Antonio Salgado Borge
14/08/2015 - 12:04 am
Matrimonios homosexuales, adopción y progreso ético
La decisión Suprema Corte de Justicia de la Nación de invalidar la ley que prohibía la adopción de menores de edad a las parejas homosexuales en Campeche seguramente llevará al contingente de grupos conservadores que recientemente se manifestó en contra del aval de la SCJN a los matrimonios entre personas del mismo sexo a incrementar […]
La decisión Suprema Corte de Justicia de la Nación de invalidar la ley que prohibía la adopción de menores de edad a las parejas homosexuales en Campeche seguramente llevará al contingente de grupos conservadores que recientemente se manifestó en contra del aval de la SCJN a los matrimonios entre personas del mismo sexo a incrementar la intensidad de sus protestas. Movido por un arraigado conjunto de valores religiosos, este sector de nuestra sociedad, conformado principalmente por integrantes de iglesias y organizaciones de la sociedad civil ligadas a éstas, se ha opuesto rotundamente a reconocer plenamente los derechos de los individuos homosexuales porque genuinamente los conciben como una seria amenaza para el futuro de la familia tradicional mexicana.
Sin embargo, a pesar del rechazo conservador, estas dos decisiones de la SCJN deben ser bienvenidas y defendidas porque con ellas esta corte ha realizando una contribución fundamental a lo que el profesor de la Universidad de Columbia Phillip Kitcher identifica como el progreso ético de la humanidad, que consiste en el incremento de los medios que sirven para remediar aquellas fallas en el altruismo –la ayuda desinteresada de unos a otros- presentes en una sociedad y para generar condiciones de igualdad entre seres humanos.
La ética es para Kitcher una tecnología social porque, al igual que el progreso tecnológico, el progreso ético implica la gradual cobertura de situaciones que antes no sabíamos cómo remediar y la mejora de las condiciones actualmente existentes. Siguiendo la misma línea, la historia del progreso ético conforma lo que este académico califica como el Proyecto Ético de la humanidad en su paso por el mundo.
Es necesario un brevísimo recorrido por la genealogía del Proyecto Ético para visualizar con claridad su sentido. Hace aproximadamente 50,000 años, sentados alrededor de fogatas, los humanos establecieron acuerdos con el fin de repartir equitativamente los recursos y evitar la violencia entre los miembros de sus grupos. Al menos durante los primeros 40,000 años de vida del Proyecto Ético todos los adultos habrían participado en la toma de decisiones y habrían sido considerados igual de valiosos en el seno de su sociedad. Es por ello que es posible afirmar que el principal sentido del Proyecto Ético es, desde sus inicios, prominentemente igualitarista.
A partir de entonces este proyecto no ha dejado de transformarse, aunque Kitcher tiene el cuidado de aclarar que esto no significa que todos los cambios acontecidos formen parte de un progreso lineal y constante. Por el contrario, el progreso ético es sumamente raro y nada sistemático. Prueba de lo anterior es que ante la amenaza de posibles fallas en el altruismo derivadas de grandes cambios sociales ocurridos desde hace aproximadamente 10,000 años -como el crecimiento exponencial de las poblaciones o el surgimiento de jerarquías complejas-, se han generado guías normativas de conducta no deliberadas y dictadas unilateralmente. También se han producido mecanismos de adoctrinamiento para interiorizar “policías trascendentales” que, armadas hasta los dientes con poderosas culpas y miedos, sirven como un medio de vigilancia preventiva que garantiza el cumplimiento de las normas sociales. Estas importantes modificaciones rompieron con el original espíritu igualitario y altruista del Proyecto Ético.
Los intentos de derivar los valores de una sociedad a partir de elementos transmundanos han sido sumamente perjudiciales para nuestro Proyecto Ético en buena medida porque las posibilidades de progreso terminan entrampadas en discusiones circulares sin solución a la vista; el proceso de desarrollo de las diferentes religiones es análogo y no existe un criterio objetivo para determinar cuál es la verdadera. Tampoco es posible obtener dictados éticos con base en interpretaciones antropocéntricas de la naturaleza. A lo sumo podemos aspirar a conocer cómo funciona el orden natural, pero al menos hasta hoy nadie ha escuchado a la naturaleza dictar norma moral alguna. Pretender derivar verdades éticas de la naturaleza es como asegurar que el futuro puede ser leído en el café vertido en una taza.
Los valores surgidos de este tipo de fuentes no sólo se apartan del sentido del Proyecto Ético, sino que pueden ser empleados para legitimar injusticias. Si no se hubieran rectificado o reinterpretado valores otrora sagrados e intocables, hoy las mujeres permanecerían reducidas al injusto rol de apéndices de los hombres, seguirían habiendo esclavos en los campos de algodón norteamericanos, todavía se quemaría a los científicos por su insaciable sed de herejías o se continuaría condenando a los homosexuales a la castración química para pagar por sus conductas “aberrantes”.
Sin embargo, la defensa de las verdades que puedan fortalecer el Proyecto Ético no tendría por qué estar, como suele pensarse, exclusivamente en manos de los ateos. Las religiones podrían ser vehículos para el progreso ético, aunque para ello se requiere que se impongan las cosmovisiones más refinadas y suaves que suelen ser defendidas por los creyentes más sofisticados. Las religiones se refinan cuando lo trascendental no es entendido como un principio del cual se pueden derivar valores, sino como aquello que da sentido a una vida –y también a una muerte- regida por los valores seculares surgidos en el progreso ético.
Los creyentes mexicanos y sus iglesias pueden dar pasos importantes en este aspecto. Tal como postula David Lodge en un artículo publicado en la revista Nature, los espacios en común para la ciencia y la fe son posibles. Un ejemplo concreto de los puentes que se pueden tender entre ciencia y religión cuando una iglesia adopta posturas refinadas es la reciente encíclica del Papa Francisco que, basada en información científica relevante sobre el cambio climático, se distancia de la tradicional visión cristiana que postula que el mundo existe para ser explotado por el ser humano.
Las decisiones de la SCJN de avalar los matrimonios homosexuales y la posibilidad de que en Campeche las uniones homosexuales puedan adoptar niños son un gran paso en el gran Proyecto Ético humano porque abonan al pleno reconocimiento de la igualdad entre homosexuales y heterosexuales, corrigen fallas en el altruismo que han permitido que cientos de miles de niños estén hoy condenados a no tener un hogar y se basan en los mejores argumentos racionales hoy disponibles.
Quienes se oponen a este tipo de uniones tienen todo el derecho a manifestar sus puntos de vista, pero su libertad de expresión y el volumen de sus voces no contribuye a validar argumentos que reproducen vicios del pasado y que carecen de pruebas científicas. En realidad, la pretensión de que “verdades” éticas basadas en lo natural o lo trascendente pueden justificar leyes positivas tan sólo enturbia el proceso de secularización de valores necesario para nuestro progreso ético y para dejar de extender una lista de injusticias que es ya lo suficientemente larga.
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