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Antonio Salgado Borge

27/02/2015 - 12:03 am

De aparatos inteligentes y gobiernos no tan inteligentes

En “1984”,  una famosa novela de George Orwell, cada casa en Inglaterra cuenta con al menos una telepantalla; artefactos empleados por el dictatorial Partido en el poder para controlar a sus gobernados mediante la transmisión masiva de propaganda indoctrinante y de contenidos alienantes. En este sentido, las telepantallas de la distopía orwelliana no son muy […]

En “1984”,  una famosa novela de George Orwell, cada casa en Inglaterra cuenta con al menos una telepantalla; artefactos empleados por el dictatorial Partido en el poder para controlar a sus gobernados mediante la transmisión masiva de propaganda indoctrinante y de contenidos alienantes. En este sentido, las telepantallas de la distopía orwelliana no son muy distintas de nuestras actuales televisiones sintonizadas en cualquier canal de Televisa o TV Azteca. Sin embargo, su cualidad más particular consiste en que, lejos de limitarse a transmitir contenidos, éstas pueden observar y registrar los movimientos y acciones de las personas al alcance de sus sensores. Todo lo que ocurre alrededor de una telepantalla, desde una agitación excesiva hasta una mueca sin sentido, es detectado y analizado por el Partido. Todo lo que resulta sospechoso es inmediatamente  eliminado.

Hace unos días la empresa surcoreana Samsung se vio obligada a admitir que sus televisores inteligentes de última generación vienen preprogramados para escuchar las conversaciones de sus usuarios y transmitirla a través de internet. Se trata de una configuración que los propietarios de pantallas inteligentes mejor informados pueden bloquear, pero que implica necesariamente la latente posibilidad de que estos aparatos, conformados tanto por hardware como por software, sean “hackeados” o activados silenciosamente por el fabricante o por terceros en contra de la voluntad de su usuario. La televisión de Samsung es tan sólo de los más recientes eslabones en el desarrollo del “internet de las cosas”, neologismo empleado para denominar a la red de aparatos dotados de la capacidad de registrar datos relativos a su uso y de enviarlos vía internet a enormes bases de datos, conocidas como metadatos, alacenadas en servidores.  El “internet de las cosas” ha llegado para quedarse y va muy en serio. En los últimos años, algunas de las empresas más importantes del mundo han invertido sumas multimillonarias con el fin de no quedarse fuera de esta silenciosa revolución. En 2014 Google pagó $3,200 millones de dólares por la empresa Nest Labs, una compañía que desarrolló un termostato digital que permite que sus aires acondicionados “sientan” la temperatura de su entorno, que “perciban” los movimientos de los seres humanos en la habitación donde se encuentran instalados y que ajusten la temperatura de ésta en respuesta a las variables anteriores con el fin de generar el mejor ambiente para su propietario o de reducir su consumo de energía. Siguiendo la misma lógica, un inodoro “inteligente” conectado al “internet de las cosas” estaría equipado con los sensores necesarios para inspeccionar la composición de las heces fecales de su usuario, contaría con una conexión a una base de datos en la que se almacenaría un registro histórico de sus mediciones y se beneficiaría de herramientas analíticas que, desde algún servidor externo, analizarían la información para detectar posibles problemas de salud o malos hábitos alimenticios.

La amenaza más inmediata derivada de la idea de vivir rodeados de un creciente número de artefactos “inteligentes” es la evidente vulneración del espacio privado de sus usuarios,  por lo que la pregunta obligada es qué tanto estamos dispuestos los seres humanos a compartir información personal sensible con los fabricantes de los aparatos que conforman el “internet de las cosas”. Al parecer mucho. 70% de las personas en 8 países aceptarían compartir datos de su “inodoro inteligente” si hacer pública esta información les representa ahorros en su gasto total en servicios médicos y 75% de los encuestados aceptarían introducir a su organismo un monitor de salud.  Existe, empero, un riesgo aún mayor que la pérdida de privacidad. Ocultos detrás del velo de su aparente irrelevancia, los metadatos se integran por registros de actitudes, preferencias y acciones de una persona y de sus variaciones a través el tiempo, por lo que pueden ser mucho más reveladores que el contenido de cualquier conversación de alcoba. Gracias a éstos es posible trascender eventos específicos, construir una radiografía que revele quién es realmente un individuo con base en su perfil físico, psicológico y social e incluso predecir sus futuras decisiones con la ayuda de algoritmos. Información de esta naturaleza es invaluable lo mismo para empresas que desean maximizar sus ventas que para gobiernos que pretenden manipular o reprimir a sus gobernados. Es precisamente por ello que resulta tan preocupante que el gobierno mexicano, a través del Instituto Federal de Telecomunicaciones, insista en fijar reglas que permitirán que sus cuerpos de seguridad accedan discrecionalmente a los metadatos que almacenen las empresas de telecomunicaciones presentes nuestro país.

¿Se imagina usted lo que daría el represor régimen dictatorial de “1984” por contar con semejante herramienta?

 

Antonio Salgado Borge

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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