Rita Varela Mayorga
12/01/2016 - 12:00 am
Tres momentos de éxtasis… muy poco para tres años de agravios
La victoria del Gobierno de México por la captura de Joaquín Guzmán Loera se antoja pírrica si se compara con los retrocesos y grandes pendientes que la administración del Presidente Enrique Peña Nieto suma en apenas tres años del sexenio
Durante tres años y casi dos meses al frente de la Presidencia, Enrique Peña Nieto sólo ha tenido tres momentos claros de gloria y dos de ellos –incluido un retortijón de esos que hacen época– han incluido a Joaquín Guzmán Loera.
El del 1 de diciembre de 2012, cuando desde Palacio Nacional dirigió su primer mensaje a la Nación como Jefe del Ejecutivo federal y entonces, todavía, representaba una esperanza de cambio a la estrategia de guerra que desencadenó su antecesor, Felipe Calderón Hinojosa, y que sumió al país en la inseguridad, en una ola de violaciones a los derechos humanos y más y más injusticia.
El del 22 de febrero de 2014 cuando, por segunda ocasión en su carrera delictiva, Guzmán Loera, “El Chapo”, fue aprehendido por los elementos de la Secretaría de Marina, en un operativo en Mazatlán, Sinaloa, donde, se dijo, no se realizó un solo disparo para aprender a quien entonces era el narcotraficante más buscado tanto por las autoridades mexicanas como por las de Estados Unidos.
“El Chapo” había permanecido prófugo durante 13 años, un mes y tres días, luego de que el 19 de enero de 2001 escapara del penal federal de “alta seguridad” de Puente Grande, en Jalisco, escondido, dicen, en un carrito de la lavandería.
“Reconozco la labor de las instituciones de seguridad del Estado mexicano, para lograr la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera en Mazatlán”, dijo entonces el Presidente Peña Nieto a través de su cuenta de Twitter [@epn], y en otro mensaje agregó: “El gobierno de la República trabaja para garantizar la seguridad y el Estado de Derecho en el territorio y lograr un México en paz”.
Por supuesto, la sonrisa se le borró a todo el Gabinete, principalmente al de seguridad, cuando el capo, aún líder del Cartel de Sinaloa, el más influyente y vetusto de México, se escapó del Penal de “máxima seguridad” de “El Altiplano” por un túnel de mil 500 metros de longitud y de 1.70 metros de altura.
El golpe a la credibilidad del Gobierno de Peña fue enorme. Apenas 17 meses le duró el gusto, porque luego de ese sábado por la noche las críticas en México y el extranjero no cesaron y agudizaron una crisis de Estado, que detonó por dos casos emblemáticos aún no resueltos: la ejecución extrajudicial de 22 presuntos criminales por parte de soldados en Tlatlaya, Estado de México, el 30 de junio de 2014, y la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Norma Rural de Ayotzinapa, Guerrero, entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014.
Por eso el tercer momento de éxtasis del Jefe del Ejecutivo federal se vivió el viernes 8 de enero pasado, cuando en un mensaje en su cuenta de Twitter Peña Nieto le comunicó al país la gran noticia: “Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido”.
Nunca más sonriente, nunca más victorioso, nunca más rodeado de colaboradores y simpatizantes compartiendo el arresto que, políticamente, podría ayudarle a salvar, al menos un ápice del prestigio perdido en sólo tres años del sexenio.
La victoria es pírrica. Se antoja así porque en estos 37 meses las condiciones de vida de los mexicanos no han hecho sino deteriorarse por una mayor inseguridad y la corrupción de las instituciones de justicia a todos niveles. Mientras el Gobierno federal brinca de alegría y el show mediático de la captura de “El Chapo” sigue, en los tres últimos días las ejecuciones, secuestros y extorsiones campean principalmente en Guerrero, Morelos, Estado de México, Michoacán, Tamaulipas y Veracruz, sin que, aun con miles de elementos desplegados y millones y millones de pesos invertidos se detengan el reguero de sangre.
Es pírrica, además, porque continúan las violaciones a los derechos humanos –incluidos el aumento de la tortura y los tratos vejatorios de las propias autoridades de justicia en los niveles federal, estatal y municipal–; sigue creciendo el número de mexicanos que vive en la miseria; más niños y jóvenes se quedan a la vera de la educación y las oportunidades de trabajo; la economía no logra reactivar el mercado interno y ahora está también metida en el tobogán de la volatilidad financiera internacional; las reformas estructurales no consiguen mover al país y están pasmadas; los gobernadores, ineficaces y corruptos, hunden a sus estados en deuda y en más desigualdad, mientras la mayoría se enriquece a la vista de todos; la transparencia está lejos de sentar sus reales en el país mientras, desde los propios gobiernos, se privilegia la impunidad de la clase política…
En fin, que tres momentos de éxtasis en tres años es muy poco para brincar de alegría, muy poco de veras para compensar tanto y tanto agravio.
¡Buena semana y nos vemos el próximo martes!
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