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Maite Azuela

24/05/2016 - 12:00 am

Los menores asesinos y los sicarios en televisión

¿Quién es responsable de alimentar la ilusión de algunos adolescentes mexicanos por convertirse en protagonistas del crimen?

¿Quién es responsable de alimentar la ilusión de algunos adolescentes mexicanos por convertirse en protagonistas del crimen? Foto: Cuartoscuro
¿Quién es responsable de alimentar la ilusión de algunos adolescentes mexicanos por convertirse en protagonistas del crimen? Foto: Cuartoscuro

¿Quién es responsable de alimentar la ilusión de algunos adolescentes mexicanos por convertirse en protagonistas del crimen? La respuesta, de bote pronto, puede apuntar a su familia, a su contexto escolar o comunitario. Sin embargo, las consecuencias que tiene el hecho de que la mente de un menor defina su identidad con referentes de violencia y muerte no impactan solo a las víctimas, sino que evidencian la reproducción de esquemas de comportamiento en los que las aspiraciones de un grupo considerable de niños y jóvenes encuentran atractivo lastimar a su prójimo.

La nota que disparó mi curiosidad describía el procedimiento de planeación de un crimen que Marcos Gregorio, de diecisiete años, proyectó en una maqueta de plastilina. Simulando una casa de muñecas, replicó el que sería su escenario del crimen: el domicilio humilde en Iztapalapa. En uno de los cuartos colocó cinco muñecos de plastilina negra. En su cuaderno iluminó al perro herido de muerte. Materializó lo imaginado, pero el tiempo le dio solo para asesinar a una niña de 14 años y a su madre, las dejó colocadas en la cocina en la misma forma que había proyectado. El perro también apareció muerto en el patio, como su dibujo lo indicaba. Marcos había ya comentado con sus compañeros de trabajo su entusiasmo por asesinar a una familia completa. Nadie lo tomó en serio.

Sobran historias tristes de este tipo. En agosto de 2015 en Chihuahua, cinco niños entre doce y quince jugaban a ser sicarios en su vecindad y como resultado asesinaron a Christopher Márquez Mora de seis años. Cuando se les preguntó qué había sucedido, uno de ellos respondió “teníamos ganas de matar”. Decidieron que, uno de los primeros pasos del juego, consistía en secuestrar a Christopher a quien llamaban “El Negrito”, tras su captura siguieron golpes y actos violentos que lo llevaron a la muerte y finalmente lo enterraron. Fueron los mismos niños quienes llevaron a la madre de Christopher hasta la tumba que habían cavado.

Las narraciones dan pocas luces de los verdaderos motivadores que incitan a los niños y adolescentes a acabar con la vida de otro ser humano. Sin embargo, dar por sentado que su decisión individual o colectiva responde sólo a posibles problemas de salud mental o a desatención familiar debilita la construcción de soluciones alternativas que involucren a la sociedad y a las autoridades.

Casi en paralelo a la primera nota que aquí cité, Sin embargo presentó una investigación a cargo de Dulce Olvera, que muestra el alto nivel lucrativo que representa para empresas como Telemundo, Netflix y Univisión las series televisivas que narran historias de narcos, sicarios y criminales en las que se les presentan como los héroes de los últimos tiempos. Además, como sucede en la vida real, las series evidencian el papel de los gobiernos en términos de corrupción y complicidad con los grupos criminales. Lo que a la vista de los menores representa la posibilidad de librar cualquier fechoría sin mayor riesgo. De acuerdo con la investigación, las productoras dirigen sus series a un público entre 18 y 40 años, identificados como “adultos y adultos jóvenes”.

A pesar de las posibles limitaciones que un menor puede tener para acceder a este tipo de programación televisiva o por internet, el posicionamiento de temáticas de violencia está a su alcance. Los efectos emocionales que puede ocasionar se han materializado en las peores historias. Dejar este asunto para otro momento o esperar a que se incrementen incontrolablemente los casos de juegos de sicarios, puede no sólo traer consecuencias en el futuro que imaginan los niños expuestos a estas series, sino que claramente están sucediendo ahora.

El control que se tenía sobre los horarios familiares de las programaciones infantiles ahora resulta caduco si consideramos que la disponibilidad de cualquier producto en Internet no tiene horarios. Entendamos que los menores buscan imitar lo que ven, las historias triunfalistas de criminales pueden insensibilizarlos frente a la violencia y generar apatía frente a la violencia en la vida real.
Nuestros niños merecen que dediquemos tiempo y energía a reflexionar sobre el acceso a escenas de violencia que afecten su estabilidad emocional, distorsionen sus aspiraciones y su sentido de pertenencia. ¿Podremos visualizar métodos sencillos que los resguarden de incentivos audiovisuales de destrucción? Comencemos ya.

Maite Azuela
Analista Política y Activista por los derechos humanos y la rendición de cuentas. Maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Concordia, Canadá. Colaboradora de Uno Noticias. Dirige la organización Dejemos de Hacernos Pendejos y forma parte de redes ciudadanas para el impulso de los derechos políticos y la defensa de los derechos humanos. Fue servidora pública durante una década y entre las instituciones para las que laboró están el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Electoral del Distrito Federal (IEDF) y el Instituto Nacional de Acceso a la Información Pública (INAI).

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