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Gerardo Grande

27/02/2016 - 12:00 am

Compartir un libro es convidar un poco de la vida misma

Hace unos días un amigo me regaló una bellísima edición de Farabeuf de Elizondo.

Hace unos días un amigo me regaló una bellísima edición de Farabeuf de Elizondo. Foto: Especial
Hace unos días un amigo me regaló una bellísima edición de Farabeuf de Elizondo. Foto: Especial

Hace unos días un amigo me regaló una bellísima edición de Farabeuf de Elizondo. Yo había ido a su casa y trabajamos duro con un libro durante todo el día: corregimos, editamos, cortamos y pegamos. Todo lo que se hace para dejar listo un libro antes de enviarlo con el diseñador. Ya en la noche, mientras acomodábamos por decenas ejemplares de poesía, novela y teatro, apareció esta edición. La tomé e intercambiamos unas frases rápidas sobre la novela y después mi amigo me dijo que me regalaba su Farabeuf, cabe mencionar que el ejemplar era nuevo, no por haber sido comprado recientemente; sino porque todavía estaba retractilado.

¿En serio? Sí, wey, llévatelo. Así de simple le dije y él me respondió. Pero en ese gesto, en esas palabras, se esconde algo más interesante: me refiero a lo que significa regalar un libro en cualquier momento y situación.

Existe el dicho de “es tonto el que presta un libro; pero más tonto el que lo regresa” y no estoy de acuerdo con esto. Prestar un libro es un acto de generosidad y de estima hacia el otro. Para mí, regalar un libro es un gesto de fraternidad. Quien regala un libro comparte una parte de sí.

En este caso sé que Farabeuf es muy importante para mi amigo, no sólo porque le encanta esta cumbre de la novela de la escritura, también porque cuando la leyó por primera vez él pasaba por situaciones que lo marcaron para bien. Todo lo que un hombre lee se convierte en parte fundamental de su formación. Compartir un libro es convidar un poco de la vida misma; invitar a comprenderse mejor.

Recuerdo que hace unos años con un grupo de amigos nos gustaba regresar a casa caminando después de las fiestas. Cuatro o seis muchachos con el cabello largo leyendo poemas en las calles sucias, entre borrachos, pasándose los libros de mano en mano. Algo nos protegía: la danza, la escritura y esos poemas leídos a gritos. Eran las noches del lenguaje de la sangre que se amotina en el pecho; el pecho que crece y abarca la habitación y crece y abarca una ciudad y crece y abarca la vida y crece y abarca un poema; mientras se mira pasar el último coche de bomberos que viene del infierno.

Al finalizar la caminata siempre te quedabas con un libro que no era tuyo en principio, y así volvías a casa. Tu libro lo tenía otro amigo y en la siguiente reunión todos hablábamos de nuestras nuevas lecturas. Así compartimos algo de nuestra formación. Así enriquecimos nuestros puntos de vista y se puso a girar el sistema planetario que nos habita.

Supongo que hay que regalar más libros pues es abrirse a los otros; poner el pecho a las balas de los días y buscar que algo salgo bien.

Gerardo Grande
Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Poeta. Publicó La edad atómica (La Bella Varsovia, Córdoba, España, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, Entre Ríos, Argentina, 2015), Seguir (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, Argentina, 2016). Es co-compilador de Astronave, panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, México, 2015).

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