Un meteorólogo nicaragüense descubre que va a nevar. Sí, esta Navidad, sobre Managua. Está ahí frente a los aparatos y todos los indicadores son claros: la humedad relativa, la velocidad y dirección de los vientos, la formación de las nubes en la atmósfera… Todos. Sería la primera vez que caiga nieve sobre Managua y está a punto de notificarlo, pero duda.
Por un lado, sabe que sus jefes, los periodistas y la gente se burlarán de él; que dirán que eso es altamente improbable, que sólo se pueden esperar tonterías de un meteorólogo centroamericano. Y él lo sabe. Pero también, por otro lado, sabe que los fenómenos meteorológicos son así, improbables, y que en su país hay muchísimas personas que viven en la pobreza y no estarían preparadas para un frío tan atroz, que hay gente que vive en las calles, que habría que hacer algo (porque sí, los pordioseros de París o Washington ya están acostumbrados a la nieve –los que han sobrevivido, claro- pero no los nicaragüenses). El meteorólogo duda.
Momentos después –horas, tal vez un día- los meteorólogos de la NASA observan los mismos indicadores que han evolucionado en la dirección prevista y lo anuncian con bombo y platillo: nevará en Nicaragua esta Navidad. Entonces, por supuesto, los medios de información, la gente y el mismísimo presidente de Nicaragua lanzan la alerta, se quejan de tener meteorólogos nacionales tan mediocres y faltos de preparación, incapaces de darse cuenta de un fenómeno tan importante. Amenazan con correr a nuestro meteorólogo por inepto, porque no habrá tiempo para armar los refugios para los pobres: él aclara que estaba a punto de notificarlo. Pero entonces cunde la alegría: ¡nevará en Nicaragua, carajo! Por primera vez tendremos una Navidad como Dios manda, con muñecos de nieve y frío, ¡como en las películas!
Así que vienen los festejos. El gobierno prepara días de asueto y fiesta. Al diablo con los pobres, Nicaragua entrará, gracias al clima, al ansiado club primermundista.
Y la espera es un jolgorio. Las tiendas venden abrigos y bufandas. Los niños sueñan con las guerras de bolas de nieve que tanto han visto en la televisión.
Poco antes de Navidad, nuestro meteorólogo se da cuenta de que las condiciones han cambiado y no nevará. Intenta decirlo pero ¡quién le va a creer a un pobre meteorólogo centroamericano! ¡Cuantimás porque los de la NASA, con toda su sapiencia y tecnología, insisten en lo contrario!
Entonces llega el ansiado día y el cielo de Managua es azul y profundo, soleado y caluroso como siempre.
Viene la rabia y el linchamiento social… la búsqueda de chivos expiatorios (¿y de teorías de la conspiración?).
La anterior es, grosso modo y de memoria, la trama de un cuento maravilloso de Sergio Ramírez: Nicaragua es blanca.
¿Le suena conocida?
El pasado fin de semana todos los medios repitieron que Patricia era el peor huracán de la historia del mundo mundial y planetas circunvecinos. Google trazó un mapa con una ruta de destrucción que parecía inevitable. Facebook atizó la paranoia con una nueva “aplicación” para indicar que “ya estabas a salvo” aún antes de que el huracán tocara tierra (y, claro, porque para eso están los amigos, alguien más lo podía hacer por ti). Los noticieros, a falta de imágenes en tiempo y forma, no tuvieron empacho en “vestir” sus notas con las fotografías y videos más escalofriantes de otros huracanes, además de seleccionar las entrevistas de las personas más aterradas.
¿Pero quién fue el primero que dijo que era el peor huracán de la historia? Porque eso no sólo se dijo en México sino en Estados Unidos (donde yo me encontraba) y en varios lugares del mundo, como me comentó la gente en los aeropuertos y cualquiera lo puede verificar en los periódicos del orbe vía internet (lo siento, no fue Segob manipulando a la mass media mundial).
¿Quién hizo el trazo de la ruta que compartía Google y por qué nadie les avisó que nuestro país no es una estepa ni un pantano (como Luisiana) sino que está atravesado por cordilleras?
¿A quién se le ocurrió que era buena idea la aplicación de Facebook cuando, en caso de desastre natural, unas de las primeras cosas que desaparecen es la energía eléctrica, la telefonía celular y el internet?
¿Por qué sigue siendo legal que un noticiero “vista” sus notas con imágenes que no corresponden a la noticia y ni siquiera aclaren, en muchos casos, que dichas imágenes son de archivo?
Las respuestas no son simples ni únicas. No pueden reducirse a una cuestión mercantil (porque la histeria colectiva vende) sino que también tienen que ver con un imbricado tejido cultural, mezcla de malinchismo, de analfabetismo científico, de películas apocalípticas, de información a medias sobre cambio climático, sobre el poder y alcance de las instituciones, sobre las diferentes tecnologías que se utilizan para construir en México y Estados Unidos y un largo etcétera. Todo eso que sí está en la literatura y que, al parecer, se ha olvidado en las formas “serias” de comunicación del conocimiento. ¿Es que la literatura se ha vuelto la forma más “verosímil” de entender la realidad?
O incluso la literatura se queda corta, porque si al bueno de Sergio Ramírez se le hubiera ocurrido terminar su cuento mostrando a un presidente agradecido con las “cadenas de oración” que evitaron un desastre meteorológico… seguro le habrían dicho que su sátira se había pasado de tueste, que su cuento no se lo creería nadie.