¿Qué le pasa a este Papa que habla de dialogar con la evidencia científica y del cambio climático, de la destrucción ambiental, de la creciente desigualdad social? ¿Qué le pasa al Papa que señala la responsabilidad de este sistema económico, como la causa principal de estos males? ¿Qué le pasa a este Papa que le da un lugar, un reconocimiento, a otras religiones, Iglesias y comunidades cristianas? ¿Qué le pasa al Papa que se preocupa por la destrucción del patrimonio histórico, artístico y cultural de la humanidad por la sociedad de hiperconsumo? ¿Qué le pasa a este Papa que no se atreve a juzgar a los gays?
Lo que más indigna de este Papa a un grupo minoritario, pero poderoso, de la Iglesia, es que cuestione el sistema económico imperante. La reacción contra el Papa se ha levantado tanto al interior de la Iglesia como al exterior, en ese sector privilegiado que se ha negado a reconocer que los grandes poderes económicos, a los cuales se encuentra ligado, son el mayor obstáculo para enfrentar las amenazas que ponen en riesgo la sobrevivencia de la humanidad. Ese poder que domina la economía mundial, que ya no está en los gobiernos, que reside en las grandes corporaciones transnacionales.
La dinámica de las grandes maquinarias corporativas, de las grandes empresas transnacionales, que responden a la lógica dictatorial del aumento de la ganancia, de la expansión del consumo, de la obsolescencia programada de los productos, del absoluto libre mercado, es la causa central de la incapacidad civilizatoria de respuesta ante los retos que enfrenta la humanidad. No sólo no se responde a estos retos sino que se toman acciones para agudizarlos. Este es el caso de los nuevos tratados internacionales, como el tratado transpacífico, tratados elaborados a espaldas de los ciudadanos, en secreto, que están dirigidos a proporcionar más poder a las grandes corporaciones trasnacionales debilitando las acciones que los gobiernos pudieran tomar para proteger, para defender, el bienestar de su población. Tratados que buscan nulificar las regulaciones y el poder de los Estados, para que la única regulación que exista es la no-regulación a la especulación.
La encíclica Laudato Si del Papa Francisco, “Sobre el cuidado de la casa común”, que ha despertado la reacción de los conservadores, de aquellos que quieren que las cosas sigan su curso actual, es un texto que encuentra su sustento en un gran número de documentos elaborados en conferencias episcopales alrededor del mundo. En ellos están plasmados los testimonios de los obispos de la iglesia que conocen y son testigos de la destrucción ambiental, social y cultural; de la industria extractiva (minera, petrolera, etcétera) que está penetrando con mayor fuerza en las comunidades más pobres; de la explotación de los jornaleros agrícolas y los daños a su salud por los agrotóxicos; de la contaminación de la industria química, minera y agrícola del agua, del aire y la tierra, etc. Es la Iglesia que vive día a día la imposición que sufren las comunidades por parte de los intereses económicos, que da testimonio de los impactos que el cambio climático y la devastación de la naturaleza están teniendo sobre la humanidad (sequías, inundaciones, fenómenos climáticos más extremos). Es la Iglesia que ve con preocupación y compromiso con la gente la agudización de los grandes problemas que sufre la humanidad y sus principales causas.
En la historia de la humanidad la sobrevivencia de las civilizaciones ha estado marcada por la capacidad de respuesta frente a los retos que se presentan (Colapso. Jaret Diamond). En sentido contrario, las civilizaciones que se han colapsado lo han hecho, principalmente, porque los poderes dominantes en ellas se aferraron a mantener las condiciones que les otorgan sus privilegios, manteniendo el curso de las cosas, impidiendo los cambios necesarios para evitar el colapso. Piénsese el papel que ha jugado, entre otros, la industria petrolera en los Estados Unidos, en su alianza con los republicanos, para evitar que ese país tome compromisos internacionales para reducir sus emisiones de gases invernadero, siendo los estadounidenses los mayores emisores de estos gases en el mundo. No es una coincidencia que sean los republicanos los que se levanten contra el Papa, como lo han hecho contra Obama, cuando ambos llaman a tomar medidas urgentes frente al cambio climático.
Desde el discurso ideológico del poder - el discurso desde el poder suele ser ideológico (Francios Chatelet. Historia de las Ideologías) - las interpretaciones de la realidad que le contradicen se clasifican con conceptos que buscan excluirlas, descalificarlas de inicio, sin tomarlas en consideración. Es así que el Papa es juzgado como comunista, es así que Obama cuando propone una política de seguridad social es comunista, es así que cuando se busca la regulación del mercado para proteger el bien común se juzga de comunista. La dicotomía es la solución sencilla creada desde la ideología: o se está con el libre mercado o se es comunista. En esta dicotomía la democracia no existe: es capturada por las corporaciones o por el régimen dictatorial.
Los conservadores señalan que el Papa recibió un crucifijo con la hoz y el martillo de manos de Evo Morales como una prueba de su comunión con el comunismo, no se habla de la carta que recibió el Papa de varias organizaciones sociales de América Latina que anteriormente se habían reunido con él, denunciando la actitud del gobierno boliviano contra varios movimientos sociales en ese país, no se mencionan sus palabras contra el autoritarismos y la falta de democracia: "La inmensa riqueza de lo variado... nos aleja de la tentación de propuestas más cercanas a dictaduras, ideologías o sectarismos".
Cuando el Papa habla, cuando nosotros hablamos, de un sistema con valores humanos, con el hombre y la mujer en el centro, con mercados regulados que pongan en principio el bien común sobre el beneficio privado a toda costa, somos entonces comunistas, atacamos la libertad de las personas. Cuando hablamos de cosas tan sencillas como que el planeta no puede sostener el modelo consumista imperante; de que los consumidores, especialmente los niños, no deben recibir publicidad de aquello que está dañando su salud; de que tenemos el derecho a conocer el contenido de los productos que consumimos y sus efectos sobre su salud y el planeta; de que se detenga la introducción de sustancias sintéticas o transgénicos hasta no tener la certeza de su inocuidad: se argumenta que atentamos contra la libertad de las personas, contra la libertad de las empresas. De lo que estamos hablando es de un sistema democrático, transparente, no capturado por los intereses privados ni por dictaduras. Estamos hablando de que los gobernantes deben ser servidores públicos.
La dictadura que pone en riesgo la sobrevivencia de la humanidad, la que está generando la descomposición social y promoviendo la violencia, es la dictadura de la especulación, del bien privado, es esta dictadura la que ha destruido la democracia convirtiéndola en una farsa, es la que está destruyendo el patrimonio cultural, es la dictadura que destruye la diversidad, los valores y la moral. Es la que nos hunde en la ceguera moral.
¿Qué le pasa al Papa?
Lo que le pasa es que simplemente: “le interesan las personas”*.
*Esta es la frase sencilla y simple, pero muy profunda, que utiliza Win Wenders para describir a Sebastiao Salgado en el documental, “La Sal de la Vida”, en el que muestra la vida y obra de este fotógrafo que entró y mostró al mundo algunas de las tragedias más crueles y espantosas de finales del siglo XX.