Berlín es una ciudad caminable. Sus aceras son amplias, muy amplias. En ellas cabemos caminantes, ciclistas, turistas, muchas bancas para descansar y hasta una que otra mascota traviesa.
Cada dos cuadras puede encontrarse un puesto de renta de bicicletas. De 6 a 12 euros por usarla un día completo. No es caro, sobre todo si se toma en cuenta que los taxis son más caros y se piensa en los beneficios físicos y estéticos de pedalear un rato. Y digo estéticos no por “hacer pierna”, sino por la posibilidad de sentir el aire fresco en la cara, abrir bien los ojos y levantar la mirada para observar con detalle la belleza de esta ciudad que hace apenas medio siglo estaba en ruinas.
Todavía quedan restos de aquellos tiempos oscuros para el mundo: muchos de los grandes templos siguen sin cúpulas y las robustas columnas conservan las cicatrices de los bombardeos aliados. Pero siguen de pie. Tal como sigue la ciudad entera.
Y es que lo más impresionante de Berlín no es la cantidad de autos de lujo o sus centros comerciales con precios exorbitantes. No, lo que más me impresiona de Berlín es su balance: una ciudad que conserva sus monumentos y su eminente carácter germano, pero que no se resiste a la modernidad de los iPhones, las grandes pantallas de LED’s, el encanto de la tecnología, el arte moderno, la innovación. Todo en armonioso orden.
Así puede uno encontrarse la más avanzada tecnología de Volkswagen en el “museo” DRIVE detrás de una fachada clásica en Friedrichstraβe y constatar cómo esta sociedad empuja con todas sus fuerzas por mantenerse a la vanguardia técnica y económica, mientras conserva su memoria histórica.
No he tenido mucha oportunidad para pasear, pero el primer sitio que decidí visitar fue el memorial de las víctimas judías durante el holocausto. A simple vista son solo grandes bloques irregulares de concreto. Pero tras caminar un rato entre ellos. Tras ir y venir hasta perderme en lo más profundo de los pasillos, pude constatar una cosa que me conmovió: el silencio.
Quiérase o uno, en medio del bullicio de una ciudad de millones de personas, termina uno muy solo allí dentro. Tal como en el cementerio., solo en medio de los muertos. Tras pasar algunos minutos, relajarse y respirar, el memorial lo logra: obliga a recordar el dolor que representa.
Vaya valentía de los alemanes para construirse, al mismo tiempo y justo en el corazón de la ciudad, a lado del bellísimo Parque Tiergarten, un homenaje a las víctimas y un recordatorio permanente de las atrocidades de los verdugos. Pero el memorial es también una promesa: nunca más.
…
Tengo la fortuna de estar acá para estudiar junto a 30 compañeros de 16 países diferentes. Líbano, Austria, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, Suiza, Italia, Sudáfrica... son algunos de los países de dónde vienen mis compañeros. Soy el único mexicano en un escuela que apuesta por la creatividad y la innovación. Solo como dato, hay 8 brasileños.
Durante los breaks para el café aprovechamos para platicar e intercambiar experiencias. Las preguntas sobre México son siempre muy similares: la violencia, el narcotráfico, la corrupción, los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, la “casa blanca”, la libertad de expresión. ¡Sinaloa! ¿“El Chapo” Guzmán?
Y viene entonces mi amplia explicación de nuestro estado corrupto y corruptor, de nuestra debilidad institucional, de la violencia contra los periodistas, del poder de nuestros carteles.
A la mayor parte de ellos les parecen increíbles algunas situaciones de nuestro país: la poca independencia de la mayor parte de los medios mexicanos vía publicidad oficial, el evidente caso de corrupción de la “Casa Blanca” y la nula acción del Congreso, la participación de un Alcalde y de la policía en la desaparición de 43 jóvenes en Ayotzinapa. Really, the Police?
Cuando llegamos a ese punto de la conversación se me acaban las respuestas. ¿Cómo justificar por qué “no pasa nada” frente a un brasileño? Mientras en su país Petrobras, su mayor empresa petrolera, está siendo profundamente investigada por las autoridades por escándalos de corrupción.
No es una encuesta ni un sondeo riguroso. Pero la muestra me alcanza para entender que nuestra imagen no es la mejor desde acá. No se nos ve a los mexicanos como un país con potencial, sino más bien con la simpatía de los tequilas y el mariachi. En el imaginario somos un país bonito, pero no un país que se toma en serio.
No es agradable.
Por otro lado, me he topado con algunos hallazgos interesantes: la Directora de la escuela me ha citado la obra de Octavio Paz con perfecto español y un compañero no deja de recordarme la belleza de Isla del Carmen, ni las delicias de nuestra comida.
No puedo evitar sonreír cuando caigo en cuenta que los mexicanos tenemos todo para cambiar las cosas: la naturaleza, el talento, la inteligencia. Falta ponerle más voluntad.
Debo volver a esta ciudad un par de veces durante el próximo año. Espero aprender más de este pueblo impresionante que acoge con los brazos abiertos a los refugiados sirios. Debo conocer mejor a su gente que -vaya casualidad, es mayoritariamente inmigrante.
Espero volver con mejores noticias de México. Tenemos mucho que hacer.