Sandra Ezquivel: El color de las aves

18/03/2015 - 12:00 am

“Oye, papá, oye”, me dice mi hija de un año y diez meses, cada tarde, cuando terminamos de bañarnos  y por la ventanita de la regadera se filtran los cantos de las aves del barrio. Y así nos quedamos un rato, inmóviles. “Oye, papá, oye”, cuando trina un ave que había estado en silencio. Luego, cuando salimos a la tienda o nos vamos caminando a la guardería, tanto ella como yo nos dedicamos a buscar a los pajaritos que ya tenemos identificados: el de cola amarilla que perchea sobre el cable de teléfono a media calle, los gorditos y grises que tienen su nido en un árbol a tres casas, el de pecho rojo que ronda el parque de las piedras... Esos y varios más son los asiduos, pero también buscamos nuevos, algún migratorio (sobre todo en estas fechas) o alguno que por descuido no hubiéramos visto antes. Por supuesto, desconozco el nombre de las aves y, hasta el sábado pasado, temía que llegara el día en que mi hija me preguntara.

Pero el sábado pasado, mientras caminábamos por el centro de la ciudad, fue precisamente mi huerquilla quien me encaminó a la solución. “¡Pajaritos!”, gritó señalando las postales de Sandra Ezquivel que se vendían sobre una mesa junto a varios productos orgánicos. Compramos, mi pareja y yo, cinco. Nos encantaron. Luego buscamos a Sandra en su negocio de tatuajes, White Rabbit, porque mi mujer quiere dibujarse en el brazo izquierdo una especie de colibrí: el zumbador mexicano. Mismo que, vaya coincidencia, Sandra tiene en la pantorrilla como resultado de una fiesta de tatuajes.

zumbador

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Sandra estudió diseño gráfico pero antes hizo un semestre en oceanología. “Desde niña me gustaron las aves, el medio ambiente y la pintura”, dice y su trabajo sobre las aves endémicas de Colima me parece, sencillamente, maravilloso. Mejor dicho: digno de ser repetido en cada rancho de este mundo.

México cuenta con alrededor de 120 especies de aves endémicas. De las cuales, 40 o más tienen residencia en este pequeño estado del Pacífico, Colima. Me explico, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) 40 son endémicas de Colima pero, en la cuenta de la universidad del estado (una cuenta menor, valga decir), aparecen otras especies que no están registradas por la Conabio y, si resultara que todas éstas son, este estado de sólo 5,627 km2 podría albergar a casi la mitad de las especies de aves endémicas de México. Para que se haga una idea de la importancia ecológica de esto, la península ibérica es dos órdenes de magnitud más grande (583,832 km2 ) pero sólo tiene 2 especies de aves endémicas. Parte de esta enorme biodiversidad en Colima es ocasionada, como observó Tournefort al escalar el monte Ararat en 1701 o Humboldt y Bonpland al hacer el perfil de la flora del Chimborazo un siglo después, por las variaciones altitudinales de los volcanes Nevado y de Fuego, entre otros factores.

chara

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Así, la primera decisión que tuvo que sortear Sandra para hacer su proyecto (apoyado el año pasado por una beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Colima en el rubro “Rescate al patrimonio cultural tangible e intangible”) fue cuál lista de aves iba a utilizar. “La de cuarenta”, dice y se ríe, como si se contara a sí misma todos los chistes sobre la pereza nacional y esa tradición “nunca corroborada” de que la mayoría de los becarios buscan hacer el menor trabajo posible.

Una vez decidido el número de aves, siguió documentarse al respecto. Para su mala fortuna, la única guía de campo eficiente y completa de Aves de México (por R. T. Peterson y E. L. Chalif, ¡apellidos mexicanísimos!) fue editada por última vez hace 17 años y es prácticamente inconseguible. “Yo la he comprado tres veces, pero nunca para mí sino para regalarla; y ahora que la necesitaba, no la tenía”. Pero la consiguió prestada en la universidad. Allí había un poco más de información que en la lista de la Conabio. Sin embargo, para encontrar a las aves en el campo se requiere un poco más, por ejemplo: distinguir su trino si son canoras. Algo de eso encontró en esa página de internet, xeno-canto, que se indica al pie de las imágenes.

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Sandra, luego de un año de salidas a campo en varios municipios del estado, logró la maravilla. El proyecto final consta de 40 pinturas (acuarela quemada) como las que se muestran aquí, una colección de las plumas de cada una de las aves (que ella misma consiguió en campo), las grabaciones de sus trinos (seleccionados a partir de múltiples registros en internet, mismos que le ayudó a mezclar Eiji Fukushima Martínez a cambio de un tatuaje) y la versión divulgativa de las 40 fichas de historia natural que ella misma escribió.

Para la técnica, luego de revisar a los naturalistas occidentales, como Alfredo Dugés o el mencionado Humboldt, se decantó por el otro lado del mundo: artistas chinos, japoneses y los de “un libro coreano que conseguí, que está en coreano y no le entiendo nada pero se ven muy bien las acuarelas”.  Asimismo, procuró que la imagen, a partir de fotografías propias y ajenas, mostrara la mayor cantidad de características de la especie.

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Conocer nuestro entorno, poder distinguir lo que vemos y saber nombrarlo, es el primer paso y más necesario para una relación armoniosa (o menos destructiva) con la naturaleza que nos rodea. En el caso de Colima, ya se tenía el antecedente de Alejandro Rangel Hidalgo quien también dibujó aves, plantas, mariposas y otros insectos (y fue maestro de pintura de un tío de Sandra), pero no hizo un catálogo propiamente dicho. Mejor aún, en los registros arqueológicos del estado también se puede apreciar la importancia que tenían las aves para nuestros ancestros. Sin embargo “nuestra generación ya no sabe”, dice Sandra, cuando le pregunto si los nombres “comunes” que aparecen en sus acuarelas son los que se usan en Colima o los que menciona la lista de la Conabio, y entonces bromea con que muchas veces se le ocurrió sacar a su abuelita al campo para que le dijera cómo se llamaban, pues varios de los apelativos, como ocurre comúnmente con los nombres “comunes” de los seres vivos en español, son para nada comunes y hay cualquier cantidad de apodos para cada animalito a lo largo y ancho del mundo hispanohablante.

¿Y cómo fue que te nació la idea de este proyecto?, le pregunto. “La historia es larga”, me dice. Y me cuenta que en parte tuvo que ver con un trabajo que hizo durante la carrera con el proyecto Linbos (Los insectos del bosque seco) donde los científicos descubrieron en Colima 300 especies que aún no estaban registradas para el estado: y ahí el asombro, el darte cuenta de que mucho de lo que ya damos por hecho, por sabido, porque alguien “seguro ya lo hizo”, resulta que no es cierto, que tienes que hacerlo tú si quieres que exista.

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Gracias a Sandra, ahora hay un archivo pictórico y sonoro de las aves endémicas de uno de los sitios más ricos en ello en el mundo. Sin embargo, aún falta harto por hacer, como un catálogo en línea y uno impreso, económico. Sandra ha montado con esta obra dos exposiciones incompletas, pero sería fantástico que hubiera una exposición hecha con todas las de la ley: con un museógrafo que reprodujera los diferentes tipos vegetacionales donde vive cada ave, con las grabaciones de sus trinos sonando en la sala. Mejor aún, imagínese que en cada estado del país se hiciera un trabajo así -con exposición permanente, con catálogo en línea, con impreso, de las especies endémicas y/o de las que habitan en la región-, que se hiciera en cada entidad política del mundo, entonces todos los padres podríamos salir con nuestra hija a la calle o al campo y después del “oye, papá, oye”, podríamos responderle: “ese es un mulato azul”.

Y más tarde, a la hora de ir a la cuna, podríamos ponerle la reproducción de sus trinos.

P.S.- Valga una doble aclaración. Por un lado, las especies endémicas no son “todas las especies” que hay en un sitio sino las que son propias de ese lugar y no nos vamos a encontrar en otra región del mundo. Así, si éstas no se conocen y se cuidan en el sitio mismo, se perderán para siempre. Asimismo, en países de enorme biodiversidad como México, pensar en una exposición completa de todas las especies sería pensar en algo mucho mayor al monumental Museo Nacional de Antropología e Arqueología o al Museo del Prado, pero se puede empezar por las más significativas. Por otro, claro que existen catálogos maravillosos de aves en internet pero, en el caso de nuestra lengua, están hechos para conocedores. Es decir, para los que ya saben su nombre científico (o el nombre común en inglés).

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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