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Luis Felipe Lomelí

01/06/2016 - 12:21 am

Ignorancia: una de las consecuencias de la especialización

Cuando un doctor en sistemas computacionales no sabe quién fue Kant, un fisiólogo vegetal no ha leído una sola obra de Moliere y ni le interesa, o un doctor en letras hispánicas es incapaz de enunciar las leyes de Newton o cree que William Herschel era un escritor romántico holandés, entonces seguro no estamos ante […]

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Cuando un doctor en sistemas computacionales no sabe quién fue Kant, un fisiólogo vegetal no ha leído una sola obra de Moliere y ni le interesa, o un doctor en letras hispánicas es incapaz de enunciar las leyes de Newton o cree que William Herschel era un escritor romántico holandés, entonces seguro no estamos ante los futuros campeones de un concurso sobre cultura general.

Pero, por suerte, su desconocimiento no pasa de anecdotario. Es inocuo. O más o menos inocuo. El problema es cuando este desconocimiento de otras áreas sí implica ignorancia, pues incide directamente en el trabajo del profesionista.

Aquí no me refiero a ese ideal, siempre deseable, de tener médicos que sean ávidos lectores de poesía, diputados que puedan dar cátedra sobre filosofía del derecho, arquitectos que nunca dejen de estudiar sicología para poder diseñar casas que sean cada vez más acordes al sentimiento de hogar que todos deseamos, administradores públicos que lean y desmenucen, una y otra vez, los libros de sociología y los tratados sobre la cultura de su localidad o ingenieros que sean visitantes regulares de los museos de arte.

Me refiero, más bien, a que toda área de conocimiento en la actualidad está relacionada con otras, se nutre de otras y toma fundamentos de otras. Es ahí donde está el detalle. Más aún cuando estos fundamentos o principios ya han sido rebatidos y rebasados hace mucho tiempo, ya sea por los académicos de esas áreas del conocimiento de donde se tomaron o por académicos de otras áreas que ya han demostrado que aquello no era más que, en el mejor de los casos, un supuesto metodológico que estaba a prueba y, en el peor, que era nomás ideología disfrazada de ciencia. Ahondemos en un ejemplo: la demografía.

Mire usted, básicamente, cualquier video sobre crecimiento demográfico mundial: de esos que prenden lucecitas y son muy atractivos e ilustrativos. Ahí verá cómo el planeta se ha ido llenando de seres humanos como si fuera una caja Petri. Es aterrador.

El problema está cuando usted ha leído algo de historia y comienza a notar inconsistencias en el video. Pongamos nomás tres de ejemplo: 1) África y América casi siempre aparecen despobladas, 2) la “peste negra” es la única pandemia que azotó y sólo azotó a Europa y 3) el crecimiento aceleradísimo comienza alrededor con el siglo XIX. ¿Son estos “hechos irrebatibles” o son supuestos?

Para empezar, toda figura poblacional anterior al siglo XIX (o peor, anterior al siglo XX) es una proyección pues los censos no existían, se destruyeron, no eran sistemáticos o partían de supuestos que ahora nos parecen ridículos o atroces. ¿Dónde están los censos de las poblaciones pigmeas, arahuacas, comanches..?, ¿quién hizo los primeros y qué intenciones tenían?, ¿los indígenas y esclavos, incluso las mujeres, cuándo empezaron a contar en los censos?, ¿hay forma de saber cuál era la población real de Tenochtitlan o Cuzco antes de la invasión, cuáles son las fuentes que dan cifras?, etcétera. Así, por un lado, no es de extrañar que sólo en aquellos lugares donde se mantuvieron documentos anteriores a la invasión europea sean, precisamente, los lugares que muestran mayor población antes del siglo XIX: Europa, India, China y Japón. Y los lugares donde básicamente se destruyó todo documento anterior parezcan despoblados: América, África, Oceanía y todo el centro de Asia. Es decir, casi todo el mundo. Y, por otro, tampoco extraña que haya mayor población justo a partir de que comienzan a sistematizarse los censos. Esto, por supuesto, ya ha sido estudiado por historiadores, arqueólogos, ecólogos, genetistas, antropólogos y demás, pero la gente que se dedica a la demografía parece ignorarlo.

