Author image

Gerardo Grande

16/01/2016 - 12:00 am

Festivales de poesía, micromundos necesarios

Creer que lo que se escribe enlaza con la antena de alguien más; meter en una maleta unos cuantos libros, tomar un autobús o avión y llegar a un sitio para compartir delirios y poemas. Incluso, hay ciudades que se preparan con varios meses de anticipación para ofrecer estos eventos.

Los festivales de este tipo van más allá de la simple presentación de una obra o un grupo de poetas. Son micromundos de resistencia y propuestas creativas. Micromundos necesarios y valiosos en este tiempo. Foto: shutterstock
Los festivales de este tipo van más allá de la simple presentación de una obra o un grupo de poetas. Son micromundos de resistencia y propuestas creativas. Micromundos necesarios y valiosos en este tiempo. Foto: shutterstock

La poesía brinda distintas formas de felicidad y satisfacción para el poeta, algunas más perdurables que otras. Estos momentos hacen pensar que uno no se equivocó de arte ni de oficio. Tal es el caso de cuando llega la invitación a participar en un festival de poesía. Ya es fascinante el hecho de preparar una lectura durante varios días para salir a compartir como los toreros: ofrecer recibiendo.

Creer que lo que se escribe enlaza con la antena de alguien más; meter en una maleta unos cuantos libros, tomar un autobús o avión y llegar a un sitio para compartir delirios y poemas. Incluso, hay ciudades que se preparan con varios meses de anticipación para ofrecer estos eventos.

A veces, uno encuentra la cartelera del festival colgada a la entrada de la ciudad. Por la calle o en los subterráneos se topa con carteles y flyers que anuncian el festejo de la palabra. No importa el tamaño del festival, no importa si éste lleva años de realización y cuenta con abundantes patrocinadores o si es un festival pequeño realizado con la plata de sus jóvenes creadores.

No importa nada de eso cuando el motivo es festejar y creer que algo se hace, pues es cierto, algo se provoca con estos eventos y quién sabe qué alcances puede llegar a tener. En cuestión de horas se genera una atmósfera casi siempre fraterna: los autores conviven intensamente en un lapso de tres a cinco días aproximadamente. Se intercambian libros y propuestas para futuras publicaciones. La noche dura más tiempo y los días se empapan de tragos y momentos luminosos.

Puede ser que varios de estos participantes no se hablen más después del festival; algunos autores establecen una dinámica de intercambio de ideas y convivencia que perdura hasta el nuevo chisme literario, otros, me gusta pensar que forjan una camaradería que va más allá del mundo de las publicaciones y de las lecturas.

Digo que se comparten delirios pues creo que es una bella locura hacer y participar en un festival de poesía cuando aparentemente la gente no lee poesía; aunque al finalizar el evento, organizadores, autores y todos los participantes descubren lo contrario.

Los festivales de este tipo van más allá de la simple presentación de una obra o un grupo de poetas. Son micromundos de resistencia y propuestas creativas. Micromundos necesarios y valiosos en este tiempo.

Si los narcotraficantes, los políticos y demás asesinos de la belleza se organizan; se reúnen para fomentar las miserias del mundo, yo festejo que los escritores se organicen, se reúnan para proponer floras y faunas de otras dimensiones.

Quiero aclarar que siempre es más lo que recibe el poeta que lo que da: en una lectura uno aprende de las personas que escuchan, uno se lleva lo mejor de ese posible público cada vez menos pasivo.

Son abundantes los festivales que presentan alternativas a la idea que el imaginario colectivo puede tener de las lecturas en tiempo real, es decir, en un auditorio y detrás de una mesa con un viejo que dice o balbucea versos.

Muchos festivales incluso combinan presentaciones en bares y calles con lecturas en centros culturales y sí, auditorios, pues hay propuestas para todos los gustos.

Tal es el caso de los mejores eventos de poesía en el continente, como el Festival Internacional de Poesía de Rosario o el Festival de Poesía de Córdoba, estos dos en Argentina; el Poquita fe en Chile o el Festival Internacional de Poesía Caracol, en México.

En estos encuentros conviven autores muy jóvenes con escritores de amplia trayectoria y creo que las dos partes vuelven a casa con un punto parpadeante para el mapa personal de constelaciones.

El escritor se da cuenta que a alguien le importa lo que escribe. El lector participa exteriorizando sus inquietudes respecto al proceso creativo de una obra o cualquier tema que tenga que ver con la escritura de un poema.

El que escucha ofrece y recibe. Uno vuelve a casa o a donde sea feliz y creyendo, sí, que no se equivocó de arte ni de oficio.

Gerardo Grande
Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Poeta. Publicó La edad atómica (La Bella Varsovia, Córdoba, España, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, Entre Ríos, Argentina, 2015), Seguir (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, Argentina, 2016). Es co-compilador de Astronave, panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, México, 2015).

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas