Rita Varela Mayorga
08/03/2016 - 12:00 am
El daño del voto duro: ese 30% que decide...
Es la democracia, dicen los que ganan, y la decisión de la mayoría se respeta. Y sí, en una democracia en la que se vota con libertad, con condiciones de igualdad y sin arbitrariedades, todo con el respaldo de la Ley, esa mayoría no se le debe escatimar a nadie. Pero en México, donde aún […]
Es la democracia, dicen los que ganan, y la decisión de la mayoría se respeta.
Y sí, en una democracia en la que se vota con libertad, con condiciones de igualdad y sin arbitrariedades, todo con el respaldo de la Ley, esa mayoría no se le debe escatimar a nadie.
Pero en México, donde aún prevalecen excesos, avalados además por instituciones que tienen el encargo y la responsabilidad de vigilar el cumplimiento de la Ley, la democracia se inscribe en un papel pero está aún lejos de cumplirse.
Es más, se basa y tiene como meta sólo la superioridad numérica y nunca la legitimidad. Responde, en todo caso, a una operación política, a un cálculo realizado desde el escritorio y con base en negociaciones en lo oscurito, y el objetivo es desde hace décadas un porcentaje mágico: el 30 por ciento del padrón electoral, como mínimo, porque con eso alcanza…
Enrique Peña Nieto, por ejemplo, ganó la Presidencia de la República en julio de 2012 con 19 millones 158 mil 592 votos a favor; esto es, 38.25 por ciento de los mexicanos inscritos en el padrón electoral y todo un récord para el PRI.
Sin embargo, esa cifra significó una representación menor al 17 por ciento de la población total del país en ese entonces.
En su momento más crítico, el de la elección de julio de 2006, el tricolor, con su candidato Roberto Madrazo Pintado, apenas pudo captar 9 millones 301 mil 444 votos en las urnas, un 22.26 por ciento del total que, por primera vez en su historia, lo situó como tercera fuerza política en el país.
El ganador entonces, el panista Felipe Calderón Hinojosa, se alzó con la victoria con 15 millones 284 votos, 35.89 por ciento de los sufragios; mientras su más cercano competidor, Andrés Manuel López Obrador, contabilizó 14 millones 756 mil 350 votos, esto es 35.33 por ciento.
De nuevo, el ganador de esa contienda apenas si representó a un 15 por ciento de la población total en el país.
Un ejercicio de investigación que por estos días se publica en SinEmbargo, en torno a los 87 años de vida del Partido Revolucionario Institucional y de cara a su actuación en las elecciones de junio próximo, revela que ese 30 por ciento del padrón le bastó al tricolor, por lo menos de los ochenta del siglo pasado hasta el 2000, cuando perdió la Presidencia, para ganar fácilmente en las urnas, y cómo su poder de movilización, basado en el voto duro, les ha dado para recuperar la administración a nivel federal.
En el caso de los estados, por ejemplo, esa meta del 30 por ciento es incluso menor y menos complicada, por el férreo control que tienen en las bases. Eso explica, dicen politólogos consultados, cómo es que el Revolucionario Institucional ha podido gobernar por más de 87 años nueve entidades que aún no conocen de alternancia: Campeche, Coahuila, Colima, Durango, Estado de México, Hidalgo, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz.
Pero también, se destaca, el PRI despliega una estrategia de escritorio que incluye ahora alianzas naturales con partidos políticos –como el Verde y el Panal– e incluso las que son antinatura –como las que ha protagonizado con el PRD y el PAN, lo mismo en comicios que a la hora de votar en el Congreso–.
Pero, ¿es válido que cerca de un 18 por ciento de la población total de un país decida su porvenir y quién lo gobierna?
En esta democracia sí, eso se vale.
Es lo que ha impuesto, hasta ahora, ese 30 por ciento de los ciudadanos en el padrón electoral. Una minoría que, al final, pone en charola de plata el mando del país a un reducido grupo que, luego, opera sin contrapesos ni limitaciones.
La cita para votar en junio próximo está cerca. Será, de nuevo, otra prueba para los ciudadanos que aún dudan de participar en los comicios y se rehúsan a emitir su sufragio por decepción, por incredulidad en las instituciones, principalmente en el Instituto Nacional Electoral, e incluso por abulia.
Pero es la ausencia de todos esos ciudadanos la que conviene al partido en el poder, y a sus aliados… No votar, claro, significa que ese 30 por ciento estará seguro y que, otra vez, menos de 17 o 15 por ciento del total de los mexicanos decidirán, con esta democracia endeble, por la verdadera mayoría.
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