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Alma Delia Murillo

16/04/2016 - 12:02 am

Soy pero no existo

Vine a deprimirme al bar de un Sanborns porque abril, ya se sabe, es un hijo de puta.

Soy pero no existo.Foto: lamonomagazine
Soy pero no existo.Foto: lamonomagazine

Vine a deprimirme al bar de un Sanborns porque abril, ya se sabe, es un hijo de puta.

Sí, también podría decirlo citando el extraordinario poema de T. S. Eliot: “Abril es el mes más cruel”, pero no soy T.S. Eliot ni sus razones son las mías.
He caminado tanto bajo el imposible sol de estos días que llevo enrojecidos los hombros y la piel sobre mi nariz se desprende como si me hubiera tirado una semana en ese inhóspito sitio al que, incomprensiblemente para mí, la gente se va de vacaciones: la playa.

Con el metabolismo en abrasión y con la cabeza hirviendo luego de entregarme a inconfesables pensamientos durante el trayecto, miro al barman y le pido un vino blanco, ese remedo blandito y poco respetable del vino tinto. No sé por qué lo hago si a mí ni me gusta beber eso, supongo que estoy perdiendo mis límites morales o yo qué sé. El hombrecito (es realmente bajo) enfundado en un saco rojo que es una calamidad de la industria textil y del diseño, me mira con cierta sorpresa y me orienta: señorita, el restaurante es en la puerta contigua, aquí es el bar. Le hubiera dado un beso sólo porque dijo “puerta contigua” y porque me llamó señorita ahora que ya todos me dicen señora. Le hubiera dado un beso y le hubiera dicho que esa prenda roja atenta contra su dignidad y sus derechos humanos de no ser porque no puedo desperdiciar mis disparos de impunidad hoy que me he enterado de que no existo.

Me enteré de mi desaparición esta mañana que tenía una cita con el sistema fiscal y, a nadie sorprenderá la tragedia anunciada, todo ha salido mal.
Así que hoy, luego de una jornada de mierda en la que fui informada de mi no existencia, tenía que ser el histórico día en el que entrara a este misterioso universo paralelo del bar de Sanborns.

Universo del que no formo parte, para qué voy a pretender, es obvio que aquí sólo soy una forastera, lo sé porque poco a poco van llegando los lugareños que son señores que beben de verdad y ordenan tuteando al mesero como si fueran viejos camaradas: regálame un etiqueta negra con agua mineral, ponme un herradura reposado, te encargo dos caballitos de vodka wyborowa.
Joder, y yo con mi copita de vino blanco que además está templada, al menos estuviera bien fría.

Dejé vagar la vista por el lugar sólo para constatar que es inevitablemente feo: mesas y sillones forrados con ese anti color beige, crema o nude como le llaman ahora y que parece ser el nuevo gris, el nuevo tono chic para matizar la tristeza con estilo. Agreguemos que el mobiliario está hecho de tales materiales que las piezas parecen más juguetes que muebles sólidos pero bueno, había sombra, silencio, y una luz tenue que encontré paradisíaca luego de andar por el Paseo de la Reforma con el sol lacerándome el cuello y el asfalto quemándome las plantas de los pies.
Con dos parpadeos regresé a la concatenación de los hechos, a la secuencia de negligencias y miserias de las que está hecho nuestro sistema fiscal y el país entero.

Comencemos por aceptar que soy una perdedora, es decir una ciudadana pagaimpuestos —anoten eso, pagafantas—, que es fórmula segura de la ruina patrimonial en México: entrego poco más del 30 por ciento de lo que gano al sistema tributario desde hace veinte años que comencé a trabajar y en dos décadas no he logrado ver retribuidas mis aportaciones pues no tengo servicios públicos eficientes, es más, ni siquiera hay botes de basura en veinte calles a la redonda en mi barrio —anote eso, Ricardo Monreal, jefe delegacional de la Cuauhtémoc, ¿no puede resolver al menos el asunto de los botes de basura?—

Ya, vuelvo a la historia.
Mi deber fiscal era renovar la firma electrónica pero no pude hacerlo porque el sistema tributario acaba de descubrir que desde hace diez años (¡!) hay dos registros de contribuyente a mi nombre y uno, desde luego, está equivocado. Me enviaron a una oficina de Gobernación diminuta, cenicienta y un punto más deprimente que el bar de Sanborns aunque con el mismo tono beige, muy en tendencia. Ahí debían cancelar el registro apócrifo pero, ay de mí, en esa dependencia descubrieron, luego de treinta y ocho años, que no existo. Tómala.

No existo o soy como Dios que existe pero no hay. Porque lo que no hay mío es un registro en la base de datos del sistema nacional del registro civil y “más que nada, sin eso, es como si usted no existiera, señorita, por lo mismo de lo del sistema” me explicó con prístino razonamiento el funcionario en turno.
La que ha pagado impuestos, renovado su pasaporte e incluso renovado su acta de nacimiento por los métodos legales y de transparencia (ja ja ja) que ofrecen quienes administran este país, no he sido yo sino una entelequia que, carente de registro en la base de datos, no existe.

Mi copa de vino blanco seguía intacta cuando mi entendimiento se iluminó: tal vez el Universo es tan generoso que me ha hecho saber por vías misteriosas, que hasta ahora sólo he vivido la precuela de mi vida y que, a partir de este momento, voy a convertirme en otra persona, o mejor todavía, en un personaje.
Pongamos, por caso, que puedo convertirme en una especie de Meursault, el personaje de Camus y que, deslumbrada por el sol, disparo sin pensarlo sobre el presidente municipal que tranquilamente engorda sus arcas sobre tierras infestadas de fosas con cadáveres, o sobre el junior violador que confía en su impunidad por apellidarse como su padre, o sobre el ex gobernador que viaja por el mundo en yates comprados con el inagotable dinero de nuestras contribuciones fiscales destinadas a la corrupción…

No se escandalicen, que no haré nada, solo juego a imaginar estupideces ahora que no existo y que hago el duelo por mi muerte oficial en el bar de un Sanborns. No me queda más que suplicarles, encarecidamente, que si todo va bien en sus vidas no se asomen al registro oficial de su existencia, no vaya a ser que, como yo, se enteren de que no hay ustedes. Y, créanme, puede ser duro remontar la identidad desde ahí.

Twitter: @AlmaDeliaMC

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