Esquizofrenia y mano dura

19/11/2014 - 12:04 am

¿Qué hace usted cuando un amigo mexicano, residente en EE.UU., le dice está a favor de más deportaciones y medidas anti-migratorias? A mí lo único que se me ocurrió fue, primero, preguntarle que por qué decía eso si él también era chicano. “Por supuesto que no, cabrón, no mames, yo no soy chicano”, respondió. ¿Y cuál es la diferencia?, arremetí. “Que yo tengo una casa y tengo papeles”. Después de su respuesta, lo segundo que se me ocurrió fue continuar con esa crítica de compas que en México llamamos carrilla.

No sé si funcionó. Pero el caso es ilustrativo: una persona que poco tiempo antes podía haberse sentido parte de un grupo sucede que, luego de haber adquirido cierto “estatus” (casa y “papeles”) no sólo renegaba de dicha pertenencia (aunque cualquier estadounidense seguro la asumiría) sino que pedía mano dura contra su antiguo grupo. Mejor aún, en su petición él estaba seguro que dicha mano dura jamás se extendería hasta alcanzarlo a él y a su familia.

A partir de la desaparición forzada de los normalistas de Ayotzinapa, hemos asistido al terrible espectáculo de un tipo similar de esquizofrenia en la sociedad mexicana. Una sociedad dividida, grosso modo, entre los que muestran su indignación hacia el gobierno y los que muestran su indignación hacia las manifestaciones y, por supuesto, los que guardan su cuota de silencio. Entre los indignados, en ambas partes hay quienes piden “mano dura”, ya sea contra el gobierno (y hablan incluso de una revolución) o contra el pueblo (y llegan al absurdo de equiparar “pérdidas económicas” con “pérdida de estado de derecho”). Y en ambos casos, por supuesto, omiten pensar que esta misma mano dura pueda tornarse en su contra, alcanzarlos: como si en las revoluciones no hubiera, por lo general, cientos de miles de muertos y desplazados (aparte de las torturas, violaciones y mutilados) y como si la instauración de un estado represor policial no infringiera también pérdidas económicas, no se hubiera volcado también en contra de los empresarios y, para más inri, no terminara también en una suerte de revolución. Es decir, en ambos casos, como si su “solución” sólo implicara una mejora.

La justificación, en ambos casos, es que en un lugar extraño llamado “el futuro”, todo estará mejor: después de la tempestad, vendrá la calma. Volveré a esto más adelante.

Televisión y esquizofrenia

¿Qué tanto modifica la televisión nuestra percepción de la realidad? Bastante más de lo que quisiéramos creer. Pues, cuando un mensaje se repite lo suficiente -aunque lo neguemos al inicio-, eventualmente comenzamos a creer que así son las cosas. Para muestra dos botones: las investigaciones criminales y la brutalidad policíaca.

Las investigaciones. Durante la rueda de prensa del Procurador Murillo Karam, una persona de prensa preguntó por la identificación de las víctimas a partir de los dientes. ¿Tiene usted registro dental, estimado lector? Yo no. ¿Está su registro dental en las bases de datos de las instituciones policíacas de la nación? Lo dudo. ¿Tendrían los estudiantes de una normal rural registros dentales en las instituciones policíacas? Entonces, ¿por qué hacer esa pregunta? Los antropólogos forenses y criminólogos sufren a cada rato de este tipo de preguntas sin sentido en sus actividades laborales, porque no sólo es la prensa quien se ha creído que CSI, Bones, Elementary, Criminal Minds y demás series son la puritita verdad (o, cuando menos ingenuidad, “eso que deberíamos de tener en México porque ya lo tienen los gringos”), sino también el público y, para peor, muchos de sus compañeros de trabajo: desde burócratas y jefes por cargo político hasta patrulleros y oenegeros. Esto, por supuesto, ayuda a la paranoia social y, si no a la esquizofrenia, sí a la psicosis: se percibe, en primera instancia, que hay una forma científica de conocer la verdad pero ésta no se usa y, en consecuencia, la percepción de la realidad se ve alterada y se conciben teorías de la conspiración. Ojo: no estoy diciendo que sea verdad lo referido en dicha conferencia de prensa -no soy antropólogo forense- sino que, aun que el dictamen fuera 100% certero, igual habría dudas al respecto.

