1.
La mujer me pide que le cambie de lugar en el avión: le dan miedo las ventanas. Yo acepto feliz de la vida y, así, mientras yo miro la Sierra Madre, la Isla Tiburón, ella se entretiene jugando en su teléfono a que es una empleada de cafetería y prepara las bebidas a unos clientes histéricos que califican su labor. Y se esfuerza en ello, en sentir que tienen un empleo monótono y estresante por el que le pagan el salario mínimo.
2.
En la apertura del Encuentro Literario Generacional 2015 (ELIGE) hay alrededor de 70 jóvenes entre los 10 y los 18 años de público y, en el escenario, estamos Balam Rodrigo, Edgar Omar Avilés, Rodrigo Guajardo, Gabriel Ledón y un servidor. Sólo Balam sabe bien a bien de qué va esto porque acá estuvo el año pasado. Para los demás, sólo está la maravilla de que a alguien se le halla ocurrido hacer –y lograr- un evento literario con tantos jóvenes, en verdad jóvenes.
Al parecer los culpables son Cristian Vázquez y Uriel Luviano, dos estudiantes universitarios que decidieron hacer eventos literarios y promoción de la lectura en su ciudad natal, Ensenada. Uno es el ELIGE, esta reunión de tres días con conferencias, talleres y dinámicas impartidas por escritores locales, nacionales y (asunto que no cuesta tanto trabajo estando cerca de la línea) internacionales. Y, el otro, es el Libro Fest, una feria para intercambiar libros donde, en su última edición, contaron con alrededor de 30 mil asistentes. Es decir, con el 7% de la población ensenadense. ¿Cuántos eventos culturales tienen tanto alcance? Mejor aún, cuantos partidos políticos, con todos los recursos asignados, quisieran tener ese porcentaje de electores.
3.
Ensenada es una delicia. Desde las tostadas de La Guerrerense hasta los tacos de camarón y de carne asada, pasando por las cervezas artesanales de la región y la brisa marina que sopla siempre. El motel donde nos alojaron se encuentra a espaldas de lo que sería el equivalente peninsular de las vecindades del centro del país: una hilera de cuartos de un lado y, del otro, luego del pasillo surcado por cables con ropa a secar, los baños comunes. Por las calles están las tiendas de viejo: revistas, electrodomésticos, computadoras y ropa, mucha ropa. Las ofertas escritas con pluma en papel de libreta y pegadas a la fachada: prendas para niños $10, camisas para caballero $20… Tiendas que van desapareciendo conforme uno se acerca a la Primera y surgen los cafés, las cantinas para turistas y los locales de perfumería y farmacia.
4.
Frente al grupo de mi primer taller no tengo idea de qué hacer. En teoría tengo que explicar cómo se estructura una novela pero la brecha generacional se siente, de este lado, como un abismo. Veinte minutos después ya estamos ideando la historia de un joven que le tiene pavor al fracaso y acaba de presentar su examen para entrar a la universidad. E imaginamos el primer capítulo y el segundo y el tercero y el cuarto y para cuando se nos acaba el tiempo les quiero decir a los organizadores que no, que apenas vamos llegando a la parte más interesante.
Así que para el siguiente día, ante un grupo de veinte entusiastas (el testo está repartido entre los otros talleres), ya me siento más confiado y pronto estamos dentro de la historia: un hombre cuerdo al que todos consideran loco se enamora de una mujer loca a la que todos consideran cuerda. Sí: fueron ellos los que fueron construyendo las historias, ideando los personajes y lugares.
-Ahora tuvimos un staff de más de 15 voluntarios que han estado trabajando desde el ELIGE del año pasado--me cuenta Uriel y seguro él no lo sabe pero, a sus espaldas, los escritores invitados hablamos maravillas del proyecto, de lo mucho que nos habría gustado ir a algo así hace 20 años.
5.
“Hola, mami, ya aterricé”, dice al teléfono una muchacha de 25 años cuyo atuendo o, mejor dicho, cada una de sus prendas le ha de haber costado lo suficiente para vestir a una o dos familias completas de las que teníamos por vecinos en el motel. Luego levanta la voz “te dije que llegaba a las once, así que diles que ya vengan por mí, qué voy a hacer media hora sola, el aeropuerto es peligrosísimo.”
Y cuelga. Se refiere a la terminal 2 del aeropuerto del D.F. Y yo me quedo pensando en que, por suerte, por cada muchacha como ésta o por cada mujer como la que jugaba a que tenía un empleo monótono de cafetería, hay un Cristian, un Uriel, o cualquiera de estos jóvenes que, con sus medios y su trabajo, buscan provocar un cambio en su comunidad.
Y lo logran.
Muchísimas gracias por la invitación y a Ramiro Padilla por el contacto (y la presentación de mi novela).