¿Sigue siendo válido hablar de izquierda y derecha?

13/05/2015 - 12:00 am

“Indicate left, turn right”, ése parecía ser el lema a finales de los 90’s de la política de Tony Blair. Y era aplaudido alrededor del mundo. En México, uno de los últimos intelectuales de la derecha conservadora, Carlos Castillo Peraza, resumió su labor así: “Blair y sus direccionales hacia la izquierda tienen felices a los transeúntes que caminan por la acera derecha”. Pero, a diferencia de lo que pensara Lincoln, ¿se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo?

            Al parecer, sí. O, por lo menos, “todo el tiempo” puede significar casi un cuarto de siglo.

            Si bien no es de extrañar que los intelectuales de derecha aplaudieran las acciones de Blair -cuantimás en un país con una tradición de izquierda que incluyó la “educación socialista” por una buena cantidad de años-, lo curioso es que también los intelectuales, partidos, candidatos y presidentes de izquierda de varios países del orbe comenzaron a sumarse a las filas de los reconocimientos y a adelgazar las de la crítica. Ricardo Lagos en Chile, Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Felipe González en España, Julio María Sanguinetti en Uruguay y un largo etcétera de lo que comenzó a llamarse la “Tercera vía” (misma que, aún entre los debates internos, tenía más puntos en común que en discordia).

            Se podría decir que este auge se explica por pragmatismo político: por un lado, por la imposibilidad para aislarse de los mercados globales y, por otro, en los países donde el recuerdo de una dictadura militar aún era fresco (Chile, Brasil, España, Uruguay...), la izquierda no podía proponer un giro radical sin temor a un revés de los grupos conservadores. Sin embargo, lo sucedido en los últimos años -como el apoyo de Blair y Clinton a Juan Manuel Santos en Colombia- nos indica que es necesario reflexionar un poco más al respecto: ¿qué era en realidad la “Tercera vía”?, ¿significó en la práctica un impulso o un debilitamiento para la izquierda euroamericana? O, más aún, ¿significó una dilución de la frontera entre izquierda y derecha?

Borrar las fronteras

Entre los círculos académicos del Primer Mundo ha habido una moda desde los 70s, la moda “post-”: post-modernismo, post-naturalismo, post-humano, post-feminismo, post-estructuralismo... En cada uno de estos “post-” se supone que los trabajos anteriores a dicho pensamiento ya han sido “rebasados”, ya sea porque la realidad es otra, porque dichos análisis no lograban dar cuenta de la misma, o simplemente porque dejaron de ser interesantes (en un sentido que parece atender tanto al primer problema como al segundo). No huelga decir que el primer académico que enunciara un “post-” se convertía casi en automático en una celebridad, por ejemplo, Donna Haraway con lo “post-humano” del Manifiesto Cyborg. Pero, y he aquí lo importante, en cada uno de estos “post-” se pretendía también, por lo general, diluir las fronteras entre las dicotomías o dualidades imperantes en el pensamiento predecesor: mente/cuerpo, hombre/mujer, cultura/naturaleza, civilización/barbarie, obrero/patrón, autor/lector. Así, cabe preguntarnos, si la dilución entre la izquierda y la derecha ¿podría ser un reflejo de la realidad social en nuestros países o, tan sólo, una continuidad de la moda “post-” que hace sentir muy bien a los académicos porque creen que están pensando “más allá” de sus colegas?

            La respuesta de Val Plumwood, ecofeminista australiana, a Donna Haraway me parece reveladora: “reducir ambos términos binarios (naturaleza y cultura) a uno solo (cultura) [es] una fórmula insatisfactoria para resolver las construcciones dualísticas, especialmente cuando el sobreviviente victorioso es el que tradicionalmente ha dominado”. Es decir, si bien la propuesta de eliminar una dualidad se puede antojar muy progresista, en la práctica puede significar convertirse en un intelectual orgánico del discurso hegemónico al destinar a la invisibilidad, a lo irrelevante y contingente, la misma problemática que se pretendía visualizar.

            Dicho de otro modo, es hacerle el trabajo al patrón.

            Baste un ejemplo. Una gran trasnacional tiene como política diluir la dualidad obrero-patronal al convertir a todos y a cada uno de los empleados en socios de la empresa. Con esto, la idea de un sindicato se vuelve nula al no existir dicha dualidad pues “todos somos dueños”. No obstante, la proporción en la que un cajero o un intendente es “dueño” de la empresa no es lo suficientemente grande como para ganarse un lugar en la mesa de toma de decisiones. Y, en la práctica, todos los empleados de la parte media y baja del organigrama se quedan sin voz ni voto en las decisiones: sin representación colectiva (sindicato) ni individual (proporción de acciones). Así, una idea que parecía emanar de la izquierda o del anarquismo, se tuerce lo suficiente para tener como beneficiario único a quien ya de por sí detentaba el poder: el dueño (s).

