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Alejandro Páez Varela

28/04/2015 - 12:05 am

El sepulcro de los desanimados

Ciertos días no tengo ganas de escribir. Me lo explico así: es el desánimo que se recarga sobre mí como una viga y pesa más de la cuenta. Entonces batallo con la mezcla de las palabras, sufren las ideas. Cada escritor o periodista tiene distintos protocolos para escribir y al involucrarse con sus textos. Hay […]

Ciertos días no tengo ganas de escribir. Me lo explico así: es el desánimo que se recarga sobre mí como una viga y pesa más de la cuenta. Entonces batallo con la mezcla de las palabras, sufren las ideas.

Cada escritor o periodista tiene distintos protocolos para escribir y al involucrarse con sus textos. Hay emociones e ideas, filias y fobias, análisis y pensamientos, agendas que se abren en espontáneo o que están allí. Por decir. Y lo que uno teje es un manto que viene de distintos hilos y distintas madejas de nuestro interior: de quiénes somos, de lo que vamos acumulando y lo que traemos en la mano. A veces, en algunos casos, uno o varios hilos vienen más gruesos o de color más fuerte y pesan más. Y alguna de las emociones –como el desánimo– se recargan. Tejes hilos, suele suceder, y uno de los hilos es una viga de acero que pesa más de la cuenta y se come a los demás.

En esto pensaba el domingo al escuchar el reporte sobre las movilizaciones por los 43 normalistas. Apenas un puñado –sí: un puñado, de todos los que eran– se reunió para recordar los siete meses de la desaparición los chavos. Me decía: ¿Dónde quedaron los otros? Luego me preguntaba: ¿Cómo pegará el desánimo en los padres? Porque son humanos: ¿Cómo les afectará? Quizás llegarán a sus casas (cuando están cerca de sus casas después de una movilización) y dirán: nos estamos quedando solos. Les pegará en el ánimo, los desalentará. Luego, supongo, verán la cama vacía y dirán que mañana es otro día y a la mañana siguiente (que es otro día) se pondrán otra vez la ropa, sacudirán los huesos y llevarán su voluntad al extremo para salir, una vez más, a exigir justicia. Porque creen que el daño no ha sido reparado por la Justicia. Porque entienden que, sin ellos, no habrá esperanza nunca más. Verán a la ventana de los autos que pasan y encontrarán caras molestas (adiós a la fiebre de la compasión) y se endurecerán más o se desanimarán más.

Era un puñado este domingo. Y eso debe ser doloroso y además desalentador. ¿Cómo pegará el desánimo en esos padres –pensaba– si yo, que veo este país desde una posición más cómoda (no tengo desaparecidos en casa) me desanimo (y sólo con las noticias de lo que voy viendo pasar)?

Algunos días no tengo ganas de escribir y hoy era uno de esos días. Pero allá, afuera de las fronteras de mi pantalla, hay un mundo voraz que apuesta al cansancio de todos. Me decía: los partidos políticos, la clase política, los que están enquistados en el poder saben que el desánimo desinfla. Lo ven a diario: un puñado recuerda hoy a los 43 como un puñado todavía menor quiere que se aclaren casos como el de Tlatlaya, por ejemplo. O el de Apatzingán.

En el sepulcro de los desanimados van cayendo capas y capas de tierra, una más pesada que la otra. Capas de olvido, desilusión, desánimo, apatía, valemadrismo, conchudez.

Mejor hagámonos un favor: yo me pongo a escribir, y todos nos vamos a votar. Es una manera de sacar aunque sea una mano, aunque sea la punta de un pie de la tumba de los desanimados.

Aquí está, pues, mi mano levantada. En 2009 protesté (y así lo escribí) por la guerra de Felipe Calderón y no voté. Hoy creo que votar es la única pala que nos queda para abrir la zanja en la que estamos hundidos y nos vamos hundiendo más. Una pala destartalada, lo se; pero es una pala. Odio citar a Churchill con una frase tan trillada (la de 1947) pero va: “De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno… excepto por todas las demás que han sido probadas de vez en cuando”.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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