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Peniley Ramírez Fernández

27/04/2016 - 12:03 am

Un torcido canje llamado Pajaritos

La crónica de estas 32 muertes se compone de dos años en que el abandono de la planta, la falta de mantenimiento, la reubicación, jubilación y liquidación de cientos de trabajadores de Pemex, los incidentes no atendidos, la contratación de proveedores externos sin experiencia en trabajos de alto riesgo para trabajos mínimos de mantenimiento y remodelación, que habrían sido los fallecidos a decir de Mexichem, resultan un ominoso camino a una tragedia anunciada.

La crónica de las 32 muertes en Pajaritos se compone de dos años en que el abandono de la planta, la falta de mantenimiento, la reubicación, jubilación y liquidación de cientos de trabajadores de Pemex. Foto: Cuartoscuro.
La crónica de las 32 muertes en Pajaritos se compone de dos años en que el abandono de la planta, la falta de mantenimiento, la reubicación, jubilación y liquidación de cientos de trabajadores de Pemex. Foto: Cuartoscuro.

El chico parecía sincero. Había en su sonrisa juvenil, en sus manos blancas, en su apurada sucesión de explicaciones, algo de inocencia. Cuando decía que el proyecto de comprar una compañía quebrada había sido su idea, que era su oportunidad como asesor de la oficina del director general de Petróleos Mexicanos, que habían confiado en su instinto y en su propuesta de regresar a México un esplendor perdido en la fabricación de fertilizantes, en su rostro se mezclaban la convicción y el pequeño orgullo que asalta a los jóvenes cuando los hombres de poder les hacen creer que tienen la razón.

Del otro lado de la mesa, el director de comunicación social de Pemex, Ignacio Durán, observaba la escena con una tranquilidad impasible. Había convocado al desayuno para que el muchacho, uno más en la comunidad de asesores del director de la petrolera, Emilio Lozoya, mostrara a los periodistas por qué era un buen negocio comprar a Altos Hornos de México una planta de fertilizantes en Coatzacoalcos que operaba con cuentas incobrables por 545 millones de pesos y había estado fuera de operación durante 14 años.

La paradoja era difícil de explicar desde la ilusión del asesor. Tres meses antes de esta insólita decisión de Pemex de comprar el complejo Agro Nitrogenados para producir “el 75 por ciento de la demanda nacional” de fertilizantes, la petrolera había anunciado un negocio en sentido inverso.

Con el alegato de una falta de recursos y la necesidad de la inversión privada, el consejo de administración aprobó la enajenación del complejo petroquímico de Pajaritos, ubicado allí mismo en Coatzacoalcos. El beneficiario era Mexichem, propiedad de Antonio del Valle, uno de los hombres más ricos de México.

Cuando se aprobó la venta a la familia Del Valle, la falta de transparencia y la turbia administración en las finanzas del complejo hoy enlutado por la muerte de 32 trabajadores después de la explosión del miércoles 20 de abril, ya contaban una década.

En 2003 Pemex había gastado 2 mil 500 millones de pesos para remodelarlo. El dinero se echó a la basura. Los equipos nunca funcionaron, ya que “alguien” en la planta olvidó hacer pruebas de arranque.

En 2011, la Auditoría Superior de la Federación encontró que Pajaritos había operado con resultados negativos desde 2001. El hallazgo resultaba incongruente, porque el 36 por ciento de la planta había “permanecido ociosa”.

Los encargados de Pemex Petroquímica entregaron a los auditores un argumento igual de surrealista: los proyectos para los que tenían aprobado dinero no se habían realizado porque los contratos nunca se firmaron, se consideraron no prioritarios, se les pasó el plazo para la contratación o las licitaciones quedaron desiertas y no se convocaron a nuevas.

A pesar de haber tenido el dinero y no haberlo gastado, Pemex aprobó en 2013 que se entregara a Mexichem las plantas de etileno y clorados en Pajaritos, ambas en funcionamiento. La promesa de los privados era que invertirían 200 millones de dólares, cuando una planta nueva costaba 90 millones. La petrolera no aclaró la diferencia de costos y reservó por 12 años el expediente de integración de Pajaritos con Mexichem.

Del lado de Antonio del Valle, el compromiso se veía cuesta arriba. La compañía que operaría Pajaritos, Petroquímica Mexicana del Vinilo, ya había anunciado a la Bolsa Mexicana de Valores que operaba con pasivos por 949.5 millones de pesos.

La operación de la planta se realizó por medio de Pemex Internacional con PPQ Cadena Productiva, una filial creada en España. Pemex aceptó a la ASF que el objetivo de este movimiento ibérico era que “los movimientos de capitales, los dividendos y las utilidades generadas estarían exentos de impuestos”.

La cronología de esta inversión millonaria resultó un papel en blanco. En la última semana la bitácora del conteo de muertos, la espera de las familias por el reconocimiento de los cadáveres, el coro de miles de voces en Coatzacoalcos que han gritado: lo veíamos venir, alimentan las preguntas que aquella vez hicimos al joven que nos explicaba con ahínco el proyecto más importante de su incipiente carrera.

¿Por qué se enajenó Pajaritos y se compró Agro Nitrogenados? ¿En verdad Pemex no tenía dinero para ocuparse de Pajaritos? ¿En verdad esta decisión torcida fue un premio para un joven asesor que recibió la oportunidad de su vida?

La crónica de estas 32 muertes se compone de dos años en que el abandono de la planta, la falta de mantenimiento, la reubicación, jubilación y liquidación de cientos de trabajadores de Pemex, los incidentes no atendidos, la contratación de proveedores externos sin experiencia en trabajos de alto riesgo para trabajos mínimos de mantenimiento y remodelación, que habrían sido los fallecidos a decir de Mexichem, resultan un ominoso camino a una tragedia anunciada.

Pero el destino de la planta, aún con los más de 500 millones que ha perdido Mexichem de su valor en Bolsa después del accidente, no parece tener un mejor horizonte.

Apenas 24 horas antes de que las imágenes de una espesa columna negra de humo avanzando a paso lento en el cielo de Coatzacoalcos ahitaran las redes sociales, en el Congreso mexicano se votaba una Ley de Transparencia que salvaría a Mexichem de abrir sus libros y dar cuentas de lo sucedido.

“Nosotros nos abstuvimos en la votación, porque resolvieron votarla sin que las asociaciones público privadas como la de Mexichem en Pajaritos tuvieran obligaciones de transparencia como sujetos obligados”, me dijo al teléfono Rocío Nahle, una mujer recia y de palabras duras que durante una década ha denunciado, incluso penalmente, las irregularidades en el complejo.

La primera vez que hablamos sobre Pajaritos, hace seis años, Nahle aún no era asesora de Dolores Padierna en el Senado, aún no había ganado la diputación federal por Morena, aún no podía subir a la tribuna para pedir al gobierno que llamara a cuentas a Mexichem o le revocara la entrega de la planta. En aquel momento, ella escribía sus denuncias en un periódico local de Coatzacoalcos y mostraba a los periodistas los documentos, explicaba los tecnicismos, buscaba hacerles partícipe de su indignación.

Pemex emitió cinco boletines de prensa sobre el accidente del miércoles 20 sin incluir el logotipo de Mexichem. En el sexto boletín, cuando decidieron que era buena idea compartir la responsabilidad con la empresa que verdaderamente operaba el complejo, el anuncio versó en que “los esfuerzos coordinados entre Mexichem y Pemex tienen como prioridad la búsqueda de los desaparecidos y la atención a sus familiares”. No hubo, ni ha habido, un llamado a cuentas, una sanción, una orden de aprehensión contra algún responsable.

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.

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