Antonio Salgado Borge
19/06/2015 - 12:03 am
Progresistas vs progresistas
En 1951 el filósofo Gilbert Ryle postuló una famosa analogía con la intención de probar errónea la noción dualista de que el cuerpo y mente son dos sustancias distintas. Ryle invitó a sus lectores a imaginar la siguiente escena: un individuo llega de visita a la universidad de Oxford y es guiado a través de […]
En 1951 el filósofo Gilbert Ryle postuló una famosa analogía con la intención de probar errónea la noción dualista de que el cuerpo y mente son dos sustancias distintas. Ryle invitó a sus lectores a imaginar la siguiente escena: un individuo llega de visita a la universidad de Oxford y es guiado a través de su campus por un trabajador de esa casa de estudios, quien le muestra la biblioteca, el auditorio, las aulas y los distintos edificios que forman parte de las instalaciones universitarias. Al terminar el recorrido, y para sorpresa del guía, el visitante le dice “¡muy bonitas instalaciones! Ahora me gustaría ver la universidad”.
Ryle atribuye esta falta de entendimiento a lo que denominó un “error de categoría”. El visitante cree que la universidad forma parte de la misma categoría que sus instalaciones físicas, cuando en realidad “universidad” es una categoría conceptual que abarca las distintas facultades, bibliotecas, etc. De acuerdo a Ryle no existe una entidad separada a la que se pueda llamar “universidad”. De la misma forma, para este filósofo británico, la conciencia no es un ente fantasmagórico independiente sino que es reductible a los procesos que están involucrados en la formación de la experiencia de la primera persona. Sin embargo, el “error de categoría” que exhibe la analogía ryleana no termina siempre en un fantasma. Éste ha sido ampliamente rebatido porque asume equivocadamente que, como los edificios de la universidad de Oxford, básicamente todo comportamiento es observable.
La siempre latente discusión sobre quién merecería el título de “progresista” en México, reavivada ahora gracias al debate postelectoral sobre el futuro de la izquierda en nuestro país, incurre en una equivocación de este tipo. Algunos de los intelectuales más cercanos a la izquierda representada por AMLO constantemente contrastan públicamente la supuesta autenticidad de sus rutas de acción progresistas con las de otros analistas, liberales y por tanto críticos de cualquier movimiento que aparente poner en riesgo a la democracia liberal, a los que califican como no auténticos, pro sistema o, en el extremo, “derechistas disfrazados”.
De la misma forma, algunos intelectuales liberales de izquierda afirman que existen motivos suficientes para considerar que López Obrador y sus afines, apegados a una visión de izquierda nacionalista basada en la figura del líder carismático, son realmente conservadores porque sostienen una visión democrática premoderna y no parecen dispuestos a aceptar por completo los beneficios de un modelo basado en el libre mercado, cuyas amenazas, reales en más de un sentido, les terminan por paralizar.
Más que una lista de acciones, a mi juicio el progresismo puede ser entendido como una forma de abordar la condición humana que se caracteriza por la creencia de que el futuro puede ser mejor que el presente y que, por ende, implica la necesidad de desechar de todo aquello que estorba o que pesa en la ruta hacia otro mundo posible. El grado de regulación al libre mercado, el tamaño o funciones del Estado, el papel del capital y del trabajo en la sociedad y hasta los posicionamientos a asumir frente al imperialismo son algunos de los elementos que suelen dominar el discurso progresista desde la revolución industrial en gran medida porque algunos de los efectos de ésta en la sociedad pusieron en riesgo las condiciones de vida presentes y la posibilidad de un futuro más promisorio.
Lo anterior no implica que el grado de importancia o el sentido que se le de a cada una de las rutas para abordar esta problemática tenga que ser uniformemente compartido. El desacuerdo entre distintas posturas progresistas es sano y no debería de asustar a nadie. La confianza en la razón es uno de los elementos centrales del optimismo progresista, y la razón se expresa públicamente mediante argumentos cuyo contraste necesario para corregir o evitar errores. Pero la descalificación a otro ser humano etiquetándolo como un enemigo “derechista” o "no progresista" por el hecho de no compartir las maneras en que se ordenan los caminos del progresismo propio implica asumir, como lo hizo Ryle con la conciencia al afirmar que no existe un ente al qué llamar universidad por encima de sus instalaciones, que el progresismo se agota en las rutas de acción específicas adoptadas por determinados individuos progresistas. Siguiendo esta lógica el ideal progresista se convertiría, como la conciencia para Ryle, en un innecesario fantasma.
Reducir al progresismo a un puñado de rutas de acción determinadas, entre las que figuran las restricciones al libre mercado para los nacionalistas o ampliación de las libertades humanas –incluidas las sexuales- para los liberales, constituye un error porque al hacerlo se deja de considerar la forma en que estos elementos concretos contribuyen al sentido de un todo que no es reductible a sus manifestaciones inmediatas. En realidad, antes que acciones específicas, los progresistas comparten la idea de un futuro mejor cuya materialización requiere destruir y reemplazar algunas de las estructuras que hoy lo imposibilitan. En este sentido, tan progresista es Lorenzo Meyer como Enrique Krauze y tan progresista es John Ackerman como Denise Dresser. En las ideas y posiciones que desde hace años difunden a través de sus escritos estos intelectuales dejan ver que, si bien difieren en los medios que han elegido, todos ellos comparten la invitación a transformar lo que se requiera para buscar un escenario futuro en el que existan mucho más mexicanos emancipados y con las capacidades necesarias para autodeterminarse; en el que la libertad y la justicia sean una realidad para todos.
El enemigo de un progresista no puede ser otro progresista. Menos aún en un país donde prevalece un orden de cosas injusto, represor, alienante y profundamente conservador. Los verdaderos enemigos de los progresistas mexicanos se encuentran en los grupos de poder a los que les une un firme deseo de preservar el orden de cosas actualmente existente. En las élites económicas, sindicales –oficialistas o antioficialistas-, políticas y religiosas que buscan mantener a como de lugar el modelo extractivo en el que alegremente pululan; conservadores que seguramente se frotan las manos ante cada uno de los desencuentros y descalificaciones que se producen entre aquellos intelectuales o líderes políticos que pugnan por otro país posible.
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