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Antonio Salgado Borge

02/10/2015 - 12:03 am

El último telepresidente

La conocida capacidad de la televisión abierta mexicana de construir presidentes está desahuciada. Si bien Televisa y TV Azteca alcanzarán a incidir en alguna medida en los resultados electorales de 2018, la fuerza de estas cadenas ya no será suficiente para replicar la estrategia mediática que en 2012 llevo al poder a Enrique Peña Nieto. […]

Las televisoras olvidaron que cuando las noticias son increíbles ya no es posible venderlas como noticias. Foto: Captura de pantalla de YouTube
Las televisoras olvidaron que cuando las noticias son increíbles ya no es posible venderlas como noticias. Foto: Captura de pantalla de YouTube

La conocida capacidad de la televisión abierta mexicana de construir presidentes está desahuciada. Si bien Televisa y TV Azteca alcanzarán a incidir en alguna medida en los resultados electorales de 2018, la fuerza de estas cadenas ya no será suficiente para replicar la estrategia mediática que en 2012 llevo al poder a Enrique Peña Nieto.

En su libro La caída del telepresidente (Grijalbo, 2015), el periodista yucateco Jenaro Villamil analiza algunas de las causas que han llevado al desplome de la popularidad de Peña Nieto, quien es aprobado por menos de la tercera parte de los mexicanos a pesar de contar con una cobertura favorable en las dos principales cadenas nacionales de televisión y en la gran cantidad de medios alineados al gobierno. La tesis subyacente en ese texto es que estamos ante una verdadera revolución, sólo que ésta no se está produciendo en las calles sino en el tránsito de un modelo de comunicación analógico a uno digital.

Me parece que dos tendencias paralelas que han terminado por cortarse respaldan esta tesis. La primera es cuantitativa y está conformada por el aumento en la cantidad de usuarios de internet en México. Tan sólo entre 2012 y 2014 casi nueve millones de mexicanos se sumaron a los 43 millones que ya contaban con acceso a esta red. Esto significa que más de la mitad de la población mexicana ya está conectada a internet. Es seguro predecir que, en buena medida gracias a la mayor disponibilidad de teléfonos celulares económicos, esta tendencia seguirá su actual inercia. No me detendré en este punto, ya que se trata de un fenómeno mundial ampliamente comentado.

La segunda línea que hace pensar que la predicción de Villamil será hará realidad es que las personas que cuentan con acceso a internet suelen dar mayor credibilidad a lo que aparece en los dispositivos “inteligentes” que a lo que se muestra en la televisión abierta. Así lo confirma un estudio dado a conocer esta semana por Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) en el que se evidencia que los internautas mexicanos son desconfiados, activos y exigentes.

Las reacciones generadas por la más reciente investigación del propio Villamil, publicada en el número en circulación de la revista Proceso, son una prueba de ello. En este reportaje se revela que Joaquín López Dóriga, conductor estelar del noticiero televisivo más visto del país, además de haber intentado extorsionar por medio de su esposa a la empresaria María Asunción Aramburuzabala, habría recibido pagos multimillonarios de dependencias gubernamentales, partidos políticos y candidatos a cambio de comentarios en su programa en Radio Fórmula. López Dóriga llevó su molestia a Twitter; pero, como grito frente a una montaña nevada, su reclamo provocó una avalancha de tuits que terminó por sepultarle.

No es ninguna casualidad que a las caras oficiales de los noticieros de televisión abierta les suela ir tan mal en las redes sociales. Si bien desde hace décadas es bien sabido que la línea editorial de las televisoras se pacta –por un motivo u otro- con el gobernante en turno, la decreciente credibilidad en los noticieros de televisión podría deberse en parte a que su contenido ya es percibido por muchos usuarios de medios digitales  como una mercancía fundamentalmente valiosa por su cambio y no por su uso. Es decir, cada día es más claro que lo que la televisión abierta proyecta bajo el disfraz de noticias son en realidad productos que no tienen como fin ofrecer a sus audiencias elementos para formar un criterio informado –fundamental en toda democracia-, sino ser intercambiados por otro tipo de bienes.

Las televisoras olvidaron que cuando las noticias son increíbles ya no es posible venderlas como noticias y se dedicaron a mercadear ad nauseam con la capacidad de influencia derivada de sus amplias audiencias, circunstancia que ha deteriorado su credibilidad y, paradójicamente, ha mermado su capacidad de influencia. Esta tendencia parece seguir el mismo patrón identificado en el arte absorbido por la  industria cultural hace más de 40 años por Max Horkheimer y Theodor Adorno (Dialéctica de la ilustración, Editorial Trotta, 1994), para quienes:

“El arte es una especie de mercancía, preparada, registrada, asimilada a la producción industrial, adquirible y fungible; pero esta especie de mercancía, que vivía del hecho de ser vendida y de ser, sin embargo, esencialmente invendible, se convierte hipócritamente en lo invendible de verdad, tan pronto como el negocio no sólo es su intención sino su mismo principio”.

Con el caso de López Dóriga se ha quedado expuesta  la más reciente vuelta en una espiral análoga en la que se encuentra la concepción de la información como mercancía producida industrialmente. Cualquier mexicano con acceso a Internet ahora sabe ahora que si se lleva esta lógica hasta el límite incluso el conductor del noticiero puede sacar, a título personal, provecho económico del formato arriba descrito. El sustituto de Jacobo Zabludowsky –el modelo original de conductor alineado al poder- terminará por ser juzgado con más severidad que su antecesor en buena medida porque la sobrereproducción del formato de mercantilismo informativo en él se encarna ha desgastado la efectividad de este modelo.

Resulta intrascendente si Joaquín López Dóriga es relevado o no de su puesto; a estas alturas, se antoja sumamente complicado que la llegada de un “Jacobo 3.0” pueda ayudar Televisa a revertir su descrédito. Lo cierto es que en 2018 la televisión abierta será menos vista, menos creída y menos influyente que nunca.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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