Maite Azuela
17/05/2016 - 12:00 am
Peña Nieto, el rey desnudo (o el rey envestido de publicidad)
El rey abre camino entre las multitudes posando en su carroza tricolor mientras sostiene un tucán con la mano izquierda. Está convencido de que porta los trajes más lujosos del reino, esperando la aclamación de sus huestes, en su emoción por divulgar sus logros no alcanza ni siquiera a percibir algunas burlas de quienes tienen […]
El rey abre camino entre las multitudes posando en su carroza tricolor mientras sostiene un tucán con la mano izquierda. Está convencido de que porta los trajes más lujosos del reino, esperando la aclamación de sus huestes, en su emoción por divulgar sus logros no alcanza ni siquiera a percibir algunas burlas de quienes tienen frente a sus ojos algo que el rey no mira: la realidad.
El día de ayer el diario SinEmbargo publicó una nota que sin ser novedad, es nuevamente ofensiva: “La Presidencia y las Secretarías de Estado gastaron en publicidad 11 millones de pesos diarios en 2015”. Con esto se suman al año poco más de cuatro mil millones de pesos. Las premisas con las que el Gobierno federal decide priorizar el gasto marginando la inversión social, son completamente erróneas si lo que buscan es incrementar la aprobación del Presidente o la credibilidad en los partidos que lo abanderan.
El traje invisible
La popularidad de Peña Nieto ha ido en descenso evidente desde que pasó los dos primeros años de su sexenio. Ahora su aprobación se encuentra en el peor de los niveles alcanzados. De acuerdo con el último sondeo del diario Reforma, el 66 por ciento de los mexicanos reprueban su labor. Si consideramos los datos del sondeo que precede a este, la aprobación del Presidente ha caído 9 puntos. Paga por cada pedazo de tela que no lo cubre. Su trajecito nos ha costado 446 millones de pesos por cada punto con el que deteriora su popularidad.
La corona de la pobreza
De acuerdo con el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) México es uno de los países latinoamericanos donde más ha crecido la pobreza. Los números no mienten: en 2014 el porcentaje de pobres en nuestro país alcanzaba el 51.6 por ciento y en 2015 se incrementó al 53.2 por ciento afectado más a las regiones indígenas.
Si se suspendieran por completo los gastos publicitarios del Gobierno federal y de los estatales, para invertirse en reducir la desigualdad, quizá los resultados de la popularidad del Presidente no estarían tan afectados. Pero parece que la decisión de destinar miles de millones de recursos públicos para anunciar los programas de gobierno no se toma considerando las necesidades prioritarias ni el impacto de aprobación ciudadana, sino que intervienen otros factores que pueden redituar positivamente en los intereses privados del Presidente y su gabinete.
Desfiles para silenciar denuncias
¿Qué consigue con su festival de spots, espectaculares, inserciones pagadas y contratos que concentran en dos televisoras el 25 por ciento de los recursos de publicidad gubernamental? Entre las múltiples promesas que Peña Nieto tiene en su pizarra de pendientes, está la de crear una instancia reguladora para la publicidad oficial. Como bien lo señala el informe elaborado por la organización de sociedad civil FUNDAR presentado el año pasado, “el principal medio de censura sutil en México sigue siendo la asignación discrecional de la publicidad oficial a los medios”.
La dependencia financiera de la mayoría de los medios masivos de comunicación permite que los gobiernos, como clientes publicitarios, condicionen sus contratos a cambio de acallar voces críticas. Los medios recurren entonces a “razones administrativas” para dar de baja al periodista o analista que haya incomodado al gobierno o a quien pueda poner en riesgo algún contrato jugoso que requiera inversión pública.
Engañan al rey o el rey nos engaña
La opacidad en la que se mantienen los gastos destinados a los anuncios gubernamentales es igualmente burlesca. Quizá sean las ganancias que se derivan de estos contratos las que den soporte a las decisiones de las oficinas de comunicación social de los gobiernos para aprobar tal despilfarro. ¿Si al partido verde Televisa le ofreció un paquete de spots que no rebasaba los 35 mil pesos por impacto, como es que el gobierno está dispuesto a pagar 7 millones de pesos por un spot para la campaña del Tercer Informe de Gobierno? Su eficiencia administrativa es tan reprobable como su popularidad. A menos que en sus propios criterios la ganancia de sus decisiones no esté destinada al beneficio público. Mientras esto les represente alguna ganancia, poco importa que la publicidad se vea como un gasto absurdo.
¿Sirve de algo burlarse mientras el rey desfila con trajes imaginarios? ¿Pondremos un alto a los sastres que confeccionan estos opulentos vestuarios publicitarios con los que en realidad quien se ríe de nosotros es el rey?
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