El botón de apagar la Humanidad

04/06/2016 - 12:04 am
Jian salió de la universidad en su natal Taiwán y comenzó a trabajar en un refugio estatal que le permitía responder al llamado de su vida: ayudar a los animales. Pero pronto resultó que por cada animal herido que traía, rehabilitaba, esterilizaba y dejaba listo para su adopción, docenas más llegaban, y pronto se enfrentó a la política del refugio: la sobrepoblación debía eliminarse para que nuevos animales pudieran llegar, y al cabo de dos años Jian Zhicheng había tenido que “dormir” a más de 700 perros sanos. Foto: Internet
Jian salió de la universidad en su natal Taiwán y comenzó a trabajar en un refugio estatal que le permitía responder al llamado de su vida: ayudar a los animales. Pero pronto resultó que por cada animal herido que traía, rehabilitaba, esterilizaba y dejaba listo para su adopción, docenas más llegaban... Foto: Internet

Jian Zhicheng era unos años más joven que yo. Estudió, ella sí, veterinaria. Yo lo pensé pero fui cobarde. Imaginé que, como los médicos, tendría mi propio cadáver de perro que estaría en la plancha de metal con la barriga expuesta y las patas abiertas para siempre. No para siempre: hasta que dejara de ser útil, hasta que le hubiéramos sacado los órganos, aspirado el sistema circulatorio, vaciado por completo. Después, a una bolsa, ojalá negra, y desechado como toda la basura: uno la deposita en un rincón y mágicamente desaparece. Primero vendrían pesadillas, luego cinismo y bromas acerca de la vida y la muerte y los perros; no quise correr ese riesgo y me quedé sólo con la vida y los perros.

Jian salió de la universidad en su natal Taiwán y comenzó a trabajar en un refugio estatal que le permitía responder al llamado de su vida: ayudar a los animales. Pero pronto resultó que por cada animal herido que traía, rehabilitaba, esterilizaba y dejaba listo para su adopción, docenas más llegaban, y pronto se enfrentó a la política del refugio: la sobrepoblación debía eliminarse para que nuevos animales pudieran llegar, y al cabo de dos años Jian Zhicheng había tenido que “dormir” a más de 700 perros sanos, los mismos que en sus manos habían vislumbrado la posibilidad de una nueva vida. Sus horas frente a la computadora buscando hogares adoptivos no bastaban y el dolor se le fue colando al alma. Nunca le llegaron el cinismo ni las bromas: la Humanidad ha creado un sistema en el que la especie más vulnerable (y es la más vulnerable por una sola razón: depende de los seres humanos) se reproduce sin control en las calles, en las fábricas de cachorros, en los criaderos ilegales, y nosotros, en vez de prevenir el dolor, la miseria y el abandono, aniquilamos lo que nos sobra. En vez de curar, matamos. En vez de despertar, “dormimos”.

Jian Zhicheng no podía renunciar a su siniestro trabajo porque faltar a su contrato de cuatro años con el gobierno taiwanés le habría significado una multa impagable y la invalidación de su licencia como veterinaria. Tampoco pudo negarse cuando la obligaron a narrar la rutina del albergue en un programa de televisión, mismo que aprovechó para promover la adopción. Tras el programa, miles de “activistas” en pro de los animales (las comillas porque el activismo anónimo, virtual y violento es una burla al activismo real) la apodaron “La Bella Carnicera” y saturaron sus redes sociales, que antes se habían usado para hallarle hogares a los perros del albergue, de amenazas e insultos.

La incapacidad de los gobiernos de controlar la venta de animales, la reproducción y el abandono de los mismos, hace que el hombre sea el peor enemigo de su supuesto mejor amigo. La falta de educación en pro del respeto a todas las especies, nos ha vuelto unos predadores inconscientes, inclementes y ciegos a la agonía de otros más indefensos. La Humanidad ha creado un sistema en el que una mujer compasiva y afectuosa se ve forzada a asesinar lo que más ama, aniquilando con cada inyección un pedazo de su propia alma, hasta que Jian Zeicheng, a los 31 años, decidió llenarse las venas de los mismos químicos que mataron a sus 700 perros. Sí: La Bella Carnicera, vaciada ya de esperanza y fuerzas, se declaró a sí misma culpable y decidió morir como un perro. O como un cordero sacrificial (también conocido como “chivo expiatorio”), que a los judeo-cristianos nos encanta pensar que la muerte de uno nos cura los pecados a los demás. Curados estamos, congéneres.

Señor Juez: haga favor de apretar el botón de apagar la Humanidad, que tras esta noticia no puede seguir prendida. Y buenas noches a Jian Zhicheng, que se quedó dormida como un perro taiwanés y no con el cabello carbonizado y el sistema nervioso electrocutado, como hacemos aquí en México con nuestros mejores amigos.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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