Sergio Saldaña Zorrilla
05/01/2016 - 12:02 am
El Senado debe desaparecer
En México no tenemos Senado, en su lugar tenemos un simple espacio para el acomodo de políticos. Una característica fundamental de cualquier república consiste en el criterio de que las instituciones no son mandamientos divinos sino productos del hombre; no son naturales sino convencionales (esto es, producto del acuerdo de sus miembros).
El Senado de la República en México debe disolverse y erradicarse. Debe disolverse por el actuar de sus miembros y erradicarse por su falta de pertinencia institucional en México. El Senado mexicano es una institución que hoy sirve a una patria extranjera, que no emana del mandato popular y que duplica funciones con la Cámara de Diputados.
Sirve a una patria extranjera en tanto que legisla para fortalecer los intereses de los Estados Unidos de América en México, como quedó evidenciado con la recientemente aprobada Reforma Energética. No emana del mandato popular en tanto que las últimas dos elecciones federales estuvieron dominadas por el fraude: así, cada cosa aprobada por el Senado es fraudulenta porque sus miembros fueron elegidos por fraude. Los senadores impuestos para las últimas dos legislaturas (2006-2012 y 2012-2018), casi en su totalidad, sólo representan a los titulares del poder Ejecutivo federal y locales (presidente y gobernadores) así como a las dos grandes televisoras; en donde la supuesta oposición es una oposición a modo, calculada para simular un debate que cree en el ciudadano la falsa sensación de que su voz es llevada a tribuna. El Senado mexicano, además, duplica funciones con Diputados en tanto que ambas cámaras discuten lo mismo y votan en la misma dirección –no actúa como cámara revisora de nada y ni en materia de relaciones exteriores tiene autonomía de decisión, pues está totalmente dirigida por el poder ejecutivo (y éste a su vez por una nación extranjera).
Mi postura de disolver el Senado surge de la convicción de que si queremos hacer de México una civilización (hoy no lo es), debemos antes romper con la deferencia hacia ciertas instituciones creada por el hábito. En el párrafo anterior cuestioné el actuar de la actual y la anterior legislatura; a partir de aquí cuestiono la pertinencia misma de que México tenga un Senado.
El Senado es en esencia una institución conservadora: su función es conservar el –bueno o malo- antiguo estado paterno, de donde procede la palabra “patriota” (de ahí que el lema del Senado mexicano sea “La patria es primero”). La patria no es más que un orden establecido en torno a un patriarca. Un patriarca es el padre moral de un grupo de individuos. El origen del Senado nos remonta a la antigua Roma, cuyo Senado surge con la fundación misma de su República en el 509 a.C., la cual se basa en la unión de los patriarcas de las distintas tribus de la región central de la península itálica.
La fuente original de autoridad de cada Senador debe ser sus atributos morales y sabiduría demostrados en la conducción de los destinos de su grupo social en una región determinada. Así, la unión de patrias tiene lugar por medio de los acuerdos entre sus respectivos patriarcas, lo que facilita la construcción de una patria ampliada usualmente llamada federación; la federación implica el establecimiento de un sistema capaz de distribuir equitativamente las decisiones y beneficios de la unión, por lo que el Senado debe cumplir con la función de proporcionar los equilibrios regionales de esa unión.
El gran riesgo de disponer de un Senado consiste, sin embargo, en la probabilidad de que sus miembros carezcan de atributos morales y que sus miembros no sean patriarcas bondadosos sino individuos de intereses mezquinos, sin liderazgo y designados por grupos ajenos a los pueblos que debieran representar; en cuyo caso, la unión de semejantes individuos no conforma un Senado sino una Tiranía, como es el caso mexicano actual.
En México no tenemos Senado, en su lugar tenemos un simple espacio para el acomodo de políticos. Una característica fundamental de cualquier República consiste en el criterio de que las instituciones no son mandamientos divinos sino productos del hombre; no son naturales sino convencionales (esto es, producto del acuerdo de sus miembros).
Si bien la Constitución de Apatzingán de 1814 esboza la creación del Senado mexicano, su verdadero diseño data de la Constitución de 1824. Sin embargo, su diseño es desde entonces artificioso, pues no se basa en la representación de las patrias que constituían a la joven nación mexicana, sino en un mapa colonial de provincias para la explotación de los recursos naturales –lo cual era, y es, sumamente conveniente para unos cuantos.
México no es el Reino Unido como para presumir que debemos dar representatividad a los descendientes de los señores feudales por medio de una Cámara Alta; tampoco es Roma ni Esparta, donde había que dar asiento protagonista a los grandes patriarcas tribales; tampoco somos los Estados Unidos de América, donde cada colonia aspiraba a mantener una soberanía relativa. México viene de ser una colonia unitaria, donde el poder de la mayoría de las tribus originales fue disuelto, reestructurado en un orden colonial de explotación de recursos naturales subsidiario de la metrópoli.
México no necesita fortalecer la representación de esas concesiones de explotación postcolonial, México necesita fortalecer su poder popular. Por ello el Senado es una institución totalmente opuesta a las necesidades del país. Por ello, el Senado debe desaparecer.
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