¿Cambiarán las protestas a México?

26/11/2014 - 12:05 am

Después de las manifestaciones del 20 de noviembre les pregunté, vía Twitter, a los senadores del PAN cuál era su postura al respecto. Una segunda pregunta siguió a los que contestaron: “¿Y considera que esta inconformidad también tiene que ver con Acción Nacional, por ejemplo: con Chalchihualpan y la actuación de Rafael Moreno Valle?”: “Con todos”, me respondió Maki Ortiz, senadora por Tamaulipas. ¿Estaremos en la antesala de un cambio hacia el interior de los partidos? ¿De un cambio en donde estos busquen, de verdad, estar a la altura de las circunstancias y ser nuestros dignos representantes?

La respuesta involucra una serie de modificaciones significativas, tanto en el modus operandi de los partidos -principalmente de Acción Nacional y del PRD- como en la visión que se tiene del país en que vivimos. Sin embargo, éste es el mejor momento para hacerlo, con las manifestaciones a lo largo y ancho de la nación, si se quiere mantener el sistema partidista de nuestra democracia incipiente.

¿Democracia partidista?

El bueno de Churchill decía que “la democracia es el peor de los regímenes, con excepción de todos los demás que se han probado”. Si bien la frase no es cierta urbi et orbi y en todos los tiempos, sí lo es si partimos del principio de que queremos que México siga siendo un país y, entonces, analizamos la historia nacional.

Esto es, si bien a usted o a mí nos pueden gustar las ideas de Fourier, Bakunin y otros tantos anarquistas, son un sinsentido práctico en un país infestado de armas y grupos criminales. Algo similar sucede con las candidaturas independientes y, a corto plazo, con ciertos modelos de democracia participativa pues, por un lado, sería soslayar el poder político de facto que tienen dichos grupos armados (y que podrían catapultar candidatos a conveniencia con todos sus recursos, como sucedió en Colombia) y, por otro, sería repetir el modelo del cacicazgo nacional desde otro esquema. Me explico.

Caciques unidos mexicanos

El siglo XIX fue un siglo de revueltas, de luchas entre caciques y contra el cacique superior o máximo tlatoani. Peor aún, estas luchas venían desde la ocupación española (eso también llamado “la colonia”) pues los españoles no sólo utilizaron los esquemas de los caciques locales para implantar su poderío sino que, también, los propios peninsulares buscaron volverse caciques o “reyes” independientes del virrey (el Nuevo Reino de León sería un caso paradigmático). Así, no fue sino hasta después de tres intervenciones extranjeras y la pérdida de más de la mitad del territorio nacional por cuenta de ellas (los estados del norte: Texas, California, etc.) o por cuenta propia (los estados del sur: Guatemala, Nicaragua, etc...), que se ensayó un modelo diferente desde un grupo de oaxaqueños liderados por Juárez: la institucionalidad a partir el respeto irrestricto a la ley.

Para bien o para mal el modelo no funcionó del todo. Ya se lo había advertido Comonfort a Juárez, y éste pasó de la institucionalidad a convertirse en el máximo cacique, en el dictador que concilia o destruye a los caciques menores. Como dice el danzón: “si Juárez no hubiera muerto todavía viviría”. Porque su muerte fue sustituido por otro intento de cacique mayor que no logró reelegirse debido a las protestas populares, Sebastián Lerdo de Tejada, y al levantamiento del que devendría en el cacique supremo de la historia nacional, Porfirio Díaz quien, como sabemos, duró hasta que otra revuelta lo depuso.

Panchito Madero no intentó ser un tlatoani... y duró menos de año y medio antes de que lo mataran y sobreviniera la guerra por diez años, hasta que Calles ideara otro modelo diferente al del cacique mayor, el PNR: una forma, digamos, ordenada de ascenso y protección de los caciques.

Sería absurdo negar la eficiencia y eficacia del sistema de Calles pues fue, mejor que el de Juárez (institucionalidad) o Díaz (cacique de caciques), el que mejor pudo contener las luchas intestinas y hacerlo con el menor derramamiento de sangre en comparación.

Pero esto no es una loa a Calles, pues su modelo quedó desfasado y muchos mexicanos llevamos décadas luchando para cambiarlo por una democracia. Es, por un lado, un repaso histórico para mostrar cómo la historia política de México es una historia de guerras entre caciques de diversos tamaños y, por otro, para señalar cómo las alusiones al anarquismo y a ciertos modelos de democracia participativa (tan sonados en los últimos días) olvidan que la historia tiende a repetirse y que sus propuestas, más que contener, darían mayores libertades al florecimiento del cacicazgo en toda la nación, como en el siglo XIX (no se olvide usted de los grupos criminales).

¿Entonces?

Los caciques en la democracia

Los primeros años de la incipiente democracia mexicana sí significaron una pérdida de poder de los caciques locales, allá cuando Acción Nacional comenzó a ganar municipios (el PDM se cuece aparte), luego estados (Baja California, 1989) y después el PRD también comenzó a cosechar triunfos (Distrito Federal, 1997). En esos años, los 80 y 90, a pesar de la represión, el poder de los caciques locales fue menguando. Incluso, se cuidaron de excesos y de decir frases déspotas al estilo de Gonzalo N. Santos (“la moral es un árbol que da moras”).