Lo mismo con la peste y otras epidemias. Es cierto que azotó Europa de forma atroz, pero también otros lugares de Asia (como China, un lugar que desde hace más de un par de milenios ha estado más poblado que Europa) que por lo general se olvidan. Peor aún, algunas gráficas de libros de texto implican que la peste negra mató a la mitad de la población mundial y la explicación sólo hace referencia a Europa. Y, para más despiste, como bien han señalado los historiadores, todo apunta a que fue mayor la mortandad de indígenas americanos debido a las epidemias traídas de Eurasia que la mortandad causada por la peste. Pero, por supuesto, también esto parece estar ausente en los estudios de demografía.

Lo anterior se vincula a esa gran pregunta del punto tres: ¿por qué la población comenzó a crecer de forma tan acelerada a partir del siglo XIX? La respuesta básica, ésa que viene en los libros de texto de educación básica, es que fue gracias a la Revolución Industrial (fanfarrias). ¿Por qué?: porque la Revolución Industrial produjo más alimento (fanfarrias). ¿Por qué?: porque indujo grandes avances científicos y tecnológicos que lo permitieron (ovación de pie por parte del público). ¿Le suena familiar la explicación?

Seguro sí. El único problema es que es falsa. Pues, cuando uno busca ejemplos de esa explicación última, de esos grandes avances científicos y tecnológicos decimonónicos que nos permitieron producir más comida, se encontrará con que no existen. Ni los fertilizantes, ni los pesticidas, ni los invernaderos, ni los sistemas de riego o la rotación de cultivos, ni la dosmesticación de especies animales y vegetales, ni la medicina veterinaria ni, mucho menos, los tractores, las segadoras, trilladoras o despepitadoras de combustión interna aparecieron o gozaron de grandes avances en el s. XIX. Sólo el rubro de la conservación de alimentos, tanto la refrigeración como la latería (aunado a los avances en microbiología hechos por gente como Redi –s. XVII- y Pasteur –s.XIX-), gozó de evolución acelerada… pero, por un lado, no de popularización en todo el mundo sino sólo en unos cuantos países hasta el s. XX y, por otro, el interés o uso primario de estas nuevas tecnologías no fue civil sino militar.

Incluso la medicina humana, si bien los europeos comienzan a entender la asepsia y la antisepsia en el s. XIX (y se inventa el autoclave, por ejemplo), la mayoría de hospitales tanto en Europa como en el resto del gran mundo siguen siendo lugares a los que uno va a morir (en donde sí hay un cambio significativo, por supuesto, es en la medicina militar de campo). Los partos siguen siendo tradicionales y los antibióticos y el uso de electricidad brillan por su ausencia (aunque sí, a escala urbana, se deja de tener esa bella práctica de dejar cadáveres –los de los pobres y sin familia- a cielo abierto). Es decir, la medicina tampoco es EL FACTOR que explica por qué crece tan aceleradamente la población a partir de 1800.

¿Entonces por qué, si es que realmente es así? Por cuestiones de espacio dejaré la respuesta para otra entrega. Pero antes de finalizar volvamos al punto principal. Estas “explicaciones”, tipo revolución industrial=más comida=mayor población, se le ocurrieron a alguien hace mucho tiempo (normalmente en el s. XIX) y parecieron lógicas y maravillosas. Se popularizaron. Sin embargo han resultado falsas. ¿Por qué la gente que se dedica a la demografía sigue enarbolándolas? Supongo que porque aún no se han tomado la molestia de leer un poquito más fuera de su ámbito de especialidad. Y a eso, precisamente, me refería con el término “ignorancia”: a seguir utilizando como supuestos de trabajo principios que ya fueron refutados y, por lo tanto, a continuar con la proliferación de explicaciones erradas.

¿Conoce usted más ejemplos similares? Hay muchos. Piense, por ejemplo, en la relación entre genética y criminología.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.

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