Entre provocadores y “anarcos”: carriolas y narices de payaso

09/12/2014 - 12:00 am

La confusión entre culpar a provocadores o a autollamados “anarquistas” de los actos violentos que se han desatado durante las masivas movilizaciones por la ejecución y desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, pone a unos y otros en la misma categoría: agentes que sirven, consciente o inconscientemente, a la desmovilización, a generar miedo, a alejar a parte de la población, a mantener el “estado de las cosas”.

Existen diversas evidencias en los medios de comunicación para demostrar que las movilizaciones han estado infiltradas por provocadores, por agentes al servicio de entidades de gobierno. Por otro lado, la propia declaración de uno de los jóvenes “anarquistas,” o como quiera autonombrase, de haber participado en los hechos violentos lanzando “molotovs”, confirma la participación de grupos autónomos, por llamarlos de alguna manera, en estos actos.

Estos grupos reivindican la violencia señalando la profunda diferencia entre las ejecuciones y desapariciones de los estudiantes con el hecho de romper los cristales de un cajero o incendiar la puerta de palacio nacional. Hay un abismo, es cierto, pero más allá de establecer los grados de la violencia, lo que hay que señalar es la lógica que esos actos significan en el contexto de las protestas masivas de los últimos meses: ¿a quiénes sirven esos actos?.

Puede argumentarse que la violencia también ha estado en las manifestaciones realizadas recientemente en Guerrero y en otras anteriores, no sólo en esos grupos “anarcos”. Es así, pero los convocantes no acuden a la sombra de las manifestaciones, algunos se cubren el rostro, pero su dirigencia no, da la cara. Lo que preocupa e indigna aquí es que la expresión social de indignación quede “sellada” con la violencia de quienes acuden a la sombra de quienes no apoyan esos actos. Lo que preocupa es que, en la práctica, les den la oportunidad al gobierno y sus medios aliados de “sellarla” de esa manera. Los provocadores les sirven y para ello los mandan, los grupos autónomos también les sirven.

En el transcurso de estas semanas he escuchado directa e indirectamente la posición de diversos grupos y personas que se identifican como anarquistas y se sienten muy lejos y en contra de la lógica de violencia de estos grupos y sus efectos en las manifestaciones. Por otro lado, las notas en los medios de comunicación hablan de los grupos anarquistas violentos en las manifestaciones, reducen al anarquismo a esa expresión.

Siendo estudiante universitario conocí a Ricardo Mestre, un viejo anarquista catalán, que tenía una amplia biblioteca libertaria en su despacho de la calle Morelos en el centro de la ciudad. Ahí coincidíamos, entre otros, estudiantes de muy diversas universidades, grupos de jóvenes de Neza y Santa Fé, académicos e intelectuales. Mestre era un hombre con una profunda ética, del cual aprendíamos en sus charlas y a través de las lecturas que nos recomendaba. Diversos intelectuales tenían relación con Mestré, mantenían un cariño especial por ese hombre, entre ellos estaban Gabriel Zaid, Enrique Krauze y Octavio Paz, del entonces llamado grupo Vuelta. Mestre había participado en la llamada guerra civil española dirigiendo un periódico anarquista. Su trabajo como director no era remunerado, su salario, como el de muchos de sus compañeros, lo ganaba saliendo a vender periódicos. Las anécdotas sobre su lucha en España y sobre su vida diaria, estaban llenas de enseñanza. Recuerdo una vez que estaba muy molesto porque su hija le había dado una nalgada a su nieto, comentándome: “le está enseñando que a través de la violencia se puede obtener algo”.

La biblioteca de Ricardo Mestre, con la participación y apoyo de jóvenes como Luis Ángel Guzmán y Jorge Robles, se dio a conocer como la Biblioteca Reconstruir, reuniendo miles de ejemplares del pensamiento libertario. Ahí conocí a Rudolf Roker y a Max Nettlau y me encontré con jóvenes que en las zonas marginales de la ciudad de México publicaban “pasquines” reivindicando el anarquismo bajo una visión radical, constructiva y pacifista. Destacaban los artículos contra las drogas como una forma de enajenación. Durante un par de años, publicamos la revista “Testimonios” difundiendo la autogestión, el ecologismo, los derechos y la sabiduría de las comunidades indígenas, la crítica al comunismo y al capitalismo salvaje.

En ese espacio se reconocía no sólo la tradición anarquista en las luchas sociales internacionales, también la mexicana.  No se puede entender la revolución mexicana sin el movimiento anarquista emprendido por los hermanos Flores Magón, y su influencia en la lucha por los derechos de los trabajadores de los mineros de Cananea y Río Blanco. La genealogía del anarquismo mexicano viene de antes, por la influencia de pensadores y luchadores anarquistas que llegaron a México en el siglo XIX. Pero el anarquismo también se encontró y se vio reflejado en las formas de democracia directa de diversas comunidades indígenas del país, donde las autoridades tradicionales realmente actuaban, y en varios casos todavía actúan, al servicio de la gente. Ese mismo sentido estaba expresado en el movimiento zapatista revolucionario. Los propios magonistas reconocieron en el movimiento zapatista principios que coincidían plenamente con su filosofía anarquista, no se reconocían como anarquistas pero vivían con sus principios.

En todas las filosofías políticas encontramos expresiones violentas, el anarquismo las ha tenido. Una serie de atentados a lo largo de la historia han sido realizados por individuos que se reivindicaron como anarquistas. Estos atentados se dirigían directamente, en la mayor parte de los casos, contra las personas que encarnaban el poder, ya sea de una nación o una región, o que habían sido responsables de un crimen. Es así que, en sus orígenes, se registraron atentados contra reyes en España, Italia, Portugal y contra el propio Zar.

Los actos violentos se reivindicaban por grupos anarquistas como “propaganda por el hecho” o “propaganda por el acto”, bajo el argumento de que el acto generaba más repercusiones dirigidas al cambio que se buscaba. Más allá de estar de acuerdo o no con esta lógica, puede entenderse en ciertas épocas. Sin embargo, actualmente, los actos violentos en las manifestaciones no corresponden a ninguna “propaganda por el hecho”, todo lo contrario, actúan como contrapropaganda. Los actos violentos en estas marchas no contribuyen a debilitar el “estado de las cosas”, contribuyen más a debilitar los actos masivos de protesta.

Escuché a alguien que decía, es absurdo plantear la “no violencia” en México. Creo que igual de absurda se veía en California cuando Cesar Chávez y el movimiento de jornaleros la tomó. A dónde hubiera llegado Chávez si hubiera usado la violencia, ¿hubiera puesto de su lado a los consumidores en Estados Unidos y, posteriormente, a los estibadores en Europa?.

En la última manifestación marcharon un grupo de jóvenes con tambores, consignas, portando cada uno una nariz de payaso. Su expresión no era festiva, era de fuerte indignación, pero acogía, atraía, sumaba. En esa manifestación también se hico presente el “contingente de las carriolas”, un grupo de madres y padres que empujaban las carriolas de sus pequeños hijos para expresar que no hay que tener temor. Juan Martin, director de la Red por los Derechos de la Infancia, que aparece en esa foto ya famosa en el Zócalo de un padre cargando a su hijo con dos mujeres en el suelo frente a él – su madre y su esposa - y sobre él los granaderos, salió nuevamente con su pequeño hijo a la marcha llamando a no dejarse intimidar por el miedo.

No nos debe ganar el miedo y también debemos llamar a no generarlo. Tenemos que lograr un contingente multitudinario de carriolas, de narices de payaso, de caballos, de indignación y de propuestas. Sumando, algo positivo lograremos en este país que tanto lo requiere.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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