Esta semana el dólar sigue a la alza. A pesar de los múltiples anuncios y las subastas del Banco de México, la moneda estadounidense no conoce límites. Al día de ayer rozaba los 16.90. El temido 17 se siente cerca.
Los técnicos de Hacienda argumentan que a pesar de la fortaleza del dólar, nuestra inflación sigue bajo control y que no hay nada de que preocuparse. Sin embargo, mientras el gobierno insiste en que estamos ante una “apreciación” del dólar y no ante una devaluación del peso, la población mexicana (y muy probablemente también los capitales) desconfía de la capacidad de nuestro gobierno para mantener la situación bajo control.
Como bien señalaba Leo Zuckermann en un artículo reciente: cada vez que el dólar sube, a los mexicanos se nos vienen a la memoria los peores recuerdos. De inmediato nos brincan apellidos como Echeverría o López Portillo en la cabeza. Nada pone tan nerviosos a nuestros empresarios como una tendencia sostenida de encarecimiento de la moneda verde.
Pero, más allá de las razones puramente económicas del fortalecimiento del dólar en el mundo, de la crisis europea y de la influencia de los precios a la baja del petróleo, es imposible soslayar que México tiene problemas más serios que la mera coyuntura internacional.
Y es que el dólar es ahora la metáfora económica de la confianza en el Presidente Peña Nieto. Una medida concreta y específica de lo bien o mal que lo hace nuestro máximo dirigente nacional y el equipo “experto” que lo acompaña en el manejo del país.
Y vale decir que una cosa es que Peña Nieto repruebe en los índices de popularidad de medios y casas encuestadoras, dato que sirve cómo termómetro social pero que no guarda ninguna otra relación causal relevante. Y otra cosa es que el dólar se le descomponga al gobierno actual: porque entonces si nos duele en el bolsillo a muchos ciudadanos, se elevan los precios de los productos importados, se nos ajustan las vacaciones, etc.
Y para confirmar el mal momento del Presidente, esta semana él mismo evidenció la debilidad en que se encuentra: tras un hecho menor que no debió trascender la mera anécdota, Enrique Peña Nieto “el corredor”, salió a aclarar en Facebook y Twitter que los calcetines que usó durante la carrera de Molino del Rey no estaban al revés, sino que así era su diseño.
Las reacciones en redes fueron abrumadoras. El “buen humor” del Presidente no fue bienvenido y con sobradas razones. Peña Nieto (ni sus asesores) entienden que el horno no está para bollos: no se bromea de esa manera cuando hay tantos pendientes más importantes por aclarar como Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, el ABC, la Fuga de “El Chapo”.
No se bromea de esa manera cuando la economía sigue estancada y la reforma fiscal golpea a la clase media. No se bromea así cuando la seguridad de muchos estados sigue siendo el gran pendiente y el crimen organizado dicta órdenes. No se bromea de esa forma cuando un periodista es agredido cada 26 horas sin ninguna respuesta institucional eficiente.
Entonces, algo está muy mal en un país en que la mayor parte de la gente ya no confía en su Presidente, tanto como para ni siquiera creerlo capaz de ponerse bien unos calcetines.
Estamos apenas a la mitad del sexenio y el Presidente Peña Nieto atraviesa su peor momento. Insisto, se ve muy difícil que le alcance lo que resta para recuperar la confianza perdida ¡Habría que hacer tanto y en tan corto tiempo!
Es un escenario complicado, la tormenta perfecta. Justo la clase de momento en que los “golpes de timón” vienen bien porque ya no hay mucho que perder. Justo el timing para ponerse atrevido y apelar a la audacia. La misma clase de audacia que le valió aprobar las reformas y alcanzar el Mexican Moment.
No veo que esa audacia pueda surgir del gabinete actual. Ese equipo ahora se encuentra rebasado y con nula capacidad de recomposición. A Videgaray le hunde cada nuevo pronóstico a la baja del PIB y Osorio Chong sigue dentro del túnel en que lo metió “El Chapo”. Si la llegada de Beltrones fue una señal de pragmatismo, espero ver lo mismo con el gabinete.
Es hora de cambiar Presidente.