Una democracia firme es aquella que da garantías a que alguien diga algo que resulte incómodo a un político, sea cual fuere su filiación o si se encuentra o no en el gobierno. Dado que cada partido presenta información sesgada a sus intereses y se buscará aprovecharse de la facilidad con la que los individuos podernos ser engañados, el contraste ayuda a formar ciudadanos que comparen y decidan.
¿Hay una evaluación correcta? Claro que no: suponer eso es ignorar las diferencias entre cada uno de nosotros y llevaría a aplastar los derechos de terceros. Ese camino lleva al autoritarismo. Sin embargo es fácil caer en esa tentación y hay políticos empeñados en que vayamos por ese camino, toda vez que eso les permite conservar mejor sus cotos y privilegios.
Un esquema de comunicación política en elecciones que permita la mayor libertad posible obliga a los políticos a defenderse de ataques, de tal forma que sobrevive el más apto para función. Y la mejor forma de hacer que el ciudadano se interese por lo público es formándolo para ejercer su criterio en el contraste; lo cual implica una campaña “negativa”. Y ya en serio: si en el gobierno se decide quién vive y quién muere, ¿hay alguna manera de que la lucha por el poder sea “limpia”, sea lo que eso signifique?
Lamentablemente hay políticos que detrás de sus buenas intenciones se esconde un afán autoritario. Una campaña negativa es un recurso en la lucha electoral, y debe ser algo conciso y breve. ¿Qué pasa cuando un partido abusa de ello? El electorado se desmotiva. ¿Debemos prohibir el contraste? No: sería creer que se debe proteger al ciudadano de sí mismo y a eso se le llama paternalismo.
En el juego democrático es mejor dar libertades sabiendo que la persona puede equivocarse aunque aprenderá, que nunca otorgarlas por temor al error. Los problemas de una democracia se resuelven con libertades, no restricciones. Para mantener este esquema se necesita que los pesos y contrapesos operen, desde la propia contienda electoral.
Es preciso que los errores tengan consecuencias políticas, por ello la necesidad de vincular a una persona con una gestión al hacerla competir repetidas veces por el mismo puesto. Necesitamos que las carreras y prestigios se jueguen con cada elección, por ello la libertad de información, sea cual fuere. ¿Hay riesgo de que los mensajes sean demasiado negativos? Sí, pero si deseamos tener una democracia madura, es necesario tratarnos a nosotros mismos como mayores de edad.
¿Qué tenemos hoy? Una normatividad sobrerregulada hasta el absurdo, que restringe libertades políticas para proteger a los políticos. Si lo queremos ver de otra forma, es una ley proteccionista para un oligopolio: los partidos. Gracias a ello no tienen por qué esforzarse mucho: el dinero lo tienen de nuestros impuestos, y la norma tiene tantos agujeros que suelen conseguir fondos adicionales gracias a la corrupción. La prohibición a mensajes negativos los cubre mutuamente, por ello hablan tanto de “limpieza” en campañas. Y algunos son tan creíbles que han llevado a la falsa impresión de que hay “buenos” y “malos” en los distintos medios en vez de ocupar a los ciudadanos por formar su criterio.
Para decirlo de otra forma, ninguno de nuestros políticos ganaría en una elección con mayores libertades de competencia, como ocurre en casi todas las otras democracias. En breve, tenemos reglas que fomentan la mediocridad en las contiendas e inhiben un verdadero ejercicio de rendición de cuentas. Y los primeros en interesarse en su mantenimiento son los propios partidos.
Al paso que vamos podemos caer en nuevas normas que lleven a mayor simulación. Urge liberalizar las normas. Presionemos por mayores libertades: la censura es el peor enemigo de la competencia electoral. Quien recurre sistemáticamente a la victimización ante los ataques no sirve para el ejercicio del poder.