En México pagan justos por pecadores, pero nadie se queda sin pagar.
Los últimos acontecimientos (sólo los acumulados la pasada semana) nos hablan de un país que está de bruces y de un sistema político (y moral) en fase terminal.
No sólo venimos arrastrando todavía el gran problema de corrupción e impunidad que significó la "casa blanca" (que le “costó” su meteórica carrera periodística a Carmen Aristegui), los 43 desaparecidos de Ayotzinapa (para los cuales no ha habido justicia que valga) o la fuga de "El Chapo" (que para muchos no ha sido saldada con su recaptura), sino también hay que agregar a esto el crimen de Gisela Mota (ex alcaldesa de Temixco), la detención por lavado de dinero del priista Humberto Moreira en Madrid (ya en sospechosa libertad), el ecocidio en Tajamar (que la Profepa dice que no) y, recientemente, las declaraciones de Andrea Legarreta sobre el no impacto del desorbitado aumento del dólar en la economía de los mexicanos, que le valió a la pobre presentadora televisiva una merecida andanada de burlas e insultos.
Si a todo esto agregamos la ola de crímenes (del narco o no) que siguen asolando todas las entidades federativas sin excepción, más los cientos o miles de casos de extorsión que los mexicanos padecen todos los días, el Gobierno de la República y los gobiernos de los estados (incluidos los municipales) no están para arrojar vivas.
Hay una crisis grave en nuestro sistema político y económico, sí, pero más grave es la crisis moral que vivimos los mexicanos, cada vez más inmunes al dolor ajeno y más bien adaptados a la violencia, corrupción e indiferencia.
Hace un par de días apenas, Donald Trump, polémico empresario estadounidense que busca la presidencia de su país, volvió a arremeter en contra de los mexicanos, diciendo (cito de memoria) que eran prácticamente un estorbo para el desarrollo de su nación. Como es costumbre, la respuesta de la comunidad latina no se hizo esperar e incluso Trump recibió a cambio un jitomatazo.
Las declaraciones de Trump en contra de México y los mexicanos nos han dolido en lo hondo, es cierto, pero lamentablemente poco o nulas pruebas hemos presentado para negarlas de forma contundente.
Esto no es lo peor: lo peor es que un altísimo porcentaje de estadounidenses piensan de nosotros (aunque no lo digan) lo mismo que Trump, de ahí que el precandidato republicano vaya arriba en las encuestas presidenciales y, para mal de millones de inmigrantes, con muchas probabilidades de ganar.
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