El resto del sexenio de Enrique Peña Nieto no pinta bien para México. El futuro inmediato no se ve nada bien en la economía, tampoco se ve mejor en la seguridad y, sobre todo, no se ve nada bien en el combate a la desigualdad, la pobreza o la corrupción.
Pueden llamarme pesimista, pero nada de eso, puro realismo. Los números y las tendencias no alcanzan para afirmar otra cosa.
En la economía la CEPAL nos acaba de bajar el pronóstico del PIB para el 2015 de 3% a 2.4%. Todos los especialistas dudan de las predicciones de la Secretaría de Hacienda y del Banco de México, pues ya entre tanto ajuste a la baja parece que si terminamos en 2% nos irá bien.
Todavía peor, para los años siguientes (2016, 2017 y 2018) ese anhelado 5% de crecimiento necesario para generar arriba de un millón de empleos anuales se antoja harto complicado, pues la madre de todas las reformas, la Energética, arrancó con un fracaso tremendo en la Ronda Uno. Fue así por una coyuntura estructural de la industria petrolera cuyos precios de referencia ya están por debajo de los 50 dólares el barril y, también por una coyuntura local: tras la fuga de “El Chapo” Guzmán, los escándalos de corrupción con HIGA y OHL -más lo que se acumule esta semana-, los inversionistas extranjeros ven con demasiado recelo y desconfianza a nuestro país. “No hay reglas claras para competir”, parece ser la frase más repetida en el lobbying internacional.
En materia de seguridad, nadie niega el descenso de los homicidios que, por cierto, siguen siendo demasiados para una economía que aspira a ser una de las diez más grandes del mundo. Pero también, casi nadie –salvo cierta prensa- se come el cuento de que ese comportamiento sea producto de la sofisticada estrategia de seguridad del actual gobierno federal encabezado por el súper secretario Osorio Chong. Al contrario, cada vez más especialistas señalan que la tendencia a la baja parece surgir más de una especie de pacto entre los grupos del crimen organizado pues tanto muerto no le sirve al “negocio”. Menos ahora que hay que diversificarse todavía más a la heroína y competir con la mariguana estadounidense.
Por otro lado, esa reducción en uno de los delitos de alto impacto no significa una mejoría relevante de nuestro estado de derecho. Todo lo contrario: la penetración que el narco tiene en entidades como Guerrero, Michoacán, Morelos, Tamaulipas o Sinaloa, evidencia más un estado de autoridad paralelo que una verdadera construcción de condiciones de legalidad.
En muchas regiones, el crimen organizado alcanza para erigirse en “gobierno alterno” y su alcance define la arquitectura política, controla los negocios ilícitos y traza la línea editorial de los medios de comunicación locales. Visto así, la espectacularidad de la fuga de “El Chapo” no es más que el colofón de ese estado quebrado hasta en sus máximos niveles de seguridad e inteligencia.
Y, por ultimo, también ya es una conclusión cuasi general de analistas económicos y políticos que el mayor problema de este país es la desigualdad. Son tantos con tan poquito y tan poquitos con tanto, que la brecha se vuelve no solo vergonzosa, sino insostenible en el discurso público del Presidente y su primer círculo de colaboradores.
A eso hay que sumarle que nuestra clase política está muy lejos de valorar la ofensa diaria que eso significa, tan lejos que se comporta como parte de la realeza inglesa con vestidos de diseñador y habitaciones de súper lujo cada que tiene oportunidad. Así entonces, no hay manera de creerle a nuestro Presidente, su Primera Dama y el grupúsculo de poder que le acompaña y celebra.
Vamos, este país está tan cansado de los poderosos que se comportan como déspotas, que el affaire de Miguel “El Piojo” Herrera con el periodista Christian Martinoli alcanzó una notoriedad mediática que rebasa con creces la justa frivolidad que merece el futbol. Bien por la Federación Mexicana de Futbol que cesó de inmediato al entrenador.
“Son insensibles”, me decía algún conocido al ver los excesos de la familia presidencial durante la gira por Francia. Discrepo. Nada de esa actitud cínica es producto de la insensibilidad, pedirles esa atención emocional sería demasiado. Su comportamiento es más bien el resultado de la corrupción en la que se han movido siempre y de la impunidad que les ha cobijado tal actuar.
Está detrás la concepción cultural que Enrique Peña Nieto tiene de la corrupción: un mal endémico, un mal de todos los mexicanos. Porque esa es la “manera” en que quienes habitamos este país nos conducimos a diario para sobrevivir, para hacer negocios, para ascender en la pirámide socioeconómica. Es la manera en que evadimos la responsabilidad y preferimos asumirnos víctimas de las circunstancias.
En ese contexto, creo que no cabe una mejoría sustancial para el México de los próximos tres años. No cabe, porque dar un verdadero golpe de timón para empujar algún tipo de cambio ambicioso no pasa ya por el modelo reformista que cambió sendos artículos de la constitución, pero que no ha cambiado gran cosa en la realidad. Porque lo importante no era arreglar el país, sino simular ante el mundo que eso se hacía vía una portada de la revista Time.
Cambiar para no cambiar, como dice la vieja máxima priísta.
Pero no quiero instalarme en el pesimismo, veo una alternativa para dar un verdadero giro a la política económica y social de este país. Sin embargo, ello implicaría un esfuerzo que no le podemos pedir a los líderes de este gobierno federal, a esta clase política rancia, a este viejo-neo-priísmo.
Ponerle remedio a este país implicaría combatir la corrupción en serio, no con falsos Fiscales sin uñas ni dientes.
Implicaría pedir la renuncia de los dignos e irresponsables Secretarios que no se sienten aludidos cuando la moneda se devalúa, cuando la pobreza crece dos millones de personas en apenas dos años según el CONEVAL, o cuando tu penal de “máxima seguridad” es vulnerado ante los ojos de todo el mundo.
Implicaría empezar a investigar y sancionar el verdadero tráfico de influencias, los conflictos de interés, el enriquecimiento ilícito, la narcopolítica.
Arreglar este México descompuesto implica que Peña Nieto ponga de inmediato en práctica el viejo refrán: “El buen juez por su casa empieza”. Literalmente.
Y eso, querido lector… se ve muy difícil. Prepárese.