Cátedra de la despedida

19/07/2015 - 12:01 am

Si la práctica hace al maestro, yo debería ser la máxima catedrática de La Despedida. Debería tener, incluso, un método comprobado y documentado para las despedidas más comunes: las temporales, las permanentes, las voluntarias, las impuestas, las deseadas, las deseables y las que no se concretaron jamás y se quedan agobiando al cerebro por décadas. Un método, una lista de consejos, o al menos un artículo de revista juvenil con TIPS PARA UNA MEJOR DESPEDIDA. “En el instante en que reconoces ese malestar de no encajar en tu carne cuando estás con él, comienza a preparar las maletas, pero guárdalas en el clóset. Empieza a darle señales de tu descontento, pero no le des soluciones posibles a lo que te aqueja, por si intenta solucionarlo. Permítete llorar en las noches y si te pregunta qué pasa, di, simplemente, que estás confundida y que mejor no hablar de ello, y continúa por unos días con el ánimo triste, la mirada perdida y alguna que otra caricia nostálgica con los ojos brillantes de lágrimas. Así, él estará preparado para el día en que le digas que tienen que hablar o que, si logras hacerlo, estalles espontáneamente en llanto diciendo que ya no puedes seguir así. Esto puede asegurarte la despedida dulce y tormentosa que deseas”.

Para las despedidas inesperadas: “Claro, como son inesperadas no puedes hacer algo específico; sólo dar por hecho que nada es para siempre y que todo se mueve y puede dirigirse al rumbo más doloroso en cualquier momento. Para estar mejor preparada, disfruta de la amistad/romance/aventura pero nunca te entregues por completo. Mantén una lista actualizada de sus defectos y de todas las posibles razones por las que él podría dejar de quererte, y viceversa. Nunca olvides todo aquello que los separa, y procura no alejarte mucho de tus opiniones de origen para poder aferrarte a algún desacuerdo y repetirte que tarde o temprano se habría terminado porque él no quería hijos y tú sí, porque él fuma demasiada mariguana y tú la odias, o porque tú eres religiosa y él ateo recalcitrante. Si es posible, repítete esta letanía una vez por semana o cuando te sientas muy encandilada: He estado aquí antes. Me he sentido enamorada antes. He pensado, antes, que era para siempre, y nunca lo ha sido. Esto también va a terminar. Nacemos solos, morimos solos”.

Para las indiscutiblemente permanentes: “Ponte a escribir. Escribe cartas, anécdotas, narraciones, y luego, otra vez, cartas. Despídete, habla de todos los hubieras, de todo lo perdido y lo que te llena de culpas, destrózate en el papel, una y otra vez, hasta que ya te hayas gastado la nostalgia y te queden solo hojas en blanco, pero de las que ya no duelen, de las que sirven para hacer aviones o navegar en los estanques de los parques a modo de barquitos. Llora, y si para esto necesitas música triste, canta, conviértete en río y en montañas de pañuelos sucios, llora en la regadera, lastimeramente, aburre a todos con tu despedida perpetua, húndete en una almohada profunda hasta que las plumas te acaricien por dentro. Respira. Repite”.

Y para las involuntarias, impuestas, injustas e inmerecidas: “Sigue este mismo ejemplo, o sea, llena una página de sinónimos que destaquen lo hijo de puta que es por haberse largado. Toma café con tu amiga más incondicional o, si sabes que él no volverá, con tu madre, y permite que te cuente cómo ella lo sabía, desde el principio. Si estás 100% segura de que no volverá, puedes entonces recurrir a los demás miembros de tu familia y amigos, que te dirán todas las razones por las que estarás mejor sin él, y si tienes suerte habrá más de un horrible defecto que todos menos tú habían detectado y del que ahora te enterarás. Si tienes fotos suyas, córtale la cabeza. Si tienes ropa suya, regálala. Si lo tienes en tus redes sociales, bloquéalo, bórralo de tu celular, cambia las chapas de la casa aunque no estés en peligro, planea lo que debiste decirle ese día que te dijo que se había terminado y te quedaste muda. Perfecciona una frase, LA frase, y tenla lista por si te lo topas. Haz una playlist llena de canciones rencorosas, y conviértela en tu lista para salir a correr. Súdalo”.

Me he paseado por aquí un rato y me han tocado de todas. Pero no me he vuelto mejor. No soy más hábil con la agitación de la mano, ni para tragarme los nudos de la garganta. Las inesperadas, con todo y señales, no dejan de serlo. Las permanentes, por más cartas escritas, no se acaban, y las que yo elijo me llenan de culpas aunque tenga la lista de justificaciones redactada a detalle. No soporto al barco alejándose del muelle, no soporto lo que ya no compartiremos, no soporto el corte de cuando me voy. De cuando te vas. No soporto la posibilidad de que te vayas. La experiencia dice que todo acaba en un adiós; la resiliencia dice que los para siempre llegan siempre al final. Claro. Y que me merezco el mío. Y que serás tú. El alma dice que serás tú, pero ¿el alma que sabe? Está entrenada para creer y recreer, tiene que ser ingenua para que yo sobreviva y aquí estamos: con el pasado corto, el presente dulce y el pasado prometido y siempre incierto.

No soy buena para esperar lo que no puede predecirse, para perdonar a quien ya no está para pedirlo o para desextrañar lo que se sigue necesitando, pero me atreveré a pedirte lo que todos piden y prometen y que no se puede pedir ni prometer: no digamos nunca adiós. Debía ya haber aprendido que yo no quepo en las cajas que se llevan cuando yo me quedo, y que la muerte de la puerta que se cierra se cura tarde o temprano, pero el miedo me mantiene despierta, algún ocaso se me cuela por los poros y te veo dormido y te pido muy seguido: no digamos nunca adiós. No te vayas, y yo no me iré. Olvidemos los para siempre que fueron siempre no, las redes que se rompieron cuando, confiados, nos lanzamos al vacío, el agua que al beberla quemaba la lengua. Quedémonos, aun cuando la luz nos vuelva feos, y después de que los monstruos de ambos se encuentren bajo la cama y, aterrorizados, brinquen al colchón y enreden sus piernas con las nuestras. Quedémonos y hagamos planes y dejemos de cumplirlos, juntos. Que se nos pasen los aniversarios sin saber y que sea un día ya muy tarde, muy a gusto, muy esta es mi casa, para pensar siquiera en partir.

Tú y yo, ansiosos, obsesivos, racionales y previsores, hagamos lo impensable: no prever la despedida, no esperarla y no planearla para que se nos olvide que la eternidad era imposible y que así, tan tranquilamente hemos roto las reglas y que así, casi sin darnos cuenta, nos hemos quedado acurrucados y felices, hasta el último atardecer.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video