La izquierda rebasada

Ciertamente muchos de los políticos que se hicieron llamar de “izquierda” durante el siglo XX (Stalin, Pol Pot y un largo etcétera) fueron atroces, tanto que hoy día muchos de los grupos políticos de “izquierda” prefieren otro adjetivo: “progresistas”. Pero, como he tratado de ir perfilando a lo largo del artículo, este cambio nominal puede significar hoy día más que sólo una cuestión de pragmatismo político (distanciarse del pasado para ganar votos) o, incluso, que una cuestión de moda académica (“post-”), para significar la dilución no de una frontera teórica sino de una agenda que sigue siendo tanto o más necesaria que hace doscientos años.

            El movimiento de la “Tercera Vía” no ha significado tanto “un avance pequeño, para ir paso a paso, y después conseguir mucho” (como se vendía al electorado que aún distinguía muy bien entre izquierda y derecha) como un desplazamiento hacia el centro o hacia la derecha de las políticas enarboladas por los partidos de izquierda. Piense en las propuestas de dichos partidos en su país y compárelas con las de otros países de Europa y América. Por un lado se encontrará con que son rotundamente similares, como si las realidades y demandas de estas diversas sociedades fueran las mismas y tuvieran el mismo grado de importancia. Algo de pretencioso no se descarta en esto: vamos a copiarle al país rico porque nosotros también queremos ser un país rico. Pero algo más atroz que esta ingenuidad también es manifiesta.

            Si bien la “Tercera Vía” parecía sólo proponer una pausa al debate económico, esta pausa se ha convertido en un búnker: ningún partido importante de la izquierda euroamericana aborda siquiera la posibilidad de discutir los lineamientos económicos en lo fundamental (y quien se atreve es rápidamente vilipendiado de “chavista” o condenado al olvido). Los trabajadores y campesinos, por poner un ejemplo, han sido borrados de la agenda de izquierda como agentes de cambio y voz para ser reducidos a entes fantasmagóricos a los que se les dará, casi por arte de magia, “mejores empleos”, “mejores salarios” y “más apoyos” (en resumen, lo mismo que promete cualquier partido; y de los mineros mejor ni hablamos).

            Peor aún, este búnker se ha extendido a lo social y a lo filosófico. Si bien la dicotomía entre igualdad y libertad sigue siendo un problema irresoluto, éste primero se desplazó a convertirse sólo en un debate sobre la libertad mientras la igualdad se descartaba de un plumazo a través de dádivas o caridades (que los críticos llamaron “prácticas populistas”) o en reformas que no afectaran de manera alguna al mercado sino que sólo preocuparan a las mentes más conservadoras, después se transformó en la dicotomía libertad/seguridad y, por último, el debate en varios países se ha centrado sólo en la segunda parte de esta dupla: la seguridad. Baste un ejemplo, la migración primero deja de discutirse como un problema de desigualdad y explotación para convertirse en una cuestión de libertad de tránsito y, por último, en un problema de seguridad para los países receptores.

            En la práctica, de norte a sur y de América a Europa, los partidos de izquierda en el poder han hecho gala de políticas de derecha (salvo una o dos excepciones): desde quitarle una fábrica a una cooperativa de trabajadores para dársela a una empresa trasnacional o concesionar todo el suministro de un servicio básico y público a una empresa extranjera (digamos, el gas, el agua, la basura) hasta priorizar el transporte privado de automóviles por encima del transporte colectivo y, encima, presumirlo todo como un logro de izquierda moderna.

            Este desplazamiento ideológico/práctico, sin embargo, no sólo no significa que la izquierda haya sido superada, que la ética homocéntrica haya sucumbido ante el buen acierto de la ética egocéntrica, sino que tampoco significa que ahora vivamos ni en un mundo ni en países más igualitarios. Incluso, dados los grados de explotación de personas y recursos naturales que vivimos hoy día, todo parece indicar (Piketty dixit) que nos encontramos en un mundo mucho más desigual del que existía que antes de que empezara el movimiento de la Tercera Vía. Así, a pesar de que la moda académica indique lo contrario, valdría la pena recuperar los dualismos o dicotomías que no han sido “rebasadas” sino simplemente desplazadas, por los intereses hegemónicos, para volver a centrar las luchas en lo fundamental.

            Difícilmente los partidos políticos de nuestra región lo harán. Pero podrían hacerlo los ciudadanos. Lo curioso es que, como indicara ese intelectual de derecha, Carlos Castillo Peraza, los ciudadanos de izquierda parecen conformes sólo con pensar que son de izquierda... mientras caminan felices por la derecha.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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