Adrián López Ortiz
24/12/2015 - 12:00 am
Anuario 2015: Resolver el presente
La fallida investigación sobre Ayotzinapa que derrumbó la “verdad histórica” de Murillo Karam, la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán, la apertura de la industria energética, los escándalos de corrupción en OHL, la resolución de la Corte para el consumo y cultivo de mariguana; son todos hechos que marcaron la agenda durante 2015.
2015 fue un año para el aprendizaje. Nuestro país vivió sucesos que marcarán la vida nacional durante largo tiempo. Y debo decirlo: de la manera en que resolvamos esos hechos depende mucho nuestro futuro inmediato.
La fallida investigación sobre Ayotzinapa que derrumbó la “verdad histórica” de Murillo Karam, la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán, la apertura de la industria energética, los escándalos de corrupción en OHL, la resolución de la Corte para el consumo y cultivo de mariguana, la licitación para TV abierta, la “irrupción” de los candidatos independientes y el asesinato del periodista Rubén Espinosa con cuatro personas más en la Narvarte; son todos hechos que marcaron la agenda durante 2015 con una característica en común: todos son asuntos irresueltos e inacabados. Temas “en proceso”.
Repito, de nuestra capacidad para llevar a buen puerto esos procesos depende ahora nuestra posibilidad de un futuro mejor.
La razón es que todos ellos, por inconexos que parezcan, pertenecen a campos de política pública transversal e indispensable para construir un país mejor: seguridad, procuración de justicia, libertad de expresión, participación política, combate a la corrupción, inversión extranjera.
Temas que demuestran la complejidad de un país que aspira a insertarse entre las diez economías más importantes del mundo en las próximas décadas. El reto es resolver el presente y resolverlo muy bien. ¿Nos alcanzará?
No se ve sencillo.
Más bien, se ve muy complicado. Porque en este proceso dinámico de construcción institucional hay otra característica que emerge: nuestra mayor debilidad se aloja donde más daño hace, en nuestra clase política.
Y no es que los ciudadanos mexicanos seamos perfectos. Claro que no, nos hace falta más participación y compromiso. Pero eso, como me decía Lydia Cacho en una reciente visita a Sinaloa, está sucediendo poco a poco: “en todo lugar del país que visito hay gente que está intentando cambiar algo y ¡lo está logrando!”.
Por eso es todavía más evidente y dolorosa nuestra pata coja. Esos políticos que no van al mismo ritmo que los ciudadanos a los que dicen servir. Políticos cuyo interés es personal y no colectivo. Funcionarios que hacen patrimonio de la política y no una tarea de bien común. No son todos, pero son la mayoría. Y hacen mucho daño.
Podemos ver ese desfase a diario: ciudadanos que no se merecen la clase política que los representa. Lo vimos en la elección de Eduardo Medina Mora para la Suprema Corte: una ciudadanía organizada que argumentó y exhibió su inelegibilidad frente a un Gobierno que oyó… pero no escuchó.
Medina Mora es Ministro como la metáfora del Gobierno “bueno” que simula diálogo, pero que hace lo que le da gana para proteger los intereses de su grupo.
Por otro lado están esos logros a los que se refería ayer Amparo Casar: la crisis del Partido Verde, el escándalo de “Lady Profeco”, la renuncia de Korenfeld o Escobar; todos producto de la presión que impusieron ciudadanos activos y exigentes.
Entiendo que por eso es más frustrante. Nuestro desencanto democrático pasa por tolerar cómo nos mienten, no roban, nos engañan. Cómo se sirven con la cuchara grande y se van con las manos llenas frente a nuestros ojos con total cinismo. Cobijados por la impunidad que les provee su grupo de poder.
Entiendo que por eso la tarea es agotadora. Entiendo que por eso -a veces- dan ganas de tirar la toalla y mandarlo todo a la chingada.
Entiendo, pero no lo acepto. Me parece que la disyuntiva de todos aquellos ciudadanos a quienes nos corresponde alguna responsabilidad frente al poder: asociaciones civiles, cámaras empresariales, medios de comunicación, etcétera; es precisamente esa que está de moda ahora que volvió Star Wars: ¿caminar hacia la luz o dejarse llevar por el “lado oscuro”?
La analogía es ridícula (lo acepto), pero es verdadera. ¿Nuestros líderes ciudadanos quieren pintar su raya frente al poder y empujar la agenda para cambiar este país de fondo?, o ¿se dejarán cooptar por los gobernantes vía beneficios y privilegios?
Esa es la pregunta que vale hacerse como reflexión al final del año. Una pregunta que se responde con cada acto que se nos presenta de manera cotidiana: en la licitación, el “moche”, el concurso, el “chayote”, la invitación a comer, la votación o el desplegado público.
Vale también esta pregunta para nuestros diputados y senadores. Solo para recordarles su rol obligado de contrapeso del Ejecutivo. Su papel de representación y fiscalización del poder presidencial. Vale recordárselo porque de su parte seguimos viendo la misma opacidad, la misma genuflexión, el mismo cinismo.
Frente a esa clase política que parece poderlo todo, la tarea ciudadana es hacerse acompañar. Abrevar inspiración de quienes son ejemplo. Hacer comunidad en las causas y nunca quedarse solo. Nunca.
El poder sabe que gana cuando divide e intimida. Por eso la importancia de ir en equipo. El poder no puede contra la unión. Allí está la clave.
Son fechas para estar juntos. ¡Feliz Navidad!
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