“Está, por ejemplo, el que realmente adoptemos una actitud mucho más honesta, comprometida y de actuar con una nueva ética, una ética que nos permita asumir nuestras responsabilidades y cumplir a cabalidad con ellas, como ciudadanos y como agentes de gobierno.”
Eso dijo Enrique Peña Nieto frente a los empresarios de México al tomar protesta a la nueva dirigencia del Consejo Coordinador Empresarial.
Sí. Leyó usted bien. ¡Ética! Dijo nuestro Presidente.
Ese al que paradójicamente no le parece antiético que su Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, compre una casa a un proveedor privilegiado con una tasa exclusiva. “Ética”, dijo el Presidente al que no le incomoda que su esposa, Angélica Rivera, la Primera Dama, adquiera una mansión millonaria de ese mismo proveedor. “Ética”… repite el Presidente que no detecta el conflicto de mandar a un subordinado suyo a realizar una investigación sobre él mismo.
Bien podríamos tomar esa pieza del discurso presidencial y tirarla a la basura. ¿Dan ganas no?
Podríamos hacer caso omiso de esa frase reveladora que tal vez escribió un asesor falto de ideas y harto de perder batallas frente a la prensa internacional.
Pero no. Por tonto que suene. Hay que tomarle la palabra al Presidente.
Hay que tomársela no por ingenuidad, sino por una razón más práctica y poderosa: porque nos conviene.
Lo creo así porque, agotado el pseudo-argumento de la legalidad de sus acciones, al Presidente no le queda más que recurrir al difuso pero siempre digno terreno de la “ética”.
Si no fuera por el lugar y la audiencia ante la que Peña Nieto pronunció su discurso, no habría ninguna diferencia. Sería una mentira más de nuestro Presidente y la clase política que representa.
Pero como la convocatoria la emite frente a los liderazgos empresariales más importantes del país, vale la pena atender al llamado por “concretar” y “consolidar” la agenda pendiente.
Por eso, este texto va dedicado a Juan Pablo Castañón, sinaloense y nuevo Presidente del Consejo Coordinador Empresarial. A Gustavo de Hoyos, nuevo Presidente de Coparmex. A Alejandro Ramírez, del Consejo Mexicano de Negocios. A todas esas representaciones intermedias.
Para que cumplan con el rol que les toca desde el sector privado. Para que asuman la agenda y empujen con inteligencia y firmeza. Pero ya que estamos en Navidad, quiero también pedirles otra cosa: apretar el paso.
Me explico.
No dudo que hay un sector empresarial en México que cree en su país y está dispuesto a trabajar por mejorarlo. Ya lo hacen y lo hacen muy bien todos los días: generan empleos y riqueza con lo difícil que es hacerlo en este país de burocracias y corrupción. Pero ese sector, muchas veces bien intencionado, se ha instalado en el gradualismo. Y esa actitud cuasi pasiva del sector privado solo ha servido para dos cosas: para que la clase política se consolide como un grupo mafioso y para que los mafiosos se erijan en los “empresarios” del sistema.
Tampoco es que crea en los cambios súbitos e inmediatos, pero hay un México al que ya no le alcanza la “mejora continua”. Es un deber ético considerar que hay millones de mexicanos que no tienen “lo suficiente”, como dijera el gran filósofo Harry Frankfurt. Esos a los que no les alcanza para comer y a quienes la justicia se les niega a diario porque tiene un precio que no pueden pagar.
Por eso hay que aprovechar el aire reformista que inauguró este gobierno y llevarlo, con el Presidente o sin él, hasta las últimas consecuencias.
Eso implica acabar con los privilegios sindicales en educación, meter a la cárcel a los corruptos en todos los niveles de gobierno, transparentar las cuentas públicas de todos los poderes, dar autonomía e independencia a las instituciones de la democracia, consolidar una Reforma Electoral que privilegie la libertad y la participación.
Por supuesto nada de eso sucederá con la aprobación de la clase politica gobernante: ¡hay que arrancárselo!
Si la idea inicial del Presidente era simular cambiando sólo la Constitución, no importa: que las leyes secundarias sean producto de la tensión necesaria entre sociedad civil y gobierno.
Ese cambio ambicioso, ese “salto hacia adelante”, puede suceder siempre y cuando los liderazgos den al Presidente un sí condicionado. Repito, no un “cheque en blanco” ni un aplauso gratuito. Necesitamos un “sí, pero…”.
Un sí, pero.. una Procuraduría independiente del poder Ejecutivo. Sí, pero… una total transparencia de los recursos en el Congreso y en el Poder Judicial. Sí, pero… sanciones penales y administrativas a funcionarios corruptos. Sí, pero… una verdadera limpieza de los cuerpos de policía. Entre otros.
Eso implica conocimiento, presión pública, cabildeo y litigio estratégico. Cómo lo ha hecho la organización civil Mexicanos Primero en educación; o Jorge Castañeda y Manuel Clouthier en el tema “independientes”.
Esperaría ver el mismo tono desde el CCE, la Coparmex y el Consejo Mexicano de Negocios. No dudo en la integridad de sus líderes, sé que tienen la inteligencia para conciliar el interés privado de sus representados con el interés público de todos los mexicanos.
Por eso, depende de nuestros liderazgos si echamos al Presidente actual a la ignominia y decidimos jugar a esperar que pasen “otros tres años” mientras la corrupción y la inseguridad nos carcomen. O si apostamos por arrancarle tres o cuatro acuerdos relevantes que nos ayuden a cambiar más rápido este país. Tres o cuatro acuerdos claves para la construcción institucional pendiente. Ese esqueleto formal sin el cuál no hay progreso sustentable.
El Estado de Derecho y Bienestar al que aspiramos no va a llegar de ese 1 por ciento de mexicanos a quienes el status quo privilegia todos los días con las rentas que extraen al 99 por ciento restante. Esa élite politico-mafiosa que no son los verdaderos empresarios de este país, aunque se ostenten como tales.
Ese Estado de Derecho y Bienestar habrá de llegar empujando desde abajo y haciendo equipo con los aliados (muchos o pocos) que haya también arriba.
De poner los empresarios y líderes sociales las cartas sobre la mesa en un diálogo respetuoso, la decisión del Presidente Peña Nieto no es sencilla: resistir y prolongar la situación actual para ser recordado como el Presidente que le dijo que no a su pueblo para decirle que sí a su grupo.
Pero también, no por ética, sino por pragmatismo, Peña Nieto puede aceptar. Eso significa negociar, transigir, avanzar. Puede ser eficaz -algo que al parecer le gusta, y ser recordado como el Presidente que se recompuso a mitad de camino y abrió las puertas a un siguiente nivel en nuestra evolución democrática.
Si se atreve, Peña Nieto podría parecerse más en la memoria colectiva a Ernesto Zedillo que a Carlos Salinas: mientras que el primero es reconocido como una de las voces más influyentes a nivel mundial, el segundo apenas puede caminar por las calles de la capital sin ser vilipendiando.
Por eso, y aunque no nos guste, ¿le tomamos la palabra al Presidente?