Ai Weiwei: el arte de la disidencia

04/02/2015 - 12:02 am

Debería de ser un pleonasmo. Eso, decir “artista disidente”. Porque el arte para que lo sea debe sacudir a su sociedad, debe señalar esos recovecos, o esas llanuras inmensas, donde fallamos. Debe señalar el dolor ahí donde duele, como dijera José Luis Zárate. Y cuando duele. De lo contrario podría considerarse a la persona como un gran decorador, un artesano de la imagen, un humilde textoservidor o un burócrata de la estética.

Ésa pareciera ser la postura de Ai Weiwei, el artista que se ha convertido, en diez años, en la referencia obligada de la plástica en Pekín y en una de las figuras del arte contemporáneo más reconocidas alrededor del mundo.

Los detractores

Su postura es controversial, por supuesto, al grado que no falta quien señale que es una estrategia redituable: me hago pasar por artista disidente para ser famoso, me hago encarcelar (pues evado impuestos) para subir mis índices de popularidad, etc... Cuantimás porque él mismo ha dicho, en ese documental que le hicieron y fue premiado en Sundance, que se ve a sí mismo como un jugador de ajedrez que espera la jugada de su oponente (el gobierno) para hacer la suya. Frío y calculador, pues.

Y los señalamientos continúan. Ai Weiwei trabajó como consultor en la construcción del estadio olímpico de Pekín, el “nido de pájaro” y, poco antes de la inauguración de las olimpiadas, publicó en su blog que él estaba en contra del manejo propagandístico que se hacía del evento y fue justo por ese hecho que empezó a ser buscado por la prensa extranjera. Un movimiento calculado: si en realidad fuera disidente, acusan sus detractores, ¿por qué aceptó trabajar en la construcción del estadio? Más aún, si bien su queja sobre las olimpiadas le habían dado renombre internacional, ésta había pasado desapercibida en su propio país; pero justo en esas fechas fue el terremoto de Sichuán y Ai Weiwei también empezó una campaña para recolectar los nombres de las víctimas y cuestionar los materiales de construcción de las escuelas que colapsaron. Luego, con el material recabado hizo también publicaciones en su blog y algunas piezas artísticas: una con los listados de quienes perecieron; otra, en Alemania, con miles de mochilas idénticas a las que usaban los niños. ¿No es esto mercar con la miseria? ¿Usufructuar con el dolor de miles y miles de personas?

Desde el campo del arte, de las piezas mismas, también se alzan, por lo menos, dos cuestionamientos. El primero es más o menos común: Ai Weiwei está rodeado de un montón de artistas que son los que, en verdad, realizan manualmente sus piezas. O sea, si él no las hace, ¿es en verdad un artista? Y el segundo, por lo perturbadoras que son algunas de éstas: romper una urna milenaria de la Dinastía Han o, simplemente, encuerarte afuera de la Ciudad Prohibida o tomar una foto donde le estás pintando un dedo a un edificio (digamos, a la Casa Blanca), ¿es arte?

Ai Weiwei responde: “Todo es arte. Todo es política”.

Y su respuesta no hace más que avivar el fuego.

Los seguidores

¿De verdad alguien quiere ser encarcelado y golpeado para ser famoso? ¿Y además lo lleva a la práctica? No sé, creo que eso sólo se antoja decirlo cuando uno lleva una vida cómoda y aburrida, cuando uno tiene más de 25 años y sigue sintiendo, como adolescente, que su vida carece de sentido. Y ése no parece ser el caso de Ai Weiwei. Menos aún cuando uno de estos “publicitarios” encuentros con la policía lo obligó a una cirugía debido a una hemorragia cerebral.

Más bien, parece que la disidencia es algo consustancial tanto a su obra como a su persona. “Creo que mi postura y forma de vida representan lo más importante de mi arte”, ha dicho. Y luego complementó: “Para mí el ser político significa asociar tu obra con las condiciones de vida de un número más amplio de personas, y eso incluye tanto las condiciones mentales como físicas. Y tratas de usar tu obra para generar un impacto en esa situación”.

Visto desde esa perspectiva, su vida y obra asombran por su coherencia. Su disidencia en el arte es en sí misma una propuesta artística “para desarrollar cualquier idea nueva... para ampliar nuestra imaginación” más “que producir algún producto”. Y, en la política, su disidencia ha seguido dos rubros fundamentales: la lucha por la libertad de expresión y la exigencia de transparencia al gobierno de su país. Es decir, es una lucha inmensa pero acotada. Ai Weiwei no es uno de esos artistas que un día son activistas por una cosa y otro día por otra a según dicte la moda, sino que busca generar un cambio en asuntos específicos pues “no quiero que la siguiente generación luche la misma lucha que yo”.

Así, lo ocurrido con sus publicaciones y obra luego del terremoto de Sichuán en 2008 tiene otra lectura: ante la falta de información por parte del gobierno, organizó un equipo para recabar y publicar los nombres de los niños que habían fallecido en el desaste (de los que no se había dado una lista completa oficial) y, también, para investigar cómo habían sido construidas las escuelas públicas que se derrumbaron (si usted es mayor de 40 años, seguro esto le suena conocido o, claro, si usted es mayor de 30 y es tapatío). Una lucha acotada, directa y con objetivos claros: que el gobierno diga lo que realmente ocurrió.

Respecto a la libertad de expresión, Ai Weiwei ha encontrado en el internet la herramienta que le hacía falta. Primero, un blog. Después, una cuenta de Twitter con alrededor de 268 mil seguidores. Los hispanoparlantes podríamos pensar que eso es insuficiente pero “El presidente Mao fue el primero en el mundo en emplear Twitter. Todas sus frases están dentro de los 140 caracteres”. O, mejor aún, “en realidad con 140 caracteres en chino se puede escribir una novela. Casi todas las sentencias de Confucio sólo tienen cuatro caracteres”.

Hoy día es muy pronto para predecir si Ai Weiwei será recordado como uno de los mejores artistas de inicios del siglo XXI o si será olvidado. No obstante, su obra y activismo ya han significado tanto un referente como un cambio en su país natal y en otros lugares del mundo. Si usted gusta ver algo de su obra, en internet puede encontrar muchas imágenes y videos. Y, si gusta leer algunos de sus aforismos, Tusquets recién ha publicado un libro maravilloso: “Weiwei-ismos”.

PS.- Una disculpa por la referencia en inglés a Wikipedia, pero la versión en español es bastante escueta: ojalá abunden los desinteresados que la complementen.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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