La democracia es diálogo. Comunicación. Discurso. No hay manera de construir una mejor democracia si el proceso dialógico falla. Cuando las palabras no funcionan, estamos en el peor de los escenarios: sin comunicación no hay acuerdo, y sin acuerdo no hay avance. Habrá a lo mucho estancamiento, o de plano, retroceso.
Para que la comunicación entre gobernantes y gobernados falle no se requiere silencio, es decir, que los actores dejen de hablarse entre ellos, basta que los discursos sean ineficientes.
La primera condición para que el discurso funcione es que sea verdadero, honesto. Que aquello que se dice corresponda con la realidad, que se aproxime al objeto del que se habla.
Por eso el discurso es un instrumento poderoso, porque si se ejecuta bien sirve para convencer y para mover voluntades; para transmitir ideas y proyectos, para compartir emociones. Un discurso efectivo construye credibilidad.
Y eso no está sucediendo en México. El discurso de la clase política mexicana hace mucho ha dejado de ser eficiente. La razón es obvia y ofensiva: nuestros políticos mienten. Es más, están acostumbrados a mentirnos.
Alcaldes, Legisladores, Secretarios… suelen plantarse en los eventos con largos discursos preparados por sus equipos en el que incluyen resultados que muchas veces son falsos. Expectativas que no corresponden con la realidad económica o social. Argumentos inverosímiles y hasta ilógicos.
El resultado de esa ineficacia en el diálogo es poco esperanzador: ya nadie los escucha, ya nadie les cree. La sola imagen de un político con un micrófono provoca cambiar de canal. A los mexicanos el discurso de sus gobernantes les da hueva.
Para muestra los hechos de esta semana.
El nombramiento de Virgilio Andrade como Secretario de la Función Pública ha sido tardío y es insuficiente para el tamaño del problema al que se enfrenta: la peor crisis de credibilidad de un Presidente a dos años de mandato. El discurso de ayer emitido por el Presidente para justificar la pertinencia del nombramiento de Andrade no es más que un reconocimiento tácito de la crisis de credibilidad que lo aqueja.
Hay quienes interpretaron en la pieza oratoria una disculpa velada, yo creo que el auténtico e inesperado #YaSeQueNoAplauden ilustra otra cosa: que el Presidente sigue sin entender el punto. ¿Aplausos Presidente? Quien se disculpa no espera fanfarrias.
El auditorio era de periodistas y la prensa no está para aplaudir, sino para preguntar. Preguntas que no permiten, por cierto.
Con el nombramiento del nuevo Secretario de la Función Pública, el Presidente de México le mintió a los ciudadanos otra vez. No solo vimos la presentación pública de un funcionario, sino la escenificación de un montaje burdo. La mentira de asignar a Virgilio Andrade la encomienda imposible de limpiar una mancha indeleble.
Que nuestros políticos nos mientan a diario, en circuito cerrado y en cadena nacional ya no sorprende. Lo que debería sorprender es más grave todavía: que los medios de comunicación de este país hayan renunciado a preguntar, a investigar, a verificar los datos y los hechos.
Hoy, tras el anuncio Presidencial, solo el periódico Reforma reparó en su nota de portada sobre la condición de subalterno del recién nombrado Secretario. Un fiscal dependiente de su jefe, el Presidente. En una clara renuncia al escrutinio, los demás diarios nacionales usaron sus notas de ocho columnas para conceder al Presidente el crédito de auto-mandarse investigar.
Durante su discurso el Presidente insistió en que se ha generado una “percepción” de corrupción entre los mexicanos. No una realidad, sino una per-cep-ción. Conocedor de que el marco legal no alcanza para condenarlo por conflicto de interés, es capaz de mandar una investigación que sólo significa más simulación: ¿cuándo un subalterno ha sido capaz de condenar a su jefe?
La obviedad del resultado ofende como bien señaló ayer Mauricio Merino en El Universal: “No se necesita un panel de expertos para anticipar que el Presidente de la República, la Primera Dama y el Secretario de Hacienda serán exonerados en la investigación que llevará a cabo el nuevo Secretario de la Función Pública.”
Seguimos, pues, ante una clase política que padece de esquizofrenia: mientras insiste en un discurso de honestidad, de transparencia y hasta de ética política. Los hechos conducen en sentido contrario: el nombramiento tardío de un Secretario sin independencia ni autonomía; un senado que pretende reducir el campo de acción de la nueva Ley General de Transparencia; un partido en el poder, el PRI, que bloquea en el Congreso las posibilidades de un Sistema Nacional Anticorrupción eficaz.
Soy pesimista, sigo creyendo que Enrique Peña Nieto cargará con una debilidad permanente durante el resto de su sexenio. Presa de su incongruencia, su fragilidad será consecuencia de la Casa Blanca, de su relación con Grupo HIGA, de los desaparecidos de Ayotzinapa y de la ejecución en Tlatlaya. De las casas de Malinalco y de Ixtapan de la Sal. Son malas noticias para todos.
Pero también hay razones para cierto optimismo, la debilidad del Presidente es ahora la oportunidad de los ciudadanos. Es la coyuntura perfecta para volver al diálogo verdadero. Al intercambio fructífero que nos lleve a una agenda mínima pero indispensable en el sentido de un México más igualitario, más justo, más seguro.
Insisto en que necesitamos actores que nos unan. Protagonistas audaces que inviten a la negociación sobre lo público. Caben allí los medios independientes, los líderes de la sociedad civil organizada, algunos empresarios.
Peña Nieto tiene todavía la oportunidad de darle veracidad a sus palabras, de traducir en hechos sus discursos. Le quedan cuatro años, debe entender que si no lo hace por razones éticas, que sea al menos por razones prácticas.
“Obras son amores, y no buenas razones”, dice el dicho, Presidente.