La brutalidad policíaca. En las series de televisión estadounidenses de los 70's y 80's había una tónica: se presentaban investigadores (privados) o policías que incurrían en prácticas ilegales para aprender a los “enemigos de la sociedad”. Esas prácticas ilegales eran por lo general hacer caso omiso de las órdenes de un juez y tundir a golpes a los sospechosos. Pero difícilmente se disparaba a matar. Era casi un tabú. Se disparaba a la pierna, a la mano que portaba la pistola (un alucine de puntería), pero no a matar. En la actualidad, en cambio, no se tunde a golpes a los sospechosos y casi siempre traen órdenes del juez los policías pero, también, casi siempre se dispara a matar (salvo, claro, que el criminal esté intentando suicidarse: ahí sí que son muy hábiles en dejarlo vivo). Es decir, por un lado, se presentan ahora como personajes muy celosos de la ley y, por otro, asesinan con toda impunidad (“suicidio por policía” es un término legal en algunos países). Y pareciera que esta forma de ver el mundo ha echado raíces incluso en sociedades tradicionalmente escépticas de los modos policíacos, como la nuestra. Más allá del apoyo social que ha recibido el policía que disparó a la espalda de un muchacho en Ferguson, por poner un ejemplo, acá tuvimos la petición (mucho más generalizada que ahora) de la “mano dura” en contra de los maestros que protestaban por la reforma educativa, o la desfachatez de la policía que mató a golpes a una persona en Campeche, o las detenciones “legales” de viejitos en el metro, etc...

¿Son los mismos que ahora protestan por Ayotzinapa los que pedían o justificaban la “mano dura” en otros casos? ¿Serán los mismos, los ahora piden “mano dura” contra los manifestantes, quienes después vayan a protestar contra dicha “mano dura”, cuando los alcance?

Esquizofrenia e ideología

Me caga Calderón, es un pendejo; me caga el PAN, siempre me ha cagado”, lo anterior me lo dijo, nada más y nada menos, que alguien que trabajaba en la Coordinación de Asesores en Los Pinos ¡durante el sexenio de Calderón! Su queja podría ser muy loable, si usted gusta, pero ¿cómo consiguió que lo contrataran? O, dicho de otro modo, ¿por qué alguien, que se encarga de contratar a gente que va a estar tan cercana a un presidente, no se ocupa de averiguar si su futuro empleado comparte la ideología? ¿No sería preferible, para que una oficina funcione, que todos sus miembros compartan los mismos objetivos? ¿Cómo trabaja una persona que odia la oficina en la que labora?

Lo anterior no es una anomalía y me ha tocado escuchar personas, en (casi) todos los niveles de gobierno, que se expresan así del mismo gobierno: desde guardias de seguridad hasta presidentes municipales y secretarios. Todos, por descontado, se defienden diciendo que es una chamba, que ellos hacen bien su trabajo, que lo hacen porque en un futuro podrán hacer otra cosa y dejarán, para siempre, “la cochina política”. Y es aquí donde volvemos a ese futuro que dejamos pendiente en el primer apartado. ¿Cuál es esa calma que vendrá después de la tormenta?, ¿cuál es ese futuro que justifica, desde uno y otro bando, la aplicación de la “mano dura”, de acciones más enérgicas y violentas ya sea por parte de la policía o por parte de la sociedad (es decir, unos a través de terceros y otros por mano propia)? ¿Es este futuro promisorio igual de promisorio para todos o sólo para algunos? ¿Cuál es la ideología que orquesta dicho futuro?

Lamentablemente yo no la encuentro, más allá de la no-ideología del consumo: comprar para ser alguien en el mundo, comprar para estar por encima de mis conocidos y vecinos, comprar para presumir que soy feliz. Y de ahí el síndrome de María Antonieta que desprecia al resto de la población con su “que coman pasteles” o, como en el caso de mi amigo chicano, ni siquiera nos damos cuenta de que pertenecemos a la misma población que despreciamos: “por eso los queman, por nacos”. Porque cuando la violencia escala entonces no distingue de alcurnias, de “casas” ni “papeles”. Y, este seguir comprando, este individualismo y esta idea de que a uno “no le toca” porque es excepcional, termina cuando el miedo a ser yo el siguiente asesinado, torturado, desaparecido o desplazado es más grande y entonces se pide un alto, un cambio. Y sí, se requiere modificar la relación sociedad-gobierno, la relación empresarios-gobierno, la relación entre la idea de gobierno y los propios gobernantes y burócratas, la relación entre nuestra idea de conocimiento y el conocimiento posible, nuestra relación con la idea de legalidad y justicia, nuestra relación con la aplicación de la ley y los derechos humanos y, por supuesto, nuestra relación con nosotros mismos y la idea que tenemos de nosotros mismos. De lo contrario, es muy probable que la historia se repita, que haya decenas de miles de desaparecidos más, más de cien mil muertos por violencia y muchos más desplazados por la guerra antes de que, otra vez, una parte mayor de la población urbana y de clase media se sienta amenazada y vuelva la indignación y el clamor de justicia.

El futuro será igual, o peor, si sólo se buscan cambios como consignas: ya sea la aplicación de más “mano dura” por parte de la policía o el llamado a la revolución en un país infestado de grupos armados ligados al narcotráfico.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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