Este año veremos por primera vez desde los años cuarenta del siglo pasado candidaturas independientes para diputados federales. También podrán aspirar por esa misma vía individuos sin afiliación partidista que deseen ocupar las alcaldías, diputaciones locales y gubernaturas de los estados donde habrá elecciones.
El reconocimiento a las candidaturas independientes es un logro de la ciudadanía que ha sabido luchar por sus espacios de representación. Si bien nunca fueron prohibidas a nivel constitucional, tampoco habían sido abiertamente reconocidas. De hecho quedaron proscritas en los años cuarenta del siglo pasado sólo en la legislación electoral.
La relevancia de las candidaturas independientes será todavía mayor si consideramos el descrédito que hoy viven los partidos tras diversos escándalos de corrupción por los que atravesaron el año pasado. Sin embargo, también veremos en los próximos meses los verdaderos alcances y beneficios de esta reforma, así como el desplome de muchas falsas expectativas que se han venido tejiendo en torno a ésta.
Para empezar, la existencia de candidatos independientes no implica que éstos sean moralmente superiores a los partidistas: eso es demagogia. Si queremos tener una democracia que funcione es necesario reconocer que todos los seres humanos tenemos la misma fibra moral: lo que genera mayor justicia es la existencia de controles al poder, no de la presunta bondad de los individuos.
A final de cuentas, competirá por un cargo quien tiene una ambición por lo público; quien además haya hecho algún trabajo político previo en su comunidad que le ha llevado algún reconocimiento. Las candidaturas independientes servirán para este tipo de personas, no como el premio al menor esfuerzo para los improvisados. También para desalentar a propuestas que no son serias existen controles como exigir un porcentaje mínimo de apoyo para registrar una candidatura o la necesidad de presenta una plataforma.
De hecho los dos candidatos independientes que han ganado un puesto en las elecciones locales de 2013 y 2014 fueron personas que habían sido ediles de sus municipios y que, al buscar competir de nueva cuenta, sus partidos no los dejaron. A partir de ese rechazo optaron por la vía independiente apostando su capital político y triunfaron. No vamos a ver personas que surjan de la nada y que, presumiendo una impoluta “ciudadanía” deslumbren a la opinión pública.
Para decirlo de otra forma, la posibilidad de postularse por la vía independiente va a ser usada por aquellas personas que no quieren hacer una carrera partidista o si lo han hecho, descubren que su partido no los apoya para lograr sus objetivos políticos. Bajo este planteamiento, la democracia no mejorará por la existencia o no de esta figura: si deseamos tener mejores políticos habrá que apostar por mejores mecanismos de rendición de cuentas y la posibilidad de premiar o castigar con el voto.
Es más: hay una enorme distancia entre reconocer el derecho a competir y el hecho de que los candidatos independientes vayan a ser competitivos. ¿Es esto algo malo? De ninguna forma: esta figura sirve fundamentalmente para abrir espacios. A final de cuentas corresponderá al ciudadano conocer las alternativas y votar por la que mejor le parezca. Y un candidato independiente competitivo ciertamente hará que los partidos pulan sus plataformas y propuestas.
Otro punto a considerar es que esta figura sirve muy bien sólo para gobiernos municipales, donde el candidato puede llegar a tener un mejor reconocimiento y arraigo que otras figuras públicas. También es necesario tomar en cuenta que ellos tienen recursos y responsabilidades claras sobre su ejercicio; lo cual se reflejarán en la forma que la ciudadanía los premie o castigue.
En el caso de los órganos legislativos, los independientes son figuras casi siempre decorativas y testimoniales, dado que su voto sólo podría servir en situaciones excepcionales. Además, los espacios al interior de los congresos son designados por partidos: si llegasen a ganar, los independientes tendrán cargos en comisiones poco relevantes y no tendrán mucho peso para impulsar sus propuestas. Es más, podrían sentarlos en medio de los legisladores de la CTM y CNC, para que acabasen de desesperarse y soliciten licencia lo antes posible.
Si acaso llegase a haber más de cinco diputados independientes podrían conformar un grupo parlamentario, de tal forma que tuviesen por ley recursos y mejores espacios en comisiones. Sin embargo no tendrían cohesión si las agendas y creencias de sus integrantes son contrapuestas. A final de cuentas no existe una ideología “ciudadana”: nuestras actitudes y creencias sobre las distintas políticas públicas nos terminan acercando a un partido u otro y la falta de filiación partidista no implica solidez programática sino quizás todo lo contrario. ¿Serían persona confiables en una negociación política? Dudosamente.
Por otra parte será raro ver candidatos ganadores para gobernadores y se necesita que la democracia se encuentre en una crisis para que eso suceda al nivel presidencial. ¿Fue buena idea abrir la posibilidad para que haya candidatos independientes para estos puestos? Sí: en una democracia que respete libertades se debe contemplar hasta esta posibilidad.
¿Para qué servirán las candidaturas independientes en este marco? Además de abrir espacios, esta figura servirá para poner presión a los partidos, toda vez que un político con liderazgos sólidos puede chantajear a su partido si no le reconocen su peso. Esto será más importante cuando comience a operar la reelección inmediata de legisladores y alcaldes. ¿Veremos casos de candidatos independientes vinculados al crimen organizado? Es posible, de la misma forma que también los partidos adolecen de este problema.
Tenemos una democracia hecha a modo de un grupo de partidos que en realidad no son competitivos. El mes de abril de 2014 la revista Nexos publicó un artículo del académico José Antonio Aguilar Rivera, donde se expone cómo una mal entendida noción de equidad en las condiciones de competencia de los institutos políticos ha producido sobrerregulación, una creciente adjudicación judicial de la política y la erosión de la legitimidad de las instituciones electorales.
Con lo anterior dicho, la existencia de candidaturas independientes con reglas accesibles de formación sería un factor de presión que obligue a los partidos a ser más competitivos, toda vez que pueden aparecer liderazgos alternativos. Esto puede llevar en el corto plazo a que los institutos políticos adopten reglas más horizontales para sus militancias, como realizar elecciones primarias en los distritos en lugar de que los candidatos sean impuestos por las dirigencias.
Y sobre todo, una democracia debe proveer derechos ciudadanos plenos. Aun cuando sea raro ver un candidato independiente competitivo, no ayuda tener leyes tan restringidas que sólo beneficien a las cúpulas políticas. De poco servirá esta figura si no hablamos en serio de controles, mecanismos de rendición de cuentas y la posibilidad de premios y castigos electorales al hacer que el político compita en repetidas ocasiones por el mismo puesto.