*En homenaje a Julio Scherer García.
Soy de Sinaloa y vivo en Sinaloa. Dirijo un periódico que lleva ya 41 años en este territorio peligroso para nuestro oficio. Comprender al narco tanto como sea posible no puede ser para nosotros un divertimento morboso, es una obligación personal y profesional.
Por eso he releído muchas veces la “entrevista” que hiciera Julio Scherer García, fundador de Proceso, a Ismael “El Mayo” Zambada. Es lectura obligada para cualquier periodista, más para los interesados en el tema del narcotráfico y el crimen organizado.
La pieza es sumamente relevante porque sirve para comprender cosas importantes sobre la naturaleza del narcotráfico y su relación con el periodismo que se hace en México.
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Curiosamente, Don Julio no la clasificó como una entrevista. Profundo conocedor de las aristas y sutilezas de ese género periodístico, prefirió titular en portada “En la guarida del Mayo Zambada: Crónica de un encuentro insólito”.
Y así lo narra, con una precisión envidiable y un halo de misterio que recuerda a los cuentos de Borges. Scherer nos cuenta de la atmósfera que conduce y envuelve al capo, detalla rasgos específicos que nos dejan construirnos su personalidad y cierra con la foto que le dio la vuelta el mundo en la portada de Proceso: Julio e Ismael posando para la cámara en medio de algún monte mexicano.
Pero más allá de la lección de un periodista octogenario capaz de ir a meterse a la guarida de uno de los hombres más buscados del mundo. Vale la reflexión porque la entrevista generó todo tipo de polémicas.
Para los más conservadores del gremio la cuestión radicaba en la pertinencia ética de acudir al llamado de un connotado delincuente, mientras que para los más liberales había una profunda convicción de la necesidad de contar dicha historia. “Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…” decía Don Julio.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención es que durante las dos semanas posteriores que duró el debate en torno a la publicación, nadie reparó en lo más importante: aquello que dijo el entrevistado.
Zambada soltó en dos o tres respuestas escuetas más pistas de las causas y el funcionamiento del narcotráfico en México que muchos analistas en miles de caracteres.
No soy ingenuo y es obvio que debemos tomar con mucha prudencia este tipo de relatos, pero me resulta particularmente valioso rescatar ciertas frases que sirven para ejemplificar cómo -más allá del mito del narco,- lo que qué hace funcionar el tráfico de drogas es un sistema.
Ante la pregunta del periodista sobre qué sucedería si el capo cayera, el hombre “del bigote de la sutil ironía” (en palabras de Scherer) respondió tranquilo:
“Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió.”
“El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí.”
Conviene recordarlo para la revisión de la sostenida estrategia federal del descabezamiento de carteles y los “objetivos estratégicos”. Conviene recordarlo al ver como el Cártel de Sinaloa sigue intacto tras la detención de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
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Segundo, ante la pregunta de por qué incursionó en el narcotráfico a la edad de 16 años. Ismael Zambada repitió tres veces: “Nomás”.
Es decir, era lo que se hacía en su situación, a su edad y en las condiciones socioeconómicas de su pueblo si se aspiraba a un mínimo de movilidad social, de progreso material. Es lo que se sigue haciendo en un montón de poblaciones rurales de Sinaloa, Durango o Michoacán. Volverse narco porque no hay de otra. Así nomás.
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Tercero, lo dice el Capo también: “El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción.”
Lo validamos en Sinaloa en febrero del 2014, cuando miles de personas marcharon por la avenida Álvaro Obregón (la principal de Culiacán), para pedir la no extradición del Chapo Guzmán y mostrar su simpatía por el capo detenido.
Camisetas, pancartas y lonas con frases como “I love you Chapo”, “No a la extradición del Chapo Guzmán” y hasta “Chapo hazme un hijo” evidenciaron la derrota cultural de los sinaloenses.
Joaquín Guzmán era entonces, el hombre más buscado del mundo. Miles de sinaloenses marcharon, incluso a la fuerza, para defenderlo. La marcha sorprendió a propios y extraños. El Gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, y el Alcalde de Culiacán, Sergio Torres, se vieron rebasados. Tanto que sin una policía preparada para ello, terminaron enviando elementos armados de la policía ministerial, estatal y municipal que su desesperción dispararon al aire y golpearon a periodistas para evitar ser evidenciados. La última marcha terminó en caos, gritos y detenciones.
Sinaloa fue noticia en todo el mundo. Medios como CNN o Al Jazeera cubrieron con amplitud lo que parecía increible: ciudadanos defendiendo a un delincuente de manera pública y abierta. El narco exhibió, como nunca, la tan negada base social que lo alimenta.
Y es que Ismael Zambada tenía razón. Nadie puede solucionar de un plumazo un problema que el estado ha dejado crecer por muchos años. Cito a Scherer:
“A juicio de Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su “trabajo” en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida.”
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Y cierro con el elemento que me parece más relevante de la entrevista: la corrupción. Es la palabra de moda y llevamos semanas hablando de la necesidad de un sistema, una fiscalía, una nueva legislación. Más a consecuencia de lo sucedido con la “Casa Blanca” de Angélica Rivera, que por su relación con el crimen organizado.
Cuando hablamos del narcotráfico, sus estructuras y sus liderazgos, parecemos obviar que para cada cártel hay un espejo institucional corrupto dentro del gobierno mexicano. Aplica para todos los niveles: nacional, estatal y, sobre todo, municipal.
A mayor debilidad institucional, mayor probabilidad de cooptación por el crimen organizado. Allí el ejemplo emblemático del Alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa con el cártel de Guerreros Unidos.
Por eso, si tras la detención relevante de algún jefe de plaza, lugarteniente o capo, seguimos sin ver la detención y procesamiento de alcaldes, jefes de la policía, secretarios de seguridad, generales y hasta gobernadores; la estrategia para combatir el crimen organizado seguirá siendo mera simulación.
Es urgente e imprescindible que en la estrategia se consideren mecanismos y controles para castigar a los servidores públicos corruptos, para perseguir sus patrimonios y para congelar sus finanzas. Si la estrategia no considera la afectación del “negocio” de los carteles, no hay policía que alcance. Sobre todo en un país en que la desigualdad económica arroja todos los días a miles de jóvenes a la calle, sin educación y sin empleo. Materia prima, bolsa de trabajo… carne de cañón.
El enfoque debe surgir de la consideración y aceptación de que estamos ante un problema complejo. Los abordajes deben ser integrales y transdisciplinarios. El sentido común y las buenas intenciones son insuficientes. Mientras seguimos cosechando muertos y deteniendo capos, los reemplazos -como dijera El Mayo- ya están allí.
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Don Julio Scherer murió ayer. Se fue a unos días de la muerte de Vicente Leñero, su gran compañero de ideales. Se va con el reconocimiento unánime de su calidad moral y profesional. Tenía más de ochenta cuando estuvo con El Mayo y seguía dando lecciones de periodismo. Démosle las gracias por una entrevista que ayudó a comprender mejor uno de nuestros más grandes males. Habrá que usar su ejemplo para intentar alguna continuidad de su trabajo. Será necesaria una sólida integridad, un bien escaso en el gremio periodístico de estos días.