Adrián López Ortiz
25/02/2016 - 12:01 am
Limpiar la policía, ¡pero en serio!
No se necesita ser brujo para saber que nuestras policías están podridas. Los niveles de corrupción y cooptación por el crimen organizado varían según el municipio o el estado, pero prácticamente en todo México nuestra policía “civil” es un fracaso.
No se necesita ser brujo para saber que nuestras policías están podridas. Los niveles de corrupción y cooptación por el crimen organizado varían según el municipio o el estado, pero prácticamente en todo México nuestra policía “civil” es un fracaso. Las cifras de impunidad lo confirman.
Las policías mexicanas no están capacitadas, están medio equipadas y, lo peor de todo, muchas de ellas obedecen a intereses de grupos de poder que no somos los ciudadanos.
A pesar de la gran cantidad de recursos que se les ha inyectado últimamente en instalaciones, equipamiento, armas, vehículos y telecomunicaciones, en el fondo lo que priva es la desconfianza. Según una encuesta reciente de Parametría, al 77 por ciento de la población le inspira poca o nada de confianza la policía estatal. Solo el 22 por ciento respondió que confía mucho o algo en la misma.
Nuestra policía es una de las instituciones más desprestigiadas del país, solo por debajo de los diputados y los partidos políticos. El asunto es serio: hablamos de las instituciones que hemos creado para prevenir el delito y cuidarnos de los criminales.
La desconfianza tiene un fondo más grave: los mexicanos le tienen miedo a sus policías.
Pongo el acento precisamente en el momento en que los legisladores debaten la posibilidad del Mando Único. No estoy seguro que ese modelo sea la panacea. Si bien puede evitar burocracia, mejorar la velocidad en la toma de decisiones e incrementar la eficacia de los cuerpos policiacos; me preocupa que frente al poder inmenso del crimen organizado, los nuevos líderes de esos mandos tengan la capacidad, la voluntad y los recursos para no dejarse corromper. El monstruo mafioso en México no es menor, no podemos subestimarlo.
La vulnerabilidad de nuestros mandos frente a los capos del crimen organizado es tan grande que se explica en los más recientes operativos para la captura de Joaquín Guzmán Loera: en ese tipo de operativos la inteligencia es siempre militar y con apoyo de los Estados Unidos, la ejecución suele llevarla a cabo un grupo especial de la Marina y de los operativos las autoridades locales nunca saben nada. Ni el Gobernador Mario López Valdez, ni los Secretarios de Gobierno o de Seguridad, así como los jefes policiales de Sinaloa, fueron enterados de los operativos en Mazatlán en 2014 y en Los Mochis en 2015.
¿Por qué? No confían en ellos debido al grado de infiltración del crimen organizado en sus estructuras.
En el fondo, esa corrupción es la misma razón por la que el crimen organizado controla los penales y permite que al interior de ellos veamos restaurantes o spas. Salones de masaje y fiestas organizadas por reos privilegiados. Los carteles mexicanos han llevado su dominio a las cárceles para usarlas como centros de reclutamiento, capacitación y operaciones. Incluso, como sucedió en Nuevo León, como escenarios perfectos para la limpieza de enemigos.
Implementar el Mando Único sin realizar verdaderas depuraciones de los cuerpos policiacos, a través de mecanismos de control de confianza rigurosos y profesionales a lo largo y ancho de las jerarquías, sería un error garrafal. Ya tenemos suficientes Comandantes que responden a las órdenes del capo en turno mientras viven de nuestros impuestos.
Depurar con velocidad y transparencia debe ser una de las prioridades del gobierno. Mientras nuestras policías sean incapaces de operar con honestidad, pulcritud y eficacia, los pocos delincuentes que son capturados seguirán quedando libres argumentando la violación al debido proceso o deficiencias en la cadena de custodia.
Hasta ahora, lo que vemos es la creación de policías “elite” o “fuerzas especiales” más como una ocurrencia para acallar los reclamos de la ciudadanía, que como verdaderas estrategias de formación de cuerpos de proximidad social. Por eso la única alternativa que tienen las regiones más violentas de este país, como Ciudad Juárez, Reynosa o Culiacán, es pedir auxilio a las fuerzas armadas.
Estamos gastando mucho dinero en este rubro y el modelo no ha sido exitoso. No podemos olvidar que el problema de nuestras policías es añejo y estructural: elementos mal pagados y mal capacitados que obedecen a cadenas de mando corrompidas por el crimen organizado o el poder político.
Porque hay que decirlo, en muchas regiones del país la policía no solo no protege a los ciudadanos, sino que sirve de brazo operativo de los carteles del narcotráfico para secuestrar, asesinar o desaparecer. Como muestra, ahí está el caso de los jóvenes desaparecidos de Tierra Blanca, Veracruz.
Junto con la corrupción, uno de nuestros males más graves es la impunidad. Gran parte de ella se explica precisamente en la deficiencia de nuestros cuerpos policiales. El resto puede hallarse en el vergonzoso papel de nuestro sistema de procuración de justicia.
Por eso hay que limpiar las policías mexicanas desde el fondo. Seguir en la simulación solo nos endilgará más muertos y desaparecidos, al tiempo que el desprestigio aumenta y la confianza ciudadana se desploma. En ese contexto, los policías honestos y comprometidos que tenemos (porque los hay), poco pueden hacer frente a una estructura que es corrupta y corruptora.
Urge limpiar las policías, pero en serio.
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