Quienes no somos demasiado afectos al 14 de febrero y su parafernalia “sanvalentínica”, solemos tener, sin embargo, una irrefrenable tendencia a compartir poemas de amor en cualquier otro momento del año.
Por eso hoy, porque sí, porque las jacarandas aún pintan nuestra entrañable ciudad, porque los niños del barrio ríen mientras se mojan en la fuente, porque la señora de los jugos se puso un clavel en el pelo, porque la tarde está como para salir a caminar y olvidarse de todo, porque descubrí un cafecito donde leer el periódico cualquier sábado, porque el Danzón de Arturo Márquez siempre me hace bailar, porque la vida me regaló una nieta, porque puedo releer “Piedra de sol” hasta el infinito, porque la tierra huele a infancia, porque amanecí junto al cuerpo amado (sobre todo porque amanecí junto al cuerpo amado), hoy –digo-esta columna se viste de versos y sale a celebrar la vida con todos ustedes:
1.
Déjame morar en todas tus palabras
en la tibieza luminosa de tus silencios
déjame dormir al abrigo de tu voz
y despertar arrullada por tu lengua.
Déjame deletrear la memoria y sus certezas
los nombres que inventa el abrazo.
Sé mi hogar y mi cobijo
las huellas de sonidos olvidados
las historias que ya nadie podrá contarme
el sabor remoto de la infancia…
2.
Y sin embargo
un murmullo antiguo me hablaba de ti
de la dulzura de tus dedos
del vértigo feroz de tus pupilas
del modo en que anida mi nombre en tu garganta
encontrarte fue entonces
regresar de un largo viaje
para perderme en espirales de deseo
y conocer el instante en que te vuelves infinito
3.
Se me atragantan las palabras.
Se me atraganta el silencio.
Sólo me salva, Amor,
perderme completa en ti.
4.
Hago con tus huesos las alquimia del deseo.
5.
Descubro tu mirada en el filo del último instante de luz. Ni más acá ni más allá, tu mirada inventa el rayo verde. Si fuera posible el encuentro tendría esa duración.
6.
¿Te dije ya que amo hundirme en tus caderas?
Como si fuera el mar de fiesta, tu piel me recibe entre sus vientos y es de sal la dulzura de tu aurora. Celebro una vez más este naufragio como quien celebra el mejor de los oficios.
Ritual marino iluminando la sangre; no hay más nombre que el que dicta tu aliento ni otra plegaria que el abrazo.
7.
Si hay un nombre secreto, el nombre que un huidizo dios escribiera alguna vez sobre la arena, te llamaría yo piedra, mano, agua que corre, para tratar de adivinar sus designios. Dibujaría entonces sobre tu vientre los signos ambiguos del consuelo –como la hoguera que arde detrás del último médano- para hacer de tu piel mi rezo cotidiano. Si hay un nombre secreto debe contener dentro de sí todas las palabras. También las del dolor. Las de la ventana que mira a ninguna parte. Las de la ceniza que dio forma a tus huesos. Las del brillo acerado de las aves que viven cada noche dentro de los sueños. O tal vez sean alas de ángeles que repiten el nombre en tus oídos, como cuentan en otoño quienes saben. Bajo una llovizna inacabable. Bebo de ti entonces como si de algas fuera la sal de tu lengua. Bebo para encontrar aquella primera letra. Origen. Vértebra. Vino oscuro que se derrama.