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Antonio Salgado Borge

16/10/2015 - 12:02 am

Sexo con robots

En 2050 el sexo entre humanos y robots podría ser algo común y normalizado. A estas alturas, no habría nada de sorprendente en ello. A pesar de que aún es difícil anticipar todos los efectos sociales que se derivarán de esta tendencia, me parece que hay motivos sobrados para plantear la necesidad revisar sus alcances. […]

Una muñeca producida por la empresa Real Doll. La producción de esta clase de juguetes sexuales ha alcanzado un grado de sofisticación sin precedente. Foto: Real Doll.
Una muñeca producida por la empresa Real Doll. La producción de esta clase de juguetes sexuales ha alcanzado un grado de sofisticación sin precedente. Foto: Real Doll.

En 2050 el sexo entre humanos y robots podría ser algo común y normalizado. A estas alturas, no habría nada de sorprendente en ello. A pesar de que aún es difícil anticipar todos los efectos sociales que se derivarán de esta tendencia, me parece que hay motivos sobrados para plantear la necesidad revisar sus alcances. Los más afectados podrían ser quienes menos esperamos.

Las aventuras sexuales entre personas y cuerpos sintéticos inertes no son nuevas. Es conocido el poema de Ovidio que cuenta como Pigmalión se enamora de la figura femenina que recién acaba de esculpir. Los reportes de personas halladas teniendo sexo con diferentes artefactos han estado presentes en la historia de la humanidad desde hace siglos. Desde luego, estas historias no suelen ser tan románticas o trágicas como la de Pigmalión.

La cultura de masas del siglo XX popularizó la “muñeca inflable”, una especie de globo de plástico con las mínimas características necesarias para hacerlo sexualmente funcional. Probablemente en parte por lo artificial y tétrico de su aspecto, este tipo de muñecas –a las que luego se sumaron muñecos- no llegó nunca a convertirse en un producto masivamente consumido. Sin embargo, durante la segunda década del presente siglo la producción de esta clase de juguetes sexuales ha alcanzado una sofisticación sin precedente.

En un reportaje de Ramiro Rivera en SinEmbargo y en otro de George Gurley en Vanity Fair se da cuenta del nivel de perfección que algunas empresas han logrado imprimir tanto a la apariencia externa como a la constitución interna de estos muñecos. A la par de su calidad, se ha elevado su precio. Actualmente la compañía Real Doll vende su modelo de muñeco(a) sexual más austero en US$5,000, aunque el precio se eleva significativamente en sus diseños más novedosos o cuando se añaden las características personales disponibles en la opción “construye tu propio modelo”.

Hasta aquí la diferencia entre los primeros juguetes sexuales y los actuales se limita a un asunto de grado. Pero esta tendencia cobra una nueva dimensión cuando consideramos la posibilidad de incorporar en los muñecos sexuales algún tipo de Inteligencia Artificial (IA). No se trata de ciencia ficción; actualmente existen compañías que prometen cuando menos algo parecido a la experiencia de convivir con un ser inteligente, aunque la capacidad de sus productos de “responder” en algún nivel a los seres humanos que los emplean sigue siendo muy limitada.

En su ensayo Emociones artificiales y conciencia en las máquinas (Cambridge University Press, 2014), Matthias Scheutz, profesor de la Universidad de Tufts, distingue entre los aspectos comunicativos de las emociones que pueden reproducirse en la Inteligencia Artificial (IA) y sus aspectos arquitectónicos. Mientras que los aspectos comunicativos están básicamente dedicados a la regulación social derivada de la interacción entre humanos y máquinas, hablar del aspecto arquitectónico de una emoción no es centrarse en cómo interactúa con otros, sino en cómo se produce y qué rol juega dentro del propio agente. De esta forma, un ente dotado de IA puede actuar como un ser humano, pero esto no implica necesariamente que piense como uno.

Si bien es poco probable que se logre pronto reproducir los aspectos arquitectónicos de las emociones humanas –incluso hay quienes dudan que esto sea algún día es posible-, es muy factible que los aspectos comunicativos de las emociones logren ser copiados con increíble precisión. Al menos en ello están centrando sus esfuerzos los principales fabricantes comerciales de IA. Esto significaría que las máquinas podrán imitar con creciente precisión a una persona, e interactuar con otras, sin necesariamente contar los mismos procesos internos que los seres humanos.

Es difícil determinar cuántas son las personas que se dejaran seducir por estas apariencias al grado de llegar a enamorarse genuinamente de su robot, quien contaría con el gran atractivo de poseer todas las cualidades que su “dueño” haya seleccionado al comprarlo. Son varias las voces que han manifestado su preocupación por los efectos sociales que este tipo de relaciones podrían generar. Una de las más conocidas es la del grupo Campaña contra los robots sexuales, cuyo malestar gira en torno al papel de estos seres como “cosificadores de mujeres y niños” y a la posibilidad de que su uso llegue a  “disminuir la empatía humana”.

Me parece que estas llamadas de atención, aunque dignas de ser tomadas en cuenta, pecan de moralinas y apuntan en el sentido incorrecto. En realidad es altamente probable que los robots sexuales sean empleados como medios para desahogar fantasías –legales o ilegales- y para satisfacer deseos -de ninguna forma limitados a lo sexual- de las personas que hoy acuden a la prostitución. Prueba de ello es un video promocional que la empresa Playground colocó en su página de Facebook, el cual gira en torno a una muñeca supuestamente ilusionada porque su productor le dio forma humana y porque se le dijo que a aquellas muñecas que llegan de la fábrica se les proporciona un corazón lleno de vida. Empero, una vez vendida y desempacada, la protagonista “desea volver a ser plástico” en clara alusión a la explotación a la que será sometida.

A pesar de que es evidente que la explotación sexual de los muñecos que actualmente se comercializan no representa ningún problema para éstos, es claro que el enfoque tendría cambiar a medida en que se perfeccionen diferentes formas de IA.

Tal como Matthias Scheutz advierte, es buen momento para reflexionar, desde la ciencia y la filosofía, sobre el potencial emocional de las máquinas consientes. “No queremos despertar un día y darnos cuenta que lo que tratamos como aparatos inconscientes y sin emociones eran en realidad seres conscientes esclavizados y maltratados por nosotros gracias a nuestra ignorancia o nuestros prejuicios”. No sería la primera vez.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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