Antonio Salgado Borge
05/06/2015 - 12:01 am
8 de junio
Nuestra partidocracia nos desprecia. A los dueños de nuestro sistema de partidos les tiene con poco cuidado el actual grado de desprestigio que arrastran y, campaña tras campaña, envían a sus impresentables elegidos a buscar el voto de los electores mediante promesas irracionales que hoy son entonadas al ritmo de ridículas canciones piratas Para un […]
Nuestra partidocracia nos desprecia. A los dueños de nuestro sistema de partidos les tiene con poco cuidado el actual grado de desprestigio que arrastran y, campaña tras campaña, envían a sus impresentables elegidos a buscar el voto de los electores mediante promesas irracionales que hoy son entonadas al ritmo de ridículas canciones piratas
Para un número importante de mexicanos cada elección resulta más ofensiva que la anterior. Los agravios son, para quienes pueden verlos y contarlos, acumulativos. Cuando se tiene que elegir entre el cómplice aval al candidato menos malo o la impotente protesta anti-sistema materializada en la anulación del voto el castigo a la partidocracia en las urnas se vuelve prácticamente imposible. Y henos aquí sumidos en la inseguridad y en la precariedad económica, después tragedias como Ayotzinapa o Tlatlaya, de las reformas antipopulares promovidas por el PRI en el presente sexenio, de la censura a Aristegui y del acoso a periodistas en toda la república, preguntándonos increíblemente si todo esto afectará o no al partido del presidente en las urnas.
Es evidente que nuestra partidocracia se mantiene impune a pesar de la crítica, pero ello no implica necesariamente, como suele suponerse, que ésta sea completamente inmune a la crítica. Si los dueños de nuestros partidos no suelen ser afectados por el grado actual de crítica no es porque la inconformidad de tantos mexicanos sea inútil, sino porque no hemos logrado acumular la fuerza suficiente para evitar que buena parte de nuestro sistema político siga sirviendo para perpetuar un régimen que sólo beneficia a sus élites.
“¿Qué hacer para tener más fuerza?” es la pregunta obligada que muchos mexicanos nos hacemos. La respuesta no es tan obvia como la pregunta y no pretendo, de ninguna forma, solucionar desde mis humanas limitaciones individuales una interrogante de este tamaño; pero sí me parece que un buen punto de partida para ello podría ser analizar qué implica el concepto de fuerza. La fuerza es normalmente asociada con la capacidad de un ente de mover o de resistir. En física su fórmula es F=ma; es decir, la fuerza de algo es igual a su masa multiplicada por su aceleración. Basados en esta fórmula bien podríamos postular que la fuerza de la sociedad mexicana dependerá de la cantidad de personas que se movilizan contra el sistema y de la velocidad con que se aceleran.
Algunos de los sectores acelerados en la sociedad mexicana son fácilmente identificables. En este grupo es posible incluir a individuos críticos que cuentan con la oportunidad de conocer el estado presente de cosas y de analizarlo -en público o en privado-, a intelectuales no alineados, a ciudadanos aplastados o maltratados por el Estado –como los normalistas de Ayotzinapa- y a estudiantes universitarios con el ímpetu suficiente para pelear por otro mundo posible. Coyunturalmente también se puede considerar a algunos sectores empresariales u organizaciones sindicales, aunque éstos suelen moverse de acuerdo a las agendas que más convengan a sus intereses económicos.
Que la fuerza del conjunto de estos sectores no haya sido capaz de terminar con la simulación democrática en México no se debe a que su aceleración sea inútil, sino a que su masa no ha sido lo suficientemente grande. Una encuesta publicada en días recientes puede dar cuenta de este fenómeno. 64% de la población dijo que ha oído hablar de la periodista Carmen Aristegui, de los cuales el 83% está enterado de que fue despedida de su programa por la empresa Noticias MVS; es decir, apenas 53% de los mexicanos está enterado del despido de Carmen. De la misma forma, personajes que también han acelerado contra el sistema como el doctor José Manuel Mireles o la activista Nestora Salgado se han topado con la espalda de amplios sectores de nuestra sociedad. Sin embargo, es importante subrayar que también hay alentadoras evidencias de que, aún con poca masa de su lado, los sectores acelerados tienen en ocasiones la fuerza suficiente para lograr que se haga justicia.
Parte de lo que evita que la masa de mexicanos críticos sea mayor es que muchos tienen contacto exclusivo con la democracia el momento del voto; es decir, son meras piezas empleadas para legitimar un sistema del cuál no reciben beneficios. Se trata de un grupo de marginados políticos que bajo el esquema actual no puede participar en el juego democrático. Las condiciones necesarias para sumar a más mexicanos al grupo de personas que, más allá del momento del voto, pueden participar activamente en la vida democrática no llegan porque el desarrollo económico y la redistribución de la riqueza son impedidos por las élites corruptas que tienen como único fin la maximización de sus ganancias que han secuestrado a nuestro sistema de partidos. Esto genera, a su vez, que estas élites se perpetúen en el poder, reproduciendo este nefasto patrón ad nauseam.
El círculo vicioso en el que nos captura el sistema político sólo puede ser roto desalienando y acelerando a buena parte de la masa de individuos acelerables que aún no se suman a aquellos que se impulsan contra el orden existente de cosas. Desde luego que ni la distribución justa de la riqueza ni la formación humana integral necesarios para ello son factores desarrollables a corto plazo; pero tanto el mediano como el largo plazo en algún punto terminarán por volverse presente .
El 7 de junio tenderemos al oportunidad de votar y castigar, en la corta medida de lo posible, a quienes más lo merezcan o al sistema en su conjunto. A partir del 8 de junio nos corresponde asumir que, mientras no logremos la masa y la aceleración suficientes, no llegaremos muy lejos dedicando un domingo cada tres años a intentar componer nuestra miserable versión de democracia.
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