Adrián López Ortiz
03/03/2016 - 12:00 am
Trump: encender la alerta
Espero que el caso de Donald Trump nos ayude a no cometer el mismo error otra vez: subestimar lo que subyace a su capacidad de convocatoria. Dejar de tomarlo en serio mientras su discurso posibilita una política destructiva.
Dice Timothy Snyder en el prólogo de Black Earth: the Holocaust as history and warning: “Hitler’s worldview did not bring about the Holocaust by itself, but its hidden coherence generated new sorts of destructive politics, and new knowledge of the human capacity for mass murder”.
Espero que el caso de Donald Trump nos ayude a no cometer el mismo error otra vez: subestimar lo que subyace a su capacidad de convocatoria. Dejar de tomarlo en serio mientras su discurso posibilita una política destructiva.
Lo digo porque el magnate estadunidense comenzó siendo una mala broma para el Partido Republicano hasta convertirse en una pesadilla política para todo el país y el resto del mundo. Su estrategia de outsider decidido y resuelto ha funcionado en el contexto de la apatía y la indiferencia que los partidos generan entre los ciudadanos.
Nos guste o no, Trump está en la carrera. Y la sola idea de verlo en la presidencia del país más poderoso del mundo nos aterra.
Al igual que muchos analistas, dudo mucho que si Trump se convierte en el nominado republicano (lo que sí es altamente probable), eso le alcance para ganarle a Hillary Clinton del Partido Demócrata. El voto duro, radical y extremista al que apela Donald J. Trump no parece ser suficiente para ganar la contienda nacional. Tampoco se ve probable que pueda captar la franja necesaria de indecisos o votantes moderados.
Pero no es Trump en sí mismo lo que me preocupa. Sino lo que hay detrás de su carismática figura. El alimento de su discurso de odio.
La semana pasada participé en una conversación transnacional entre el CIDE y la Walter Cronkite School of Journalism de la Universidad de Arizona (ASU). Allí, el Dr. Gerardo Maldonado expuso brevemente los resultados de una encuesta para entender mejor cómo funciona la relación entre mexicanos y estadounidenses.
Según los datos, de 2004 a 2014, la opinión favorable de mexicanos sobre estadounidenses se ha incrementado; en cambio, la opinión favorable de los estadounidenses sobre los mexicanos se ha deteriorado de manera relevante. La frase de Gerardo me hizo un sentido abrumador: "mientras mejor nos caen los estadunidenses a nosotros, peor les caemos nosotros a ellos".
Y aventuro aquí dos teorías al respecto.
Por una lado me parece que el estancamiento del crecimiento económico estadounidense tras el derrumbe del sueño inmobiliario que significó la crisis de la codicia, ha llevado a los estadounidenses a justificar sus cifras de desempleo en las oportunidades que les “quitan” los inmigrantes. La frase de Trump lo ejemplifica sobremanera: "México nos manda lo peor de sus ciudadanos".
Además, el incremento del poderío de los cárteles del narcotráfico mexicano y sus operaciones comerciales y violentas en los Estados Unidos, es algo que tampoco le gusta a nuestros vecinos. Recomiendo ver el documental nominado al Óscar Tierra de Carteles (disponible en Netflix) para entender cómo ciertos estadounidenses ven el riesgo de un “contagio” de la violencia mexicana al otro lado de la frontera.
Ambas explicaciones tienen que ver con buscar el problema afuera y no adentro. Buscar un culpable sustituto en lugar de asumir la responsabilidad que le toca a cada nación en esta relación bilateral en cuanto a seguridad, crimen organizado, migración y agenda económica.
Pensar en la construcción de un muro entre dos naciones con una historia compartida y cuyo intercambio cultural y comercial es enorme, es una estupidez. Lo interesante es que mucha gente del lado estadounidense no lo consideran descabellado: es la lógica de la discriminación y el racismo en pleno siglo XXI, paradójicamente empujada al interior de la nación más avanzada del mundo.
En su libro, Los próximos 100 años, G. Friedman, director de la agencia Stratfor habla de cómo este siglo seguirá siendo básicamente dominando por los Estados Unidos de América. Su poderío económico y militar seguirá siendo la razón por la que el mundo de las próximas décadas continuará siendo pro-americano. Pero también dice Friedman que a partir de 2050-2060, Estados Unidos requerirá muchos jóvenes debido al envejecimiento de su población. Mano de obra y talento que saldrá de todas las regiones del mundo pero, por obvias razones geográficas, mayoritarisamente del bono demográfico de México.
Desde ese ángulo geopolítico, la lógica que debe privar en la relación entre ambos países es la cooperación y la apertura, no la cerrazón.
Quiero pensar que la cordura y la inteligencia privará en la mayor parte de la población estadounidense en caso de una elección Clinton vs Trump. Pero el resultado de esa elección no anulará el sentimiento de rechazo de un amplio sector de estadounidenses hacia mexicanos y latinos.
Deberíamos estar preocupados por eso. Deberíamos ser mucho más claros y contundentes desde la Cancillería y la Presidencia para hacer frente al discurso de Trump.
Es hora de asumir postura, frente al racismo y la intolerancia no podemos ofrecer diplomacia. No es un asunto de formas, sino de firmeza en el fondo: nuestro rechazo tajante al discurso de odio, venga de donde venga.
La historia nos ha enseñado que las dinámicas de discriminación y exterminio no surgen de la nada, se construyen paulatinamente frente a los ojos de todos. Deberíamos dejar de pensar que Trump es un mal chiste. Deberíamos tomarlo en serio, encender la alerta.
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