Pero la tendencia comenzó a enrarecerse pronto. A un año de su primer triunfo, el propio PRD decidió hacer a un lado a sus propios militantes para comenzar a postular caciques locales (ver tercera definición de la RAE) o, si se prefiere, a tránsfugas del PRI: Zacatecas, Tlaxcala, Baja California Sur...

Por parte del PAN podríamos señalar tres etapas. Primero, esos raros casos, todavía a inicios del sexenio de Fox, donde en un ejemplo de legalidad, el PAN fue el primero en señalar casos de corrupción de sus propios militantes en cargos públicos. Esta primavera, por desgracia, no duró mucho pues entre otras cosas los medios y buena parte de la población lo vio exactamente como lo contrario a lo que era: lo vio como una prueba de que el PAN estaba corrompido. Es decir, la legalidad y la libertad de prensa fueron tergiversadas para jugar a favor de los caciques locales: “ya ven, son lo mismo que nosotros”. La segunda etapa sumó a esta perspectiva pues el gobierno de Fox no sólo distó de cumplir con las expectativas de la población sino que sus intentos de aplicar la ley a caciques locales y nacionales terminaron leyéndose como una carta abierta a la impunidad. Los casos más sonados serían, por descontado, los referentes al 68, la Guerra Sucia y a Mario Marín. Y, por último, la tercera etapa, la actual, con un partido acéfalo y dividido (como el PRD) que parece convivir felizmente con tránsfugas del PRI o de donde sea: como el gobernador Rafael Moreno Valle y el senador Javier Lozano.

Así, por las razones que usted guste, por el afán de obtener el poder o mantenerse el poder, por lograr el hipersobado “cambio”, por “la causa”, porque el PAN y el PRD comenzaron a competir entre ambos pensando que el PRI estaba superado (en lugar, claro, de trabajar para construir un nuevo país), porque el PAN social no pudo ser un puente de diálogo con el PRD, porque las partes más radicales del PRD no ha podido sobrepasar el berrinche de no haber sido ellos quienes ganaran la presidencia, por lo que sea, el caso es que mientras los partidos se debilitaban (sumando su renuencia, salvo el PRI, a salir de sus pequeños ranchitos de poder y convertirse en partidos verdaderamente nacionales), los caciques locales, en cambio, fueron adquiriendo más y más poder. Hasta salirse del control de sus supuestos partidos.

Ejemplos abundan. Pero baste uno. ¿Qué se requiere para no indignarse después de ver las imágenes del niño José Luis Tehuatlie desangrándose en Chalchihuapan? ¿Cómo no hacerlo después de ver los videos, de leer los peritajes? ¿Cómo no haberlo hecho antes, si usted es un panista que se formó manifestándose en las calles, cuando el congreso de Puebla estaba a punto de promulgar la “Ley Bala”?

Pero, al parecer, ningún panista con poder en su partido se indignó a tiempo y protestó contra Moreno Valle. Así como ningún perredista, al parecer, se indignó a tiempo y protestó contra Abarca.

A nuestra democracia incipiente, los caciques la han rebasado por la izquierda y por la derecha.

¿Puede cambiar?

¿Cambiarán las protestas a México?

La respuesta de la senadora Maki Ortiz, que mencioné al inicio, apuntaría a esa vía. Pues si la senadora ha reconocido que la indignación del pueblo de México es “con todos”, entonces implicaría (así como el pronunciamiento de Cuauhtémoc Cárdenas para el PRD) que Acción Nacional habrá de hacer un trabajo a fondo para volver a los principios democráticos que lo fundaron antes de que sus “alianzas” con los caciques locales también acaben con el partido (como algunos vaticinan en el caso del PRD).

Es decir, no me refiero a que el PAN o el PRD cambien de ideología económica o social pues ésa es otra cuestión, sino a que dejen de ser el trampolín de los caciques locales, a que sean ellos los primeros en denunciar jurídicamente a sus funcionarios y militantes corruptos, a que relean la historia nacional para que se den cuenta de cuál ha sido la principal amenaza -a lo largo de más de dos siglos- a la estabilidad y a la institucionalidad del país (y más, claro, cuando el país está infestado de armas y grupos criminales), que se den cuenta de que la democracia partidista no puede replicar ni el modelo de Calles ni el modelo de Díaz sino sólo una versión del modelo de Juárez o de Madero: la legalidad.

¿Podrán hacerlo?

No lo sé. Pero es la única forma, a corto plazo y pacífica, en que considero que las marchas de los últimos días podrían convertirse en una mejora significativa a nuestra democracia partidista.

Por desgracia, así como en el PRD han sido harto tibios para pronunciarse y decidir qué hacer en más de un mes, en el PAN sólo la senadora Maki Ortiz respondió “con todos”. La senadora Marcela Torres, quien aseguró haber ido a la marcha del 20 de noviembre, respondió que “el llamado es personal. Si hay injusticia: actuemos” (¿será que de verdad no sabe o no le interesó saber lo que pasó en Chalchihualpan?). Otros simplemente ignoraron el asunto cuando se les preguntó por Moreno Valle. Y, peor aún, para algunos parece que las marchas suceden en Angola o en Chipre pues ni contestaron ni han dicho nada al respecto.

Y eso que son panistas y que, en teoría, no tienen ninguna culpa sobre lo que ocurrió en Iguala. ¿Será que van a despertar? ¿Será que también despierte el PRD? ¿Será que se formen otros partidos que sí estén a la altura de sus votantes? ¿O será que seguiremos condenados a vivir en un país de caciques?

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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