Alma Delia Murillo
26/12/2015 - 12:00 am
Somos adultos, querido Santa
Nos hicimos adultos y no hay quien pueda salvarnos. Ni siquiera tú, Santa Claus tan generoso y orondo, ni siquiera el niñito Jesús que multiplicaba los panes y los peces pero que no puede acabar con el hambre en el mundo pero sí que multiplica el ticket promedio de las cadenas departamentales, las tiendas y los restaurantes.
Nos hicimos adultos. Qué putada. Qué remedio.
Nos hicimos adultos y no hay quien pueda salvarnos. Ni siquiera tú, Santa Claus tan generoso y orondo, ni siquiera el niñito Jesús que multiplicaba los panes y los peces pero que no puede acabar con el hambre en el mundo pero sí que multiplica el ticket promedio de las cadenas departamentales, las tiendas y los restaurantes.
Adultos y longevos, mi rechoncho amigo, porque podríamos desaparecer del mundo a una edad en la que el cuerpo siga siendo cuerpo y no un inventario de calamidades y en la que el kilometraje recorrido no nos haya averiado tanto pero ya ves, Santa querido, ni siquiera tú te atreves a acortar tus días ni tu tiempo.
Así que nos hicimos adultos, tripudo y adorable personaje, ¿cómo es que no lo notas? Por más que pongamos cara de buenitos en los intercambios y por más que tu rostro de gordo indolente sature las pantallas y los espectaculares con su bonhomía, la realidad es una: nos hicimos adultos.
Lo sabemos cuando abrazamos al tío hijo de puta que ha envejecido pero no deja de ser el abusador de la familia aunque ahora esté en silla de ruedas, recibiendo en la boca cucharaditas tibias del guiso de pavo y en un conveniente estado amnésico que le permite olvidar las sobrinas a las que les metió mano o más que la mano.
Lo sabemos cuando renegamos porque nos tocó comprarle a ese imbécil de la oficina algún insulso regalo de doscientos pesos y cuando recibimos de otro más imbécil que aquél, una horrenda taza de cerámica repleta de chocolates rancios con el inconfundible mal gusto del reino de Sanborns.
Lo sabemos aunque aceptemos el obsequio del político rastrero cuyos atentos saludos acompañan la tarjeta de finísimo papel nacarado mientras su conciencia cristiana, apostólica y romana le permite seguir robando.
Nos hicimos adultos e hipócritas. Adultos y mezquinos. Adultos y envidiosos. Nos hicimos adultos en medio de aguinaldos, deudas, hipotecas, pantallas planas, computadoras portátiles y niveles de colesterol alto. Y nos volvimos incluyentes. Y democráticos.
Nos hicimos adultos, hicimos el amor y nos casamos y nos divorciamos y seguimos tejiendo y destejiendo grupos de solteros de segunda mano.
Y es que cada vez cuesta más libar del néctar de las flores, mi barrigón diabético, pero eso tú no lo sabes porque siempre tendrás tu Coca-Cola bajo el brazo.
Nos hicimos adultos entre obesidades mórbidas y hambrunas, entre toneladas de comida y de ropa, nos hicimos adultos recitando fraseos de responsabilidad ecológica y social bien ensayados.
Nos hicimos adultos por más que Star Wars y el arbolito –que no árbol– de Navidad den cuenta de nuestra niñez nuncajamasiana con tal eficiencia y acato. Es que es conmovedor, qué bonita la Noche Buena, ¿no te parece, mi tierno adiposo bonachón? en torno al arbolito mutilado y a Jesucristo o no a Jesucristo porque yo no soy creyente pero estar con la familia es lo máximo y es el pretexto para reunirnos y agradecer que tenemos vida, salud y regalos. Y sin amarguras porque hay que ser festivos y estrenar algo para la cena de Navidad, ¡sí, sí, vamos a estrenar algo!
Y perdóname que te importune, gordito cabrón, con mi mala copa, con mi leche agria; pero es que me jode que lo mismo seamos todos París que Charlie Hebdo y que todos fuimos tan Ayotzinapa como ahora somos Santa Claus o guerreros Jedi dispuestos a blandir la espada contra el imperio del mal y a favor del imperio del mall.
Pero qué estoy diciendo, mi sobrealimentado amigo. Ah, sí, que el niñito Jesús, que los niñitos nosotros, que la noche de paz y la noche de amor y que la palabra feliz tiene que ir seguida de la palabra navidad porque sí, porque qué sé yo.
¿Nos hicimos adultos, Santa, querido y voraz gordinflón?
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