No puede haber cambios en una sociedad si la ciudadanía no presiona. Ningún gobernante cede voluntariamente en temas como derechos civiles, rendición de cuentas o democratización toda vez que con ello pierde márgenes de autoridad. Por eso se habla de “conquistas” frente al poder. ¿Debe verse mal movilizarse por causas? Claro que no: de hecho a menudo es necesario.
Tampoco puede haber movilización sin activismo. Toda idea nueva encontrará resistencias de quienes detentan la autoridad, además de que el grueso de la población puede no entenderla en un principio. Ganar simpatías para una causa toma tiempo.
Sin embargo no toda movilización se basa en ideas o agendas concisas. Es posible que no se busque promover un cambio, sino presionar para bloquearlo. O que por intereses políticos se desee mantener a un grupo de personas movilizadas al menos emocionalmente. En estos casos el activismo puede ser agente de intereses que casi nunca son claros.
Agreguemos a esto la aparición de redes sociales y portales que promueven causas para apreciar cómo la tecnología puede potenciar ambos extremos del activismo. Autores como Moisés Naim en El fin del poder hablan sobre el slacktivism o activismo de sofá: apretar un botón para apoyar una causa que tendrá naturalmente una vida corta hasta que surja un nuevo escándalo que será atendido con la misma banalidad.
Desde hace unos días circula la petición en el portal Change.org para pedir que se retire a Carmen Salinas de su curul, contándose hasta el momento más de 80 mil firmas. La diputada contestó de una forma altisonante, que sólo ayuda a enardecer a los detractores.
Dejando a un lado que las firmas en ese portal no tienen efectos legales, ¿estamos viendo cómo se convierte el activismo en un acto banal con este tipo de ocurrencias?
¿Debería Carmen Salinas estar en el Congreso?
Mi postura frente a Carmen Salinas: no creo que sea el mejor perfil para integrar la Cámara de Diputados y tampoco pienso que vaya a tener un papel destacado en esta Legislatura aparte de dar la nota folclórica. Pero en esta categoría caen muchos legisladores de todos los partidos. Pero la víscera no es razón válida para que no ocupe una curul.
Por más que genere simpatía o rechazo, la diputada no es peor que otros representantes que han destacado por su conducta o incluso payasadas, como sería Gerardo Fernández Noroña que basó su gestión en escándalos, mantas y declaraciones sobre el presunto alcoholismo de Felipe Calderón. Sin embargo tampoco tiene una imagen oscura o antipopular como sería Romero Deschamps para otro sector de la opinión pública. ¿Hay diputados buenos o malos? Depende del grupo al que se le pregunte.
¿No está Carmen Salinas preparada para ser legisladora? Por lo que se ha visto hasta hoy, y sabiendo que todavía no lleva un mes la Legislatura, la respuesta sería “no”. Pero para efectos lo mismo se podría argumentar de los diputados de Morena que ganaron su asiento por sorteo. Y ni se diga de candidatos que fueron seleccionados por todos los partidos por ser “famosos”, de políticos que se les coloca en asientos seguros en las listas de representación proporcional para tener inmunidad procesal, de esposas de ediles o gobernadores…
¿Por qué entonces centrar la atención en una persona y no en otras? En primer lugar porque este tipo de presiones tienen un móvil político: ver a Carmen Salinas como alguien indeseable, mientras otros puedan considerar que Fernández Noroña era el diputado valiente que no le temblaba la voz al decirle sus verdades a los poderosos.
En realidad ese tipo de apreciaciones son subjetivas y dependen del grupo que las promueva o no. Para el mismo efecto, algunos podrían ver en los diputados de Morena el ejemplo de cómo un partido abre oportunidades a ciudadanos, mientras otros afirmarían que su falta de experiencia sólo fortalece a dirigentes partidistas al momento de imponer su línea.
Lo anterior no es algo buen o malo: así se mueve la política. Sólo cuando hay diversidad de opiniones sobre alguien el ciudadano puede formar un juicio a partir del contraste. Esto será cada vez más importante cuando comience a operar la reelección inmediata, ya que el propietario será blanco de ataques.
Fuera de eso, el problema se reduce a una discusión de “buenos” contra “malos”, donde un bando va a descalificar al otro con adjetivos como “pejezombie” o “peñabot” por decir los más amables. ¿Implica que alguna de las facciones está en lo correcto? No me atrevería a decirlo, pero si comenzamos a imponer criterios viscerales sobre quién debería estar o no en el Congreso terminaríamos como en Venezuela, retirando del pleno a opositores por no simpatizar con el régimen.
Todos los políticos se dirigen fundamentalmente hacia un público que les ayudará a continuar con su carrera política. Algunos lo hacen defendiendo temas. Otros con chistes, mantas o desplantes. La culpa en última instancia no es de estas personas, sino del resto de los partidos que no han logrado hacer que otro tipo de perfiles sean igual de competitivos para el votante.
¿Pero debería o no ser diputada Carmen Salinas? Como en los otros casos descritos, el instituto político al que pertenece así lo decidió. A final de cuentas el PRI es un partido corporativista y todavía asigna espacios a sus sindicatos, como la ANDA. Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿quién votó entonces por ella?
¿Quién votó por Carmen Salinas?
Gústele a quien le guste, votó por Carmen Salinas toda persona que vive en el Distrito Federal, Guerrero, Morelos, Puebla y Tlaxcala y tachó en la boleta de diputados el logotipo de la alianza PRI / PVEM. ¿Por qué? Porque en el acto de votar por diputados se elige de manera simultánea al candidato del distrito electoral como la lista de partido. Y se espera que todos conozcamos quiénes compiten por ambas categorías.
Los partidos pueden integrar sus listas plurinominales como les venga en gana y los ciudadanos deberíamos estar atentos para no elegir a dinosaurios, u otra fauna política por votar por un candidato popular. ¿Está bien? Claro que no. De hecho una causa importante sería obligar a los institutos políticos a elaborar listas más competitivas.
¿Se puede hacer algo para ello? Sí: reformar el Código Nacional de Instituciones y Procedimientos electorales para que un ciudadano emita su voto en dos boletas: la del distrito y la de la circunscripción. De esa forma el votante podría elegir mejor de acuerdo a sus preferencias y con base en una mejor información.
Pero creer que se puede hacer una petición nacional para correr a una diputada plurinominal que pertenece a una circunscripción por encima de la voluntad de quienes la eligieron refleja una postura más bien autoritaria.
¿Qué se puede hacer con legisladoras como Carmen Salinas?
En este momento no se puede hacer gran cosa salvo no volver a votar por el partido que postuló a un diputado indeseable. Pero otra vez, ese criterio es demasiado subjetivo e imponerlo de manera unilateral significaría el inicio del fin de una democracia.
Se podría pensar en dos mecanismos para retirar a un legislador que afecte la imagen del órgano legislativo o que no cumpla.
El primero sería la revocación del mandato: que una tercera parte del padrón electoral del cargo a rescindir lo convoque, considerándose la consulta vinculatoria si participa alrededor del 40 ó 50% de los votantes. Sin embargo este proceso se complica si consideramos que es una diputada de una lista de partido: no se puede definir claramente una causalidad a pesar del rechazo que pueda generar.
El segundo es facultar a cada cámara a expulsar con una mayoría calificada a uno de sus miembros. Este recurso existe en la mayoría de los órganos legislativos del mundo y sería una medida extrema contra alguien que incurre en un escándalo que afecta a la institución. Pero la mayoría calificada evita de entrada que se recurra a este mecanismo para banalidades.
Lo que sí puede pasar es que si la presión se vuelve demasiado fuerte el PRI invite a Carmen Salinas a que solicite licencia por tiempo indefinido. En el mejor de los escenarios volvería cuando todos se olviden del escándalo. Pero los tricolores enviarían una señal de debilidad si ceden por tan poca cosa.
La gran ironía de este incidente es que quienes rechazan a Carmen Salinas por ser un agente de Televisa, confunden el funcionamiento de la política con un reality show, donde las personas indeseables pueden ser nominadas por un grupo de personas. Y mientras nos perdemos en anécdotas el activismo se va deslizando por la pendiente de la banalidad.