Cierto, estamos hablando demasiado pronto rumbo a las elecciones presidenciales cuando todavía falta el gran control de 2016. Sin embargo en un sistema como el nuestro donde no hay voto retrospectivo al rotar todos de cargo obligatoriamente, las expectativas del nuevo sexenio ya comienzan a asomar su cara frente al desgaste de la presente administración.
Y por más tarde o temprano que hablemos sobre el tema, quienes guardan alguna ambición por aparecer en la boleta llevan ya años trabajando un prestigio que les permita posicionarse frente al electorado. Todos trabajamos por cumplir con nuestras ambiciones, estemos o no en periodos de evaluación: más allá de este entendido sólo hay discursos y simulación.
Cada persona que consideramos como presidenciales tiene algún camino recorrido al respecto, desde una imagen amigable y de prestigio ante su partido aunque no necesariamente frente a los electores, hasta gestiones en responsabilidades públicas más o menos exitosas. Pero será en los próximos dos años cuando se afiancen o no para ganar la candidatura de sus institutos políticos o apuesten su capital político si se quieren ir de independientes.
A esto, fuera de López Obrador la caballada de la izquierda está muy flaca: Marcelo Ebrard está desaparecido y si bien Mancera muestra sus intenciones de competir, todavía sigue sin definir por cuál vía. ¿Tiene alguna oportunidad para llegar a la boleta, o sólo vemos a uno de tantos suspirantes que pasarán al anecdotario en 2018?
Si bien ganó con 60 por ciento de votos la jefatura de gobierno, su fuerza estuvo en la imagen de Ebrard antes que su capital político. Y aunque su gestión ha tenido muchos traspiés, todavía se le identifica como posible candidato. En un conjunto de reglas electorales que favorecen a López Obrador al no permitir que los políticos comuniquen su ambición o se tolere el contraste, ¿qué oportunidad tiene Mancera?
Partamos del supuesto de que una candidatura independiente es poco menos que una fantasía: Mancera tiene poca proyección nacional como para ganar todas las firmas de apoyo que requiere la ley. Todos los gobernadores que han brincado escenario federal como Fox, López Obrador, Ebrard y Peña Nieto han tejido un discurso que los catapultó de sus localidades a los medios nacionales. Y eso es algo que todavía no ha logrado cuajar Mancera; aunque eso no significa necesariamente que no pueda hacerlo.
Dicho lo anterior, sus posibilidades más fuertes de llegar a 2018 es con el PRD. Si bien es un partido que atraviesa una enorme crisis, tampoco podría estar perdido si sabe moverse y reconfigurarse. Es más, si los liderazgos que quedan logran articular una estructura cohesiva, pueden ganar a mediano plazo.
¿Y Morena? Por más expectativas que se tengan sobre este instituto político, es poco más que lo que era el PRD con Cuauhtémoc Cárdenas: una estructura orientada a impulsar las ambiciones de una persona, basada en grupos que tienen poco en común entre sí más allá de ese liderazgo providencial. Sólo que más providencialista que los amarillos de los ochenta y noventa. Cuando hayan pasado algunas décadas, es posible que se recuerda a López Obrador como el último líder de masas del nacionalismo revolucionario que es, antes que el prócer de izquierda que dice ser.
En este entorno al PRD le urge un líder que le ayude a reconfigurarse de cara a 2018. ¿Puede ser Mancera? Quizás, si se juntan dos condiciones: si muestra hambre por llegar a 2018 de tal forma que reoriente sus estrategias, discursos y narrativa; y si se afilia lo antes posible a este partido. La política no perdona las medias tintas y tampoco es tolerante a quienes “robalean” entre dos aguas.
Pero bueno, lo más emocionante de la política es la incertidumbre…