Muchos son los balances que pueden hacerse de la situación mexicana actual. Podemos hablar de la coyuntura política, de los liderazgos y de los grandes pendientes en materia de seguridad y economía. Pero me gusta la idea de quedarme con un cambio de actitud. Un resurgimiento. La idea de que hay ahora otro “México”. Un México que ya no tiene miedo.
Durante mi breve paso por la industria periodística, he tenido la oportunidad de convivir con todo tipo de personajes de la vida pública: periodistas, políticos, académicos, empresarios, artistas, intelectuales y ciudadanos. Y siempre, ante la adversidad, los problemas y las situaciones de riesgo me he topado siempre con un actitud que me atrevo a afirmar es generalizada del mexicano: el miedo.
El miedo, según la Real Academia, es la perturbación del ánimo ante un riesgo o amenaza que puede ser real o imaginaria. Es el recelo por la posibilidad de que nos suceda algo contrario a nuestro deseo. El miedo saca lo peor de nosotros mismos. Paraliza, acobarda, desmorona.
México ha vivido inmerso en el miedo durante largo tiempo. El Instituto para la Economía y la Paz con sede en Nueva York define a la paz como “ausencia de violencia o miedo a la violencia” y ubica a México como el segundo país menos pacífico de América Latina. Sinaloa, Guerrero y Morelos ocupan los últimos tres lugares a nivel estatal.
El miedo que habitamos los mexicanos ha experimentado muchos momentos trágicos de manera reciente. Cuando el miedo es demasiado intenso podemos hablar de pánico, terror y hasta horror: allí están los jóvenes muertos y desaparecidos de Ayotzinapa, allí los decapitados en Guerrero o Veracruz. Allí las piezas de un torso desmembrado tirado en plena calle a la luz del día en Michoacán. Allí el dolor de los niños quemados en la Guardería ABC.
Pero el miedo al que me refiero ahora es uno distinto, un miedo latente. Una actitud cotidiana ante las situaciones de abuso, explotación, extorsión o corrupción de los poderes fácticos de este país. Esa manera casi automática de responder cuando dichos poderes ejercen su fuerza e influencia para seguir viviendo de la extracción de rentas. Ante ese desequilibrio de poder, la respuesta general del colectivo social ha sido no hacer nada. Aguantar el abuso y agachar la cabeza.
Hay tres maneras de reaccionar ante el miedo: huir, paralizarse o actuar. Son reacciones naturales (animales) ante el miedo. Por eso cuando pregunto a diversos actores y sectores por qué no actúan frente al atropello, la justificación de fondo suele ser la misma: el miedo a perder, el miedo a sacrificar, el miedo a comprometerse, el miedo a ser pisados de nuevo. Y como no hay instituciones a quien acudir para defender nuestro derecho, mejor huir. “Calladito te ves más bonito”, dice el dicho que ya es costumbre.
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Pero algo ha venido sucediendo estos años que me alienta. Ayotzinapa y la “Casa Blanca” son los temas de la conversación porque representan símbolos de los males que más nos duelen: la violencia y la impunidad. Son también reflejo de otros males crónicos, más graves y más profundos como la corrupción y la desigualdad.
México no está en llamas ni a la puerta de una insurrección. 50 encapuchados no hacen una revolución, ni los miles de bots que juegan a diario a inflar el #RenunciaPeña o a insultar a sus detractores. Tampoco es cierta la versión oficial del “no pasa nada”, la popularidad del Presidente lo demuestra: 39% de aprobación.
Pero si algo hay de acierto en las medidas anunciadas por el Presidente Peña Nieto es reconocer por primera vez que el México del sur está muy lejos en bienestar y desarrollo del México del Norte. Es obvio que necesita un tratamiento especial para reducir esa brecha.
Hay mucho de bueno en las otras medidas propuestas, pero me parece que el rechazo generalizado y el escepticismo con el que fue recibido el anuncio presidencial radica en una razón ineludible que cargará durante todo el sexenio, ¿cómo creer en una verdadera intención de hacer justicia si la corrupción habita –literalmente- en la casa del Presidente?
Ante esa abrumadora realidad de violencia e indefensión, veo a un México que se #YaseCansó de esperar a que la clase política quiera. Veo a un México que esta #HastalaMadre de que le vean la cara. Veo a un México unido en #TodosSomosAyotzinapa para solidarizarse con los jóvenes más pobres de este país. El ánimo está allí, es evidente aunque muchos medios no lo quieran ver.
Creo que hay un amplio sector de mexicanos que ya está harto de bajar la mirada. Que ya no quiere ni retroceder ni quedarse quieto y que se dispone ahora a actuar.
Vencer el miedo implica proactividad. Implica instalarse en una resignificación de lo que nos duele y nos asusta. Para resignificar Ayotzinapa y la “Casa Blanca” hay que verlos con otros ojos: como estandartes de indignación, como nodos que condensan el descontento social y generan una verdadera conversación colectiva.
Un amplio sector de este país perdió ya el miedo al costo público de ir contra la corriente. Están allí los nuevos movimientos y liderazgos juveniles como #ReformaPoliticaYA, el Consejo del IPN, el #YoSoy132; nuevos medios independientes como Sin Embargo o Animal Político; empresarios dispuestos a decir y sostener lo que falta por hacer como Juan Pablo Castañón de COPARMEX; líderes sociales polémicos como el Padre Solalinde; periodistas independientes que se atreven a disentir con su trabajo a pesar del desprestigio oficial como Carmen Aristegui en CNN o Jorge Ramos en Univisión.
Hemos generado los gérmenes para un cambio verdadero. Pero como dijera Noam Chomsky, la lucha popular es una carrera de resistencia, es correr un maratón y no un sprint de cien metros.
“Cuando uno se compromete con una causa, aparecen muchísimas problemáticas sobre las que se puede hacer algo. Pero nada se va resolver apretando un botón […] se resuelven gracias al trabajo y la dedicación que permiten ir consolidando los vínculos entre las personas.” Afirma Chomsky en el libro ‘Cómo funciona el mundo’.
Los derechos, continúa Chomsky, son el resultado del compromiso y la lucha popular. No hay “solución mágica”. Solo queda el trabajo paciente y sostenido. La voluntad de ir hacia adelante dejando atrás el miedo. La capacidad de resistir al embate del poder que se niega a cambiar.
El reto ahora es la capacidad para resistir, organizarse y encontrar las coincidencias. Construir las propuestas concretas. Hay un México que ya no tiene miedo, un México que quiere y puede actuar. Habrá que hacerlo con inteligencia. Habrá que pagar los precios.