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Alma Delia Murillo

09/01/2016 - 12:00 am

Mexico City

No saber a qué hora llegarás a tu destino ni cuál calle amanecerá rota o en obra, no saber cuál de las sorprendentes jacarandas de tu vecindario habrá empezado a florear antes de tiempo.

El texto del NYT sobre la Ciudad de México tiene déficit de la Ciudad de México. Foto:  Julia Klug frente a Catedral (2012) por Alberto Alcocer
El texto del NYT sobre la Ciudad de México tiene déficit de la Ciudad de México. Foto: Julia Klug frente a Catedral (2012) por Alberto Alcocer

Andar por esta ciudad es, sobre todo, no saber. No saber a qué hora llegarás a tu destino ni cuál calle amanecerá rota o en obra, no saber cuál de las sorprendentes jacarandas de tu vecindario habrá empezado a florear antes de tiempo. Es ignorar si el metro avanzará o se detendrá, si te tocará un concierto apoteósico de vendedores en el semáforo, si encontrarás el mejor lugar para estacionar o sufrirás como piadoso en penitencia buscando dónde dejar el auto.

Andar por esta ciudad es no saber si escucharás música de cilindro, de banda, boleros o cumbias y es no saber si encarnará frente a ti Santa Cata, nuestra señora de las tortas de tamal, con el milagro de su sagrado alimento o se te aparecerá el huichol más elegante y mejor vestido que has visto en tu vida dejándote a la puerta de un viaje de formas y colores alucinógenos.

Es no saber si te robarán el móvil o la cartera y no saber si la comida corrida del día –esa por la que sólo pagas cuarenta pesos- vendrá acompañada de agua de horchata, piña o sandía.

Mi vida es transitar esta amada ciudad desde hace treinta y ocho años y aunque he recorrido una parte del universo chilango sé que no es más que eso: apenas una parte. Pasé de Nezahualcóyotl (sí, es Estado de México) a la delegación Cuauhtémoc y luego a Azcapotzalco, después a la Gustavo A. Madero y luego a Tlalpan, Coyoacán, Miguel Hidalgo y, por ahora, estoy en la Cuauhtémoc de nuevo. Quien lleve cierto kilometraje a cuestas viviendo en el Distrito Federal (permítanme la nostálgica denominación) sabrá lo demencialmente distinto que es vivir en una zona o en la otra; tanto, que a veces resulta inconcebible que se trate incluso del mismo país.

Por ello sé que mi escaso y pobrísimo recorrido deja fuera la experiencia de millones de habitantes y porque, si otro aplastante hecho define a Mexico City, es que está llena de obscenos muros de desigualdad que hacen que usted y yo no imaginemos cómo es ser parte de esta urbe con un presupuesto diez o veinte veces menor.

Así que la nota del New York Times de la que tantos políticos –nuestro Jefe de Gobierno el primero- y algunos medios parecen estar tan orgullosos, tiene déficit de la ciudad de México.

Resulta ínfima y apretada no por el número de caracteres sino porque eligieron la lente más distorsionada y estrechita para hablar de ella.
Oiga usted, ¿iniciar una recomendación viajera diciendo que el Papa vendrá a México fue el mejor punch line que se le ocurrió a la autora del texto? Hay que andar corto de luces para reducir este gigantesco, sorprendente e inenarrable lugar al próximo destino del Papa en una lista de selección turística que además se titula: “52 lugares para visitar en el 2016”.

Que camines por Reforma y que vayas a la colonia Roma y la Condesa, que visites el restaurante Pujol y pruebes la reinvención de la comida mexicana recomiendan en la nota. Sin duda son sugerencias para dejar una buena impresión, pero no son la ciudad de México ni la de los mexicanos.

Y rematan con una floritura preciosa. Que si usted, amigo turista, anda muy abrumado y con poco tiempo, acuda a Futura CDMX a contemplar la maqueta de la ciudad que hace ya rato anunció con la debida pompa y ceremonia nuestro impopular Jefe de Gobierno. Nada más que se inaugure, claro, porque lamentablemente ni el tiempo ni el presupuesto de esa fastuosa obra pública han resultado según lo planeado. Déjà vu.

Perdóneme quien me tenga que perdonar, pero yo no me lo creo.

No me creo ni que la recomendación del NYT ni que la visita del Papa sean motivos para echar fuegos artificiales de entusiasmo por la boca; no me lo creo porque soy mexicana y porque soy chilanga. Y porque desde que nací he mamado la leche de esta ciudad lo mismo en atoles de maicena que en tepaches, pulques, mezcales y licuados todopoderosos de chocolate en polvo con plátano y un huevo crudo en algún saludable puesto callejero de toldo naranja.

Así que la foto del connotado diario me recuerda aquel capítulo de la caricatura cuando el ratoncito Speedy González, primo de pueblo, viaja a la ciudad y se comporta como el típico mexicanito impresionado por la gran capital de la que sólo aprecia los imponentes espectaculares y las impecables vitrinas de las tiendas y restaurantes.

No me queda más que preguntarme si alguien estará tratando de levantar –desesperadamente- la imagen de México en el mundo, razones no faltan. ¿Será que el tiempo que le queda a la actual administración empieza a quemar como papa (que no francisco) caliente en las manos de quienes se saben responsables del caos de la ciudad y del país que habitamos?

Y no se me malentienda porque desde luego que coincido en lo esencial, tenemos uno de los mejores destinos para viajar, en plan turístico esta extraordinaria ciudad es inagotable.

Créanlo, ciudadanos del mundo: somos casi 9 millones de habitantes aquí y si sumamos a los 15 millones del área conurbada esta es una fiebre de vitalidad que ustedes verán y sentirán en muy pocos sitios.

Esta ciudad pone, estimula, transforma.

Y andar entre sus calles es sentirse recluso pero también tan libre como si con un salto se pudiera cambiar de clima, de mundo y hasta de plano astral.

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