Antonio Salgado Borge
17/07/2015 - 12:04 am
¿Queremos tanto a “El Chapo”?
Incluso para los particulares estándares de nuestro surrealismo nacional la fuga de “El Chapo” Guzmán resulta increíble. La reacción de nuestras autoridades ante este gran escape ha sido lenta y las respuestas que han dado con el fin de evadir su evidente responsabilidad son contradictorias, titubeantes y tienen poco sentido. En tiempos recientes, quizás sólo […]
Incluso para los particulares estándares de nuestro surrealismo nacional la fuga de “El Chapo” Guzmán resulta increíble.
La reacción de nuestras autoridades ante este gran escape ha sido lenta y las respuestas que han dado con el fin de evadir su evidente responsabilidad son contradictorias, titubeantes y tienen poco sentido. En tiempos recientes, quizás sólo las enclenques versiones oficiales de un puñado de casos le pueden hacer alguna competencia; entre ellos, el “suicidio” de la activista Digna Ochoa mediante dos disparos, el “secuestro” de policías federales a manos de tres mujeres indígenas en Querétaro y el “hallazgo” del cuerpo de la niña Paulette entre el colchón y la cabecera de su cama, cuando Enrique Peña Nieto fue Gobernador del Estado de México.
Hay, sin embargo, una importante diferencia entre la fuga de “El Chapo” y muchos casos trágicos similares a los anteriormente enlistados. En esta ocasión los más indignados ante la afrenta que este evento representa para el Estado no son la mayoría de los mexicanos sino nuestros gobernantes. No es para menos. A fin de cuentas, el capo “se los chingó” jugando su propio juego.
La fuga del líder de la Confederación de Sinaloa, y sus muy peculiares circunstancias, no parecen haber movido a la molestia o al miedo entre la población mexicana, sino a la mofa, a la risa e incluso, en algunos lugares, a la celebración. La pregunta “¿supiste que se escapó ‘El Chapo’?”, no se expresó con el sentido de alerta que produciría tener a Jack el destripador suelto por las calles; se dijo con una sonrisa en los labios y el destello en los ojos propios de quien comparte alguna noticia emocionante.
Así como el escape de “El Chapo” ha dejado en evidencia la corrupción y la incapacidad de lo poco o nada que queda del Estado mexicano, la festiva reacción de una importante cantidad de personas ante este hecho revela que el concepto en que muchos tienen al actual gobierno federal ha llegado a un punto tan bajo que ahora es posible encontrar algún grado de satisfacción en su ridiculización mundial a manos del narcotraficante más poderoso de todos los tiempos.
En un país que se precia de ser institucional y democrático, uno podría pensar que la empatía natural del ciudadano debería ser hacia el gobernante que les representa y protege, mientras que la antipatía tendría que dirigirse, naturalmente, hacia el delincuente que les amenaza. Pero, dado que cada vez nos cuesta más trabajo identificarnos con nuestros gobernantes, en algún punto este postulado ha dejado de ser válido en México.
Un reportaje publicado por The Washington Post (WP) podría servir como punto de partida para tratar de explicar este fenómeno. El periódico estadounidense enfoca a la fuga de “El Chapo” como un duelo directo entre el sinaloense y Enrique Peña Nieto. Muchos mexicanos sabemos que la irracional guerra contra las drogas en la que estamos enfrascados es, por desgracia, mucho más compleja que eso. Sin embargo, un aspecto muy rescatable del reportaje del WP es que en éste se recapitulan, en sendas líneas paralelas, las trayectorias de vida del presidente y del capo.
Así, por principio de cuentas se nos describe el vertiginoso ascenso de un ambicioso y procurado joven del Estado de México que, gracias a su capacidad de tejer relaciones personales y a su incorporación al PRI, logró ser gobernador de su estado y luego presidente de su país. Posteriormente, toca el turno a “El Chapo”, quién, según se nos explica, tuvo en un huacal a su primera cuna. Ante la pobreza lacerante y la falta de oportunidades, el sinaloense encontró cabida en el lucrativo negocio del tráfico de drogas, donde pudo prosperar gracias a sus incuestionables habilidades.
Si bien es cierto que ambos personajes hallaron la manera de llegar a la cima del poder y de tener acceso a una enorme cantidad de recursos económicos, para muchos mexicanos los orígenes y la historia de “El Chapo” podrían, incluso a pesar de la naturaleza de su negocio, resultar más terrenales que los del Presidente.
A lo anterior habría que sumar que los niveles de descomposición de nuestros gobiernos han generado la sensación de que cada vez menos personas integran lo que debería ser el bando de los “buenos” de esta película. En su libro Sobre el mal, el profesor de la Universidad de Columbia Británica Adam Morton, ofrece una interesante reflexión que podría arrojar alguna luz sobre las consecuencias de este fenómeno.
De acuerdo a Morton, todos los humanos tenemos los mismos deseos, lo que cambia son las alternativas de acción que vienen a nuestra mente al momento de buscar satisfacer estos deseos. Las acciones pueden ser consideradas malvadas cuando son el resultado de una estrategia que permite que las deliberaciones de la persona sobre sus posibles cursos de acción no sean inhibidas por las barreras que normalmente nos impiden considerar la posibilidad de dañar o humillar a otros. Esto significa que las acciones malvadas no son las más violentas o las más sanguinarias, sino las que producen más daño.
Una de las características principales de los actos malvados es que éstos son recibidos con incomprensión. A la acción malvada casi siempre le sigue la pregunta “¿cómo pudo ser capaz de hacerlo?”. Esto ocurre porque nos suele dar mucho trabajo identificarnos con quienes las cometen. Así, por citar un ejemplo, tenemos aversión a ponernos en los zapatos de un asesino serial, pero podemos fácilmente intentar entender lo que ha movido a un estafador.
De la misma forma, en la medida en que es evidente que nuestros gobernantes dañan o humillan al país, son menos los mexicanos que pueden identificarse con ellos. Si bien es sumamente complicado comprender plenamente por qué no hay en los beneficiarios del uso del poder en México las barreras que les prevengan de ser tan insensibles o desconsiderados, para la mayoría de la gente sí resulta sumamente sencillo ver con claridad las impunes consecuencias de la corrupción, la negligencia o la frivolidad gubernamental en sus vidas. Es por ello que nuestros gobernantes han llegado a ser percibidos como malvados.
Que no nos extrañe entonces que a pocos indigne el escape de “El Chapo”, y que tantos celebren el irreparable daño a la imagen del gobierno federal que ha generado este gran ridículo.
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