Todos los políticos representan un personaje en público y casi todas las veces, si acaso hay excepciones, es completamente distinto a la persona en privado. A partir de la elección del rol a jugar no sólo se apuesta la supervivencia política, sino también se busca que esa imagen le genere posicionamiento. Es más que común ver cómo, digamos, un líder social que en público es combativo, contestatario y hasta “bronco” convertirse en privado en alguien sensible, articulado y bastante propio.
Sin embargo la elección de un rol también limita los márgenes de acción del político, limitándola a las respuestas que sean creíbles para quienes lo siguen. Es más: la reinvención puede verse como un “bandazo” que le cueste al personaje público su prestigio. Son raros quienes logran reinventarse y su habilidad no merece menos que admiración.
Ahora bien, según el rol que eligen los políticos se ofrecen distintas respuestas ante un ataque como la victimización, la confrontación, la burla o el contraataque. En un oficio de riesgo y de contacto como es lo público, la calidad de la reacción arroja una luz sobre las capacidades que cada uno tiene o carece para enfrentar verdaderas crisis.
Seamos honestos: desde que hay civilización quienes llegan a cargos de poder son los sobrevivientes de muchas escaramuzas y pleitos, sean físicos o retóricos. Y en lo personal prefiero votar por alguien que se haya sabido defender que por otro que ha hecho una carrera medrando de sus derrotas.
El domingo pasado el Partido de la Revolución Democrática dejó fuera a Marcelo Ebrard de las listas para diputados de representación proporcional, después de un proceso de desgaste por las investigaciones en torno a la Línea 12 del metro de la Ciudad de México. En cuestión de semanas lo habíamos visto pasar de una actitud desafiante a sacar los recursos de siempre de la clase política: no lo querían dejar ser diputado y buscar una curul no por el “fuero”, claro, sino por servir a la Nación. ¿Por qué no le funcionó la estrategia?
Antes que nada quiero dejar claro lo siguiente: Marcelo Ebrard es uno de los políticos más hábiles que hemos visto en las últimas décadas, aun cuando pueda no simpatizar con sus políticas. Ha logrado atravesar en menos de veinte años los extremos del espectro ideológico, desde el salinismo al coqueteo con el lopezobradorismo, manteniendo su prestigio ante la opinión pública. Si no lo creen, vean a otros políticos que han cambiado más de una vez de partido.
Lo más interesante de ese cambio es que nunca jugó a la víctima. Cuando salió del PRI y fue diputado independiente vía el PVEM tomó el tema de Fobaproa. Cuando por instrucción del PRI los verdes lo retiraron de la comisión especial, siguió hablando del tema sin alegar que lo querían callar. Durante las elecciones para Jefe de Gobierno del Distrito Federal en 2000 por el Partido Centro Democrático, luchó con uñas y dientes para tener un perfil mediático cuando la atención la acaparaban Andrés Manuel López Obrador y Santiago Creel. Incluso montó una improvisada conferencia de prensa afuera del Club de los Industriales cuando no lo invitaron a participar en un debate entre candidatos.
Como parte del gabinete de López Obrador sufrió también embates políticos y uno, el linchamiento de policías en Tláhuac, le costó su cargo en la Secretaría de Seguridad Pública. Sin embargo no se le vio quejarse, organizar una marcha o llamara a plantón: aguantó, esperó unos meses y se le acomodó en la Secretaría de Desarrollo Social. Tampoco se victimizó durante su campaña.
En la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal supo tejer su propia historia de éxito, en contraste con el discurso de “esperanza” de su antecesor. Es más, le dio a la entidad una proyección de modernidad y apertura que no podía darse bajo la imagen y el discurso de López Obrador. Aunque finalmente los costos de sus decisiones lo alcanzaron, la victimización no era un recurso creíble para defenderse.
¿Por qué le ha funcionado la victimización a López Obrador? Porque a final de cuentas representa los valores que inculcó el PRI por décadas, junto con sus discursos ideológicos e historiográficos. El tabasqueño es otro gran genio de la comunicación política, pero su táctica de supervivencia ha sido distinta.
Sobre la crisis del PRD
Como toda decisión pública, la designación de los primeros lugares de las listas de representación proporcional del PRD fue polémica. Y muchos comentaristas se apresuran a decir que esto abonará al voto de Morena el próximo mes de junio. Es posible, pero hay elementos para dudarlo por dos razones.
La primera: si bien el PRD parece que se quedará con pocas de sus bases de apoyo, fuera de dos o tres líderes con bases clientelares sólidas, hay pocos que sean electoralmente competitivos. Y lo mismo ocurre del lado de Morena, quien tiene un problema mayor: depende en gran medida de un político que no aparecerá en la boleta. Las apuestas del nuevo partido es para los bastiones como las delegaciones Cuauhtémoc e Iztapalapa en el DF. Falta que veamos las demás listas de candidatos.
La segunda deriva del personalismo de López Obrador. Un partido no sólo es un líder, sino un conjunto de instituciones. Si lo que queda del PRD consolida una estructura más centralizada con una mejor cohesión interna, tiene más posibilidades en el mediano plazo de sobrevivir que Morena, que todo parece hereda el tribalismo del instituto político del que salió. Quizás las elecciones de 2015 vayan a ser difíciles para la izquierda, pero los amarillos tienen una gran oportunidad.