Darío Ramírez
18/12/2014 - 12:00 am
La necesidad de transformar
Fernando Savater dijo: “la indignación es un gran inicio, el problema es cuando se cree que es el final”. La cita viene a colación si nos preguntamos qué cambiará en México después de haber conocido casos como los de Tlatalya, la Casa Blanca y Ayotzinapa. Cientos de miles de personas hemos salido a las calles […]
Fernando Savater dijo: “la indignación es un gran inicio, el problema es cuando se cree que es el final”. La cita viene a colación si nos preguntamos qué cambiará en México después de haber conocido casos como los de Tlatalya, la Casa Blanca y Ayotzinapa. Cientos de miles de personas hemos salido a las calles para mostrar su hartazgo, preocupación y crítica no solo dirigido a una autoridad específicamente, sino al régimen político que se sostiene en firmes pilares de corrupción, autoelogios e impunidad.
Al Presidente se le ha pedido que pida perdón. Tal vez lo mismo se le debería pedir a cada uno de nuestros políticos y gobernantes. Pero un perdón no basta –como sugiere Krauze- no es la iglesia ni la absolución de pecados la que buscamos. Es algo distinto y más poderoso: justicia.
Hay diez iniciativas de ley que buscan regular la protesta social en México. Mientras más personas están en la calle la absurda respuesta de los congresos es crear marcos legales que ayuden a limitar lo poco que queda de espacios públicos para el disenso. La idea es limitar el espacio público. Nada menor la intención.
Según una encuesta de Integralia, la crisis de de Ayotzinapa ha provocado que se hayan realizado 55 manifestaciones -41 en el DF y 13 en Guerrero-, esto quiere decir que las marchas este año subieron 40% en relación con el año pasado. 98% de las personas encuestadas estaban enteradas que las marchas tenía que ver con la demanda de justicia para con los 43 normalistas.
Las protestas han tenido un 46% de aceptación, contra un 28% que afirma no estar de acuerdo con la protesta en la calles. Lo interesante en términos de participación es que, a pesar de los altos números de manifestantes en los últimos meses, un 92% de la población no ha participado en una protesta, contra un mínimo 8% que sí lo ha hecho.
Como nunca en la historia reciente las voces en las calles ejemplifican el profundo descontento ante la simulación de partidos políticos y autoridades. Sin embargo, ¿qué va después de la protesta? Ahí la relevancia de la cita de Savater. ¿Cómo transformamos nuestra indignación, coraje y hartazgo para tener un mejor régimen? ¿En qué deberían desembocar tantas críticas contra el gobierno y congresos?
Preocupa que el 34% de los encuestados afirma que las protestas no ayudarán en nada, el 38% cree que ayudarán poco y solamente el 16% tiene el optimismo de que ayudarán mucho. El porcentaje de pesimismo es altísimo y es explicable de manera sencilla. No se vislumbra ningún cambio serio en la manera de hacer política, de atajar la corrupción, de garantizar justicia y reparación y de erradicar la impunidad.
Los gritos se han transformado en pocas ideas viables para cambiar el régimen, y las ideas han encontrado un vacío en la clase política. Con alevosía el poder político a volteado al otro lado ignorando el clamor de transformación. El poder no quiere ceder el poder. Saben que los gritos se cansarán y las aguas se tranquilizarán. Vendrá un escándalo más y borrará la vergüenza presidencial de la Casa Blanca. El Ejército no será castigado por las ejecuciones extrajudiciales de Tlatlaya porque ya “nadie” se acuerda. Al ejército, como antaño, nadie lo toca, nadie le pide cuentas, nadie lo revisa. Lo dijo Gamboa Patrón “al Ejército hay que dejarlo tranquilo”, a pesar de haber información que señala su omisión e involucramiento en el caso de la desaparición forzada de los normalistas.
El régimen no rinde cuentas porque las cuentas no salen. Sus armas son de antaño uso: la manipulación, desinformación, avasallamiento contra la población, amenazas, persecución y amedrentamiento contra las voces de disenso. Y la contradicción que vivimos es que le pedimos (como sociedad) al poder que cambie, por buena voluntad. Lo cierto es que no hay incentivos para una transformación real. El poder descansa tranquilo y simula preocupación y responsabilidad, pero lo cierto es que no hay una palanca que fuerce, dirija, coordine, aliente y encauce los cambios necesarios.
Letras llenas de pesimismo –acepto mi falta- pero no estoy en el negocio del optimismo. Veo a un sistema de partidos que tiene secuestrado el sistema político. El pacto de impunidad y no agresión entre las fuerzas políticas alimenta su tranquilidad y el desahucio de una sociedad ávida de cambio. Los partidos políticos saben que su mafioso arreglo es para repartirse un jugoso botín. No importa la preferencia del voto, la abstinencia ni otros elementos fundamentales para la democracia, saben que tendrán su tajada de nuestro dinero. Es irrelevante qué tan mal lo hacen, de todas maneras ganan. Y así lo demuestran las encuestas después de lo que deberían haber sido severísimos golpes al sistema de partidos. Por ejemplo, el PRI solamente ha caído 10 puntos, del 40% al 30%, El PAN (aquellos que nos gobernaron por 12 años) han subido del 22% al 25%, el PRD que está tan desfigurado por sus malos gobiernos en Guerrero y en el DF solamente ha caído del 16% al 13%. Es tan absurdo nuestro sistema que el PVEM ha subido del 5% al 11%, inexplicable en una democracia real, pero México no lo es, nunca lo olvidemos.
La articulación después del grito y la protesta debe de ser enarbolada por actores sociales, organizaciones y universidades (dónde están las universidades en todo esto, ¿a caso también cooptadas o simplemente preocupadas por sus negocios educativos?). Debemos de reconocer que el siguiente paso no es en las calles, sino en tomar por asalto ciudadano nuestras instituciones. ¿Cómo? Reforzando la auditoría social, demandando espacios de supervisión ciudadana de actos de gobierno, pero una supervisión real y no los ejercicios ridículos que tenemos ahora.
El camino es incierto por la apatía profunda y la desolación lacerante. Nos sentimos derrotados por la costumbre. Pero lo cierto es que si capitalizamos este momento la pérdida será grande. El primer paso es reconocer nuestra responsabilidad desde el ámbito de la sociedad. El objetivo primordial es parar los embates, cuidar lo poco que hemos ganado de libertades (que son las que molestan al régimen). Litigar, denunciar, investigar, demandar en todos los foros posibles. La peor señal que se podría sería reconocer que se ha perdido. Lo único que los detiene –y eso un poco nada más- es el señalamiento de la sociedad. La indignación es solo el comienzo. La salida a la crisis no está en los Poderes o fetiches democráticos. Pensar que el régimen cambiará es contranatura. Pensar que la oposición hará su labor, también es ilusorio. La salida está en lo que la sociedad pueda hacer.
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