como fracaso de la política interna, las apuestas políticas de diversos actores, que “de ya” disputan el poder para el 2018, es ciertamente una realidad, ahí está, pero no anuncia nada bueno para una comunidad nacional aún perpleja ante la velocidad de los sucesos que le atañen y que más temprano que tarde tendrá que asumir y asumirse, si no quiere ser arrasada en una vorágine de desencuentros.
La Reforma Educativa cuando llegue tendrá que tomar en cuenta la diversidad del país, sus opciones varias, desde las locales a las globales, los desafíos y potenciales de las tecnologías de información y comunicación que estremecen ya las formas tradicionales del aprendizaje; y el entendimiento de qué significa realmente una comunidad democrática que sabe darse sus tiempos para analizar reflexionar y discutir lo que requiere sin subordinarse a los calendarios políticos, al menos en los temas fundamentales como es el de la educación .
La disputa por el poder cada vez más frecuente y continúa erosiona el mismo pensamiento, las posibilidades de pensar y compartir. Sin ello la educación será nada más un ejercicio mecánico de dominación, una enajenación colectiva alejada de su propia razón de ser; una penosa reinvención amorfa que se disuelve en el febril mercado de la nada.
Podemos re-leer aquella línea de Iván Ilich: “La escuela está repentinamente perdiendo su legitimidad política, económica y pedagógica”